Se
ha ido un gran hombre y nos deja a cambio una importante obra para su recuerdo y el estudio
del Modernismo literario hispanoamericano. Ricardo Llopesa ha
muerto en Valencia, ciudad en la que residía desde 1967, a los
setenta años después de una vida dedicada a la escritura. Narrador,
poeta y máximo especialista en el estudio de la obra de su genial
compatriota, Rubén Darío, Llopesa fundó, además, la Asociación y
Editorial Instituto de Estudios Modernistas, donde dio la oportunidad
de publicar a jóvenes escritores que hoy se cuentan entre los más
reconocidos de nuestra región, y llegó a ser presidente de la
Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios.
Fue
en Valencia donde su magisterio, carisma y generosidad calaron hondo
en un gran número de autores de nuestra ciudad, yo fui uno de ellos
y siempre le estaré agradecido por abrirme las puertas de su casa
una calurosa tarde de septiembre del año 2010. Yo acababa
de publicar mi primera colección de poemas bajo el título Aunque
me borre el tiempo y
allí fui en compañía de
Pepe Portalés, que me había
hablado de él, con la
intención de regalar un ejemplar al maestro e intercambiar algunas
impresiones. Nunca olvidaré la profunda
emoción que me causó
entonces aquellas paredes forradas de libros, aquellas estancias
atestadas de volúmenes de las más diversas materias y
procedencias, en
suma aquella fastuosa biblioteca que parecía invadir cada palmo del
piso. Encontré a un afable erudito que me ofreció
los primeros consejos sobre el oficio y
me dedicó su poemario
Paraíso terrenal
(1986 / 2001),
un curioso “librito
sobre el alcohol” prologado por Ricardo Bellveser. Nos
vimos unos meses después en la ceremonia de entrega de los Premios
de la Crítica Valenciana en Benetusser y acudió a la presentación
de mi segundo poemario, Un fragmento de eternidad (2014),
en el Salón de Actos de la SGAE de Valencia. La última vez que lo
vi fue en compañía de mi hermano de letras, José Antonio Olmedo
López-Amor (Heberto de Sysmo), para hablar sobre la posible publicación de nuestro
libro de haikus, La soledad encendida (2015), y aunque la cosa no cuajó pasamos una tarde memorable con el
maestro, callejeando por el centro de la ciudad y departiendo sobre
la poesía japonesa y los
escritores modernistas. Desde entonces, ya delicado de salud, mantuvimos una relación epistolar.
Se
ha ido un gran hombre y me deja el cariño, el respeto y la
admiración hacia su vida y su obra. Allí, al "Paraíso terrenal"
donde ya
habita para siempre, vayan mi afecto y agradecimiento infinito.
Gregorio
Muelas Bermúdez