martes, 2 de julio de 2019

Aposento. Carlos Roberto Gómez Beras

 
 


Aposento
Carlos Roberto Gómez Beras
Isla Negra Editores, San Juan, Puerto Rico, 2019
 
 
Aposento es el más reciente poemario de Carlos Roberto Gómez Beras (1959), un autor polifacético y bastante prolífico en los últimos años pues como él mismo confiesa, el editor engulló al poeta durante un largo período de veinte años. Ahora trata de recuperar el “tiempo perdido”, y digo entre comillas porque sin duda fue un período en el que el autor vivió, recabando experiencias para posteriormente verterlas sobre la página de un libro que se configura como un todo orgánico pues acudiendo una vez más a las propias declaraciones del autor, Carlos Roberto no escribe poemas, escribe libros, donde incluso a veces el propio título se anticipa a la composición.

Destaca la impecable edición, marca de la casa de Isla Negra: hermoso diseño de cubierta, en brillo, con solapas y guardas en consonancia cromática, y la resistencia y calidad del papel, el mejor del Caribe, que hacen de este sello editorial un verdadero referente en la zona y todo gracias al tesón de su editor.

Aposento se incluye en la colección “Filo de juego”, una de las más emblemáticas de la editorial, donde han visto la luz algunas de las voces más significativas de la literatura caribeña actual.

El poemario se inicia con una pertinente cita de José Ángel Valente, uno de los autores de cabecera de Carlos Roberto, que habla del regreso y de la necesidad de hablar a un Tú para conjurar el olvido al que la distancia nos condena.

A continuación asistimos a un conjunto organizado en cinco partes tan solo epigrafiadas con su correspondiente número romano y es que la poesía de Carlos Roberto no requiere de títulos más allá de los que sintetizan las ochenta y cuatro composiciones en verso libre que integran el libro.

El libro comienza con el poema que da título al volumen, de un lirismo evocador que entronca con el pasado sentimental del poeta: “En su aposento, mi abuela borda / una mantilla o un paño como si tejiera un silencio”. Y es que su mecedora de caoba “donde su cabellera blanca es una luna toda entera de nieve” es la que ilustra la cubierta del libro. Será escuchando su balanceo que el poeta aprenderá a tomar el lápiz para que como si de la “vara prodigiosa de un ilusionista” se tratara hacer hablar a las páginas en blanco.

Para Robertico...”, así reza la dedicatoria inicial del libro y “Robertico” es el título del segundo poema, donde Carlos Roberto apela al niño que fue, “niño que quiere cantarle al pasado” dice, en una composición de gran ternura donde el poeta le presta “esta otra voz prestada” y se emplaza al momento en que la vida les vuelva a reunir a la mesa ajedrezada para mover las fichas “de la fragilidad, el deseo y el espanto”. No hay colofón más elegante y sutil de referirse al fin, a la nada.

El tercer poema, con el significativo título de “El aposento”, que es el que figura en la contraportada, se erige en la tesis de un libro que es un viaje sentimental al pasado, así será la casa familiar, el hogar de la infancia, el lugar, ahora extraño, donde reside la esencia de lo que hoy es. El reencuentro con los muebles más emblematicos: la “silla espartana” de la madre, la “mecedora añeja” de la abuela, y su antigua cama le hacen expresar al poeta: “Entré al pasado y no volví a salir (ileso)”.

El resto de poemas no tiene desperdicio y definen a un poeta de altura, dueño de un estilo propio, maduro, poemas que se erigen en verdaderas lecciones de vida pues Carlos Roberto sabe muy bien que la experiencia es la madre de todas las ciencias, así en “Proust” el poeta se sirve del efecto de la célebre magdalena para dirigirse a aquella gente que siempre permanece, que logran ser sin estar “como el impertinente aroma / de lo que ya no se tiene”; o en “La noche”, que define como “Aposento para el sueño que no duerme”; o en “María”, figura que supone una invitación al ayer que el poeta agradece pues “el pasado es el único universo / donde podemos asegurar que hemos amado”.

Proust no es el único escritor que aparece en el libro, por sus páginas desfilan también Gilles Deleuze, Milan Kundera y Charles Baudelaire, y en todos ellos se aprecia la enorme cultura literaria acumulada por Carlos Roberto, que sabe adaptar los principales rasgos de cada uno de ellos: el deseo y la pulsión de muerte del filósofo francés, el humor y la ironía del novelista checo, y el nihilismo y pesimismo del poeta maldito.

Cabe destacar una de las grandes metáforas que Carlos Roberto emplea en varios poemas: el río, desde su facultad de dar y recibir en “Los balances” hasta su concepto como fin en “Poema de la muerte y el olvido”, donde dice “van juntos al río”, pasando por la comparación con la sonrisa del padre, o la evocación de esos días que Robertico pasaba en el río.

Son muchos los poemas que merecerían un comentario extenso, como “El bar de Yoryi”, el más largo del libro, o “Tríptico”, en tres partes: “Encuentro”, “Golpe” y “Huida”. Pero será en uno breve donde exprese con fuerza el sentido del libro:

UNA FOTO

En una vieja foto
mi madre está viva.
El niño que abraza
se ha ido, está muerto.

La foto, cicatriz de agua,
es solo un pestañar
entre una entrada
y una salida.

En definitiva, Carlos Roberto Gómez Beras es un seductor de las palabras pues consigue que estas digan lo que él quiere que digan, algo a lo que muy pocos pueