domingo, 29 de septiembre de 2019

El cuarto del siroco. Álvaro Valverde

 
 


El cuarto del siroco
Álvaro Valverde
Tusquets Editores, 2018
 
 
La habitación de los recuerdos
 
 
Son muchas las lecturas que se han vertido sobre El cuarto del siroco y es que su autor, el placentino Álvaro Valverde (1959), es uno de los poetas más admirados y respetados de nuestro panorama lírico, no es para menos pues en su octavo poemario vuelve a dar una lección de madurez creativa, que viene demostrando desde el IV Premio Fundació Loewe por Una oculta razón (Visor, 1991). Desde entonces cada libro ha venido a erigirse como inmarcesible hito en ese exigente camino que debe ser la Obra.

Número 303 de la espléndida colección “Nuevos textos sagrados”, que dirige Antoni Marí, y con una sugerente ilustración de portada de Salvador Retana, que recoge en unos trazos el espíritu que anima el conjunto, el libro se compone de setenta y cinco poemas de ritmo imparisílabo, con predominio del heptasílabo y el endecasílabo, sin división interna en partes, sino organizados como un continuo de acuerdo con la pulsión de “quien resiste sereno a la intemperie”. El volumen se abre con un texto del propio autor, La stanza dello scirocco, donde éste explica el significado del título: “habitación donde las familias nobles se guarecían mientras soplaba el temible siroco”, y que le sirve para trazar una analogía con el “viento furioso de la existencia”, así pues para Álvaro Valverde la poesía es refugio necesario, “metáfora y verdad”, dirá en el poema que inaugura el libro, “A modo de poética”.

Tras las elocuentes citas de Kenneth Koch, Anne Carson y Emily Dickinson, Álvaro Valverde nos ofrece un estilo contenido, depurado, sencillo, epítetos que albergan una soterrada complejidad, donde podemos hallar desde ciertas referencias culturalistas, a nuestra tradición lírica contemporánea, en “Homenaje a María Zambrano” y “Juanramoniana”, al pasado grecolatino, en “Aquiles” y “Pompeya, MMXIV”, o a “la sombra y la penumbra” de un interior del pintor danés Vilhelm Hammershoi; hasta lugares donde la memoria, la evocación, el recuerdo, se hace “presente eterno”, palabra viva, así sucede en los poemas que remiten a la infancia o a espacios familiares, íntimos, como en “Baño”, “En el molino”, “Fuente de los Alisos” “Ribera del Marco” o “Torre de la Higuera”, lugares que resisten detenidos en el tiempo.

Cabe destacar los tres poemas en prosa, “Una elegía”, “Mujeres” y “Noche”, y, sobre todo, los poemas breves, donde en apenas unos versos Valverde se aquilata al ritmo pausado de la naturaleza, con extrema delicadeza, como en “Mínima”:

El breve son
del pájaro
en la rama:
la escueta,
intensa levedad
del aforismo.”

Hay citas que incitan el poema, donde la razón se trueca en esperanza, es el caso de Leopardi en “Árida vida”, Miguel Hernández en “Canción de aniversario”, Antonio Colinas en “Meditación en Bohemia”, Sophia de Mello Breyner en “Jardim do Paço”, o el Arcipreste de Hita en “Leyendo a Jiménez Lozano”.

Pero si hay un pasaje verdaderamente emotivo, son los tres poemas en los que Álvaro Valverde evoca al poeta Ángel Campos Pámpano (1957-2008), así el recuerdo del amigo desaparecido impregna los versos de “Naturaleza pensativa”, “Un viaje a Lisboa” y “Homenaje”, que constituyen, junto al poema que da título al libro, el eje cardinal del poemario, páginas en las que el dolor y la melancolía, el sol y la sombra de “las tardes sosegadas de junio”, al fin relativizan la ausencia porque, como dijo Vladimír Holan, “al poeta no se le perdona ni la muerte”.

En definitiva, Álvaro Valverde nos entrega sus ideas, sus recuerdos, con la serena belleza del verso medido, reposado, que indaga en el fluir del tiempo, en la naturaleza, para extraer de ella pura filosofía tamizada por los ojos y la mente del poeta, ser contemplativo y reflexivo que expresa con hondura la realidad cotidiana pues para el bardo extremeño leer y escribir es vivir, no darse por vencido.


Gregorio Muelas Bermúdez
 
 
Reseña publicada en el nº 6 de CRÁTERA Revista de crítica y poesía contemporánea
 
 
 








viernes, 27 de septiembre de 2019

Cuentos tristes... / Vacaciones de invierno. Ana Carolina Quiñonez Salpietro

 
 


Cuentos tristes que esperan las chicas antes de salir a bailar / Vacaciones de invierno
Ana Carolina Quiñonez Salpietro
Ediciones Liliputienses, 2018
 
 
Ediciones Liliputienses publica el undécimo número de la Colección de poesía de la Fundación Obra Pía de los Pizarro, Cuentos tristes que esperan las chicas antes de salir a bailar seguido de Vacaciones de invierno, dos cuadernos líricos de Ana Carolina Quiñonez Salpietro (Lima, 1988).

Resulta impagable la extraordinaria labor que José María Cumbreño viene realizando a favor de la joven poesía hispanoamericana, dando a conocer en España a poetas con trayectoria en sus países de origen, es el caso de la poeta limeña con la edición conjunta de sus dos primeros poemarios en este volumen de impecable factura con una más que sugerente cubierta que ilustra la realidad y su doble, difuso espejo de agua.

