miércoles, 3 de mayo de 2017

Los refugios que olvidamos. Jesús Cárdenas

 
 


Los refugios que olvidamos
Jesús Cárdenas
Anantes Gestoría Cultural, 2016
 
 
Jesús Cárdenas Sánchez (Alcalá de Guadaira, Sevilla 1973) es un poeta incansable, tenaz, autor prolífico que año tras año, desde la publicación de La luz de entre los cipreses (Ediciones En Huida, 2012), ha ido entregando a la imprenta poemarios de calidad contrastada y con eco en los medios. Ahora publica de nuevo en Anantes Gestoría Cultural, tras Sucesión de lunas (2015), un libro de bellísimo título, Los refugios que olvidamos, con un sugerente motivo de cubierta, “Manchas de invierno”, realizado por Jorge Mejías Garrón.

Lo primero que podemos constatar es que no nos encontramos con una mera colección de poemas, el autor sevillano organiza a conciencia las cuarenta y nueve composiciones que integran el libro en torno a cuatro apartados con epígrafes muy significativos: “La humedad”, “Hojas secas”, “Anclaje” y “Sumideros”, de similar extensión, excepto el tercero, más breve, en los que prescinde de citas y se expresa con cuidada vehemencia y en ritmo imparisílabo.

Era tu voz el único refugio/ señalado en la cumbre”. La poesía es refugio y estos versos sintetizan el espíritu que recorre todo el poemario, donde naturaleza y sentimiento son los ejes sobre los que Jesús Cárdenas articula su discurso, veraz, melancólico y en apariencia sencillo, tras el que se vislumbra un arduo trabajo de depuración estilística. El sevillano es un trabajador incesante del verso, al que se entrega con pasión y denuedo, por eso en su poesía se advierten tintes biográficos, tal vez con el fin de recordar “sin rencores”, “sin llamas, rescoldos ni cenizas”.

Existen varios refugios, como el cuerpo amado, “celeste y vibrante”, “bajo el conjuro de la Vía Láctea”, con un lenguaje elegante que no desdeña el clasicismo, Jesús Cárdenas concita los grandes temas de la lírica tradicional pero con un estilo muy personal que tiene en el silencio su enemigo íntimo, de ahí su empeño por nombrar las cosas queridas, para no perderlas, para, en definitiva, no olvidarlas.

Un halo de melancolía parece recorrer todo el libro, en busca de ese anclaje metafísico que trascienda la herida, como en el emotivo poema que dedica a la memoria de su madre, “Ante el castillo de Sancti Petri”. Por eso “ante la quebradura temporal de la especie”, después de mucho andar sobre terrenos baldíos, dice el poeta: “Es hora de verter el vino reservado/ para las grandes ocasiones/ en las copas que guardan el sabor a embalaje”.

Tal vez porque “hay una realidad más allá de ésta” damos las cosas “a fondo perdido”, aunque a menudo nuestra perspectiva se doble hacia dentro, hacia noches sin luna, es ahí donde la poesía de Jesús Cárdenas encuentra su horma, en esa visión melancólica que le impele a decir que “nada vale nada”, una suerte de incomprensión a la que se impone una mirada crítica sobre la “perversa realidad”.

Pero si algo destaca es esa mirada irónica que tan bien sabe aderezar con apuntes culturalistas, me refiero a “La primavera no se refleja en la ventana del jardín de E. E. Cummings” y “La camarera del Folies Bergère”. El más extenso de los poemas, el bellísimo “Deserción de la materia”, es la antesala a ese “Fin de etapa” que cierra el libro, con un verso muy significativo: “Ya sabes lo que hacer: ponme a resguardo”.

En efecto, con Los refugios que olvidamos parece que su autor pretende cerrar una etapa de su obra, experiencial y meditativa, para iniciar otra que a buen seguro será fructífera.

 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



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