lunes, 24 de mayo de 2021

El cantar de las caracolas. Carmen Salas del Río

 




El cantar de las caracolas
Carmen Salas del Río
Olé Libros, 2020


Desde hace unos años, Olé Libros, la editorial que regenta el valenciano Toni Alcolea, viene apostando por la mejor poesía en nuestra lengua en sus dos colecciones de referencia, Nigredo e Imaginal. Es el caso del libro que nos ocupa, El cantar de las caracolas, de la aedo gaditana afincada en Granada, tierra de poetas universales, Carmen Salas del Río, que ve la luz en la segunda de las colecciones citadas.


Nos hallamos ante la tercera entrega lírica de la autora, tras Manto del alma (ExLibric, 2016) y La mirada del tiempo (Esdrújula, 2019), donde demuestra poseer una madurez expresiva de alto vuelo. Así lo confirma José Gilabert Ramos en su excelente prólogo, titulado "Un camino de ida y vuelta", donde el poeta granadino traza un bellísimo paralelismo entre la poesía de Carmen Salas y la de su paisano Rafael Alberti, pues en los cantos de ambos "el mar se vuelve patria". No es extraño que la autora abra los suyos con una significativa cita de aquel: "Las palabras abren puertas sobre la mar".


En primer lugar detengámonos en su estructura, pues es aquí donde podemos apreciar, ya desde el inicio, la minuciosidad de Carmen Salas a la hora de elaborar su discurso. Así, abre el libro con una larga composición que actúa como prefacio y cuyo título, "Espiral de vida", es una perfecta metáfora del camino de la vida, helicoidal como las conchas de las caracolas, que se recorre hacia dentro o hacia afuera, como sentencian los tres últimos versos: "como un poema íntimo / que reconstruye el mito / del nacimiento de Venus". A continuación divide su discurso en tres cantares, cada uno introducido por unas sugerentes imágenes de caracolas a modo de portadillas, cuyos epígrafes nos remiten al “inmenso Atlántico” de su niñez y juventud: "El cantar de las caracolas", "Horizontes" y "El mar y el viento". El libro se clausura con un breve epílogo donde la autora da cuenta de su motivación para escribirlo, así como de alguna anécdota durante su proceso de redacción.


Con un lenguaje sencillo pero que en realidad encierra una gran depuración estilística, Carmen Salas nos canta sus soledades, sus experiencias vividas, sus impresiones a pie de playa, con el susurro del mar que encierran las caracolas como música de fondo, y lo hace en un tono elegante, al que contribuye el ritmo imparisílabo que sabe imprimir a sus versos.


En la primera parte parte podemos leer dos de las composiciones más bellas de todo el conjunto, la que da título al libro, y los veinticuatro haikus escritos desde la orilla, donde emplea la célebre estrofa japonesa para elevar un canto solidario y una crítica social por el maltrato de nuestros mares y océanos.


En la segunda, Carmen Salas se centra en la distancia, el silencio y la soledad, temas que le impelen a trazar versos más directos, en ocasiones abruptos como cantiles, donde la ilusión y el olvido son flujo y reflujo, “esquiva libertad”. En la última parte, sin duda la más emotiva, himno y elegía son “pasado presente” y la vida un si condicional que se abre paso “a golpes contra todo”.


En conclusión, Carmen Salas nos ofrece un poemario homogéneo, evocador, sensorial, que rezuma el olor salobre de la verdad y donde en cada página es posible oír la música líquida que mana de su corazón humanitario.



Gregorio Muelas Bermúdez



miércoles, 19 de mayo de 2021

Los haikus norteamericanos de Jack Kerouac

 




De las numerosas apropiaciones occidentales del haiku japonés, una de las más logradas son los haikus norteamericanos de los beatniks, que vieron en esta síntesis esencial de expresión, una manera de romper con la compleja realidad de la época, de trascenderla.


El poeta beat Jack Kerouac (1922-1969) fue uno de los grandes cultivadores de la célebre estrofa japonesa en Norteamérica pero tuvo la virtud de adaptarla a la realidad estadounidense del momento. Es fácil imaginar al escritor de Lowell, Massachussetts, recitando estas composiciones en el San Remo Café de Nueva York o en algún bar de San Francisco, entre rachas de jazz y humo de tabaco. Estamos en la década de los sesenta, Kerouac ha alcanzado su madurez expresiva y tras coquetear con el budismo, influenciado por sus amigos Gary Snyder y Alan Watts, este último gran divulgador de Daisetz T. Suzuki, el principal introductor del budismo zen en Estados Unidos, decide probar con esta forma de expresión mínima, que le exige un gran trabajo de condensación, todo un reto para alguien acostumbrado a verter sus emociones de forma torrencial.


Más conocido por la prosa espontánea con la que escribía sus novelas, sobre todo la excelente En el camino (On the Road, 1957), verdadero tótem de la Beat Generation, Kerouac también cultivó la poesía, llegando a publicar en vida una colección de poemas bajo el título Mexico City Blues, que vio la luz en 1959. Finalmente, atraído por el espiritualismo oriental, se dejó seducir por el haiku, del que diría: “un auténtico haiku tiene que ser tan simple como el pan y, sin embargo, hacerte ver las cosas reales”.


Allen Ginsberg, tal vez la persona que mejor le conocía, decía de él: “Era Poeta”. En nuestro país, el que mejor se ha ocupado de la poesía de Kerouac tal vez sea Marcos Canteli, autor del prólogo de Libro de jaikus (Bartleby Editores), quien asegura que la preocupación por el haiku acompañó al escritor durante toda su vida.


Como sus compañeros de letras Allen Ginsberg, Gary Snyder, Gregory Corso y Peter Orlovsky, Kerouac escribió un buen puñado de composiciones, muchas de ellas se han hecho célebres con el tiempo, siendo, con el permiso del primero, el que mejor supo asimilar las enseñanzas de los clásicos japoneses.


Veamos algunos ejemplos significativos:



In the morning frost
the cat stepped
slowly


En la escarcha de la mañana
los pasos del gato
sigiloso


*


Night fall,
boy smashing dandelions
with a stick


Cae la noche,
un chico aplasta dientes de león
con un palo


*


No telegram today.

only more

leaves fell


Ningún telegrama hoy,
solo más
hojas caídas



Como se puede apreciar en los ejemplos citados, Kerouac se hace eco de elementos naturales, cotidianos, sin llegar a desdeñar lo vulgar o aparentemente anodino; sus haikus están transitados por gatos y aves, gorriones y petirrojos, y atravesados por carreteras secundarias y espacios amplios, como un campo de fútbol o de béisbol, todo con el propósito de captar the real thing sin artificios líricos. Forjado en la lectura meditativa de los clásicos, sobre todo de Matsuo Bashô, Kerouac supo asimilar sus preceptos para eternizar ese instante que sucede “aquí y ahora”.



Los haikus de Jack Kerouac saben a blues y subvierten la forma sin ceñirse a ningún patrón métrico, suenan libres, como su espíritu. Amante de las onomatopeyas y en muchas ocasiones con sentido paródico, es cierto que Kerouac no siempre acertó en su manera de plasmar el haiku pues no fueron pocas las veces en las que intentó introducir elementos vanguardiastas en esta forma milenaria, o en las que no se privó de emplear figuras retóricas, que tan lejos están del haiku verdadero, como en este ejemplo:


The moon

Is a

Blind lemon


La luna

es un

limón ciego


No obstante, el escritor norteamericano tiene el mérito de haber popularizado el haiku con el suficiente respeto para ser reconocido como una de sus figuras clave al oeste del archipiélago japonés.



Gregorio Muelas Bermúdez


viernes, 7 de mayo de 2021

Espejo del sol. Marga Alcalá

 



Espejo del sol
Marga Alcalá
jam, Paterna, Valencia, 2021


De cuando en cuando aparece una recopilación de haikus que por su humildad, rigurosidad y respeto merece ocupar un lugar destacado en el desarrollo de esta forma breve de poesía japonesa en nuestra lengua, es el caso del libro que nos ocupa.


Marga Alcalá publica su primera colección de haikus, Espejo del sol, en una hermosa edición trilingüe, en castellano, valenciano e inglés, y con unas bellísimas ilustraciones de Nuria Garrigós Alcalá. El volumen, cuyo subtítulo nos avanza su contenido, Haikus del parque natural de la Albufera de Valencia, reúne cien haikus y un haibun, composición abierta que combina la prosa y el haiku, y en la que preferentemente se plasma un itinerario, así comienza la autora el suyo: “Mañana fría entre los arrozales...”.


La haijin (poeta de haikus) valenciana estructura sus haikus en cuatro partes simétricas, con veinticinco composiciones en cada una, cuyos epígrafes señalan los diferentes ecosistemas que coexisten en esta maravilla de la naturaleza, única en nuestro país, en los que suceden estos cien instantes eternizados: “Marjal”, “Dehesa”, “Lagunas” y “Playa”. Les precede un prólogo firmado por el también valenciano Enrique Linares Martí, director de la Gaceta trimestral de Haiku Hojas en la acera, publicación imprescindible para los amantes de la estrofa japonesa. Será él quien nos explique el sentido del título, “el espejo del sol” es como los árabes denominaban a la Albufera de Valencia, una laguna separada del mar por una estrecha franja de dunas y picos, rodeada de arrozales, y que es lugar de paso para multitud de aves migratorias. Un hábitat, como veremos, de singular belleza y de una riqueza ecológica cautivadora, que Marga Alcalá consigue trasladar al papel con la precisión y serenidad que caracterizan al haiku verdadero.


La autora demuestra poseer un gran conocimiento de la forma y esencia del haiku, en todos transmite un aware, la emoción profunda que provoca un hecho vivido, por ello nos resultan tan veraces, y a ninguno le falta pausa y suceso. Consciente de que el haiku es ese instante captado por al menos uno de nuestros sentidos, esa mínima parte de un todo inmenso, Marga Alcalá emplea la minúscula al comienzo de cada haiku y prescinde del punto al final.


Analicemos el primer haiku de cada una de las partes en que se divide el conjunto.


nadie en los campos,

abren al sol sus alas

los cormoranes


Una imagen realmente sugestiva. En la soledad de los campos estas grandes aves acuáticas despliegan sus alas para captar la energía del astro rey.


sol de noviembre,

una mantis cojea

hacia las cañas


Otra imagen sugerente. Bajo la luz macilenta del sol de otoño, el insecto más místico hace grandes esfuerzos por mantener el equilibrio mientras se encamina a una cañas cercanas para ponerse a salvo de los peligros que acechan a la intemperie.


la cigüeñela,

en su pico, brillantes,

tres gotas de agua


Tras beber, la cigüeñela, un ave que se caracteriza por sus largas patas de color rosado, y su pico negro, recto, fino y largo, aún retiene los restos de la ingestión en la leve forma de esas gotas que esplenden al sol.


playa desierta,

entre olas picotean

los chorlitejos


He aquí una imagen de una belleza hipnótica, recortados contra el horizonte de la playa vacía los chorlitejos picotean entre las olas rumorosas en busca de alimento.


Mención aparte merecen los magníficos dibujos que recrean la flora y la fauna de la Albufera y que contribuyen a hacer de este libro una joya para los amantes de este “género”.


El volumen se cierra con un glosario de términos propios de este paraje natural que revelan un conocimiento de su historia e idiosincrasia.


En conclusión, Marga Alcalá demuestra cuán importante es la mirada, una mirada limpia, sin filtros literarios que empañen su transparencia con ingeniosas ideas que nada tienen que ver con el sentido originario de esta forma milenaria de sentir el espectáculo cotidiano de la naturaleza.



Gregorio Muelas Bermúdez