Los versos de Ana Carolina Quiñonez Salpietro son escuálidos en el mejor sentido de la palabra pues retienen lo esencial de un devenir adolescente y violento, con chicos malos e ídolos de rock en noches que golpean. “Desastres naturales”, “Mudanzas” y “El chico de los audífonos” son los tres actos de una vida al límite, sin salida, que se expresa libremente, sin apenas signos ortográficos. Así Cuentos tristes que esperan las chicas antes de salir a bailar se erige en un puñado de moralejas en forma de poemas que destilan pequeñas sobredosis de incipiente melancolía.

De irónico título, el segundo cuaderno también se estructura en tres apartados: “Lecciones de nado”, “Otros lugares” y “Vacaciones de invierno”, que rotula el conjunto, precedidos por una cita crepuscular de Sandor Marai. De nuevo la poeta peruana se asoma al vacío existencial para contarnos con voz clara y amarga “promesas que no podré cumplir” en quince recuerdos, quince secuencias como ritos de paso suspendidos en la memoria de “la primera vez”, quince poemas secretos donde la infancia se despide como peces asustados, como “la herencia / la casa / las cajas de la mudanza” de otro tiempo fijado en lunas de papel.

En definitiva, Ana Carolina Quiñonez Salpietro ha sabido crear una voz suya, segura pues la deja caer sin paracaídas sobre la página en blanco para tocarnos muy hondo, y lo hace con una mirada aparentemente sencilla, casi realista, como sencillas y reales son las cosas que de verdad importan a todos.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



jueves, 26 de septiembre de 2019

Cartas a Giselle. Manuel González Busto

 
 


Cartas a Giselle
Manuel González Busto
Olé Libros, 2019
 
 
Sátira y belleza
 
 
Resulta impagable el trabajo que el editor Toni Alcolea viene haciendo en Valencia desde hace unos años al frente de Olé Libros, dando voz a nuevos autores y voto a quien no lo tenía, y contribuyendo a diversificar el panorama lírico actual a través de sus variadas colecciones, no contento con esta encomiable labor, también lleva a cabo una frenética actividad como gestor cultural a través de la organización de conferencias, presentaciones y tertulias en los espacios más exclusivos de la ciudad.

La más reciente de las colecciones de Olé Libros lleva el elocuente rótulo “Selección del Editor”, que dice mucho de su exigencia y calidad, y comienza su andadura con la publicación del volumen Cartas a Giselle, firmado por el escritor cubano Manuel González Busto, en una cuidada edición, marca de la casa, con una ilustración de portada de José Martí Barrachina.

El libro, compuesto por sesenta y ocho poemas en prosa, divididos en dos apartados, las “Cartas a Giselle” que dan título al conjunto, y “Nuevas cartas a Giselle”, cuenta con un gran aliciente, el prólogo titulado “Cuando Ámsterdam es sueño y realidad La Habana”, redactado por el Ministro de Educación, Cultura y Deporte del Reino de España, don Íñigo Méndez de Vigo y Montojo, donde éste define la literatura del autor como “de la buena”, y no es para menos pues las cartas imaginarias que González Busto dirige desde la capital cubana a su musa en la capital holandesa están cargadas del resplandeciente lirismo de la isla antillana:

Giselle: casi nunca llueve. Parece que la lluvia olvidose de la ciudad, o tal vez, la ciudad, cansada, diose cuenta de que esperar es pretender la eternidad”.

Sesenta y ocho cartas cuyas palabras, pulidas como un diamante, evocan los pensamientos más profundos del autor, desde la fisiología a la política, esgrimiendo su pluma como un proyector sobre los más diversos temas donde las preguntas retóricas actúan como el motor que induce a la reflexión crítica sobre la cruda realidad de un país depauperizado por los intereses contradictorios de “La Señora del Dólar”.

Los títulos de las cartas son una verdadera exquisitez, veamos algunos: “Esa cadencia en la eternidad de los violines”, “Cuando la casa es un rumor de invierno”, “Cuando Alfonsina se aleja custodiada por delfines”, “Como si no emergiesen malvas en cada genuflexión” o “Heridas de luna que la desmemoria escribe”, versos hechos con hambre, indignación y no poco de nostalgia, donde la sátira se cubre de belleza para sortear los desmanes de la dictadura y la penuria que lleva aparejada:

Giselle: Hay moradores que quisieran crucificarte, como si el iris fuese una espada filosa y exacta.”.

Ecos modernistas conviven con la evocación de Borges, Virgilio Piñera y Lezama, versos y reversos en un poemario epistolar que alberga su mejor virtud en la forma, libre como la voluntad del autor, por donde la tristeza y la soledad encuentran su albergue de esperanza.

Nos hallamos, pues, ante un libro para paladear con todos los sentidos, rico en matices, que pone el acento en numerosos temas cotidianos que el autor tiene la virtud de elevar a la categoría literaria y lo hace con fina ironía y sabia elegancia, solo así, tal vez, es capaz de redimir la escasez de la mayoría para alcanzar la justicia poética y aspirar al mayor de los anhelos:

Ah, Giselle, no mueras nunca: la eternidad es Dios”.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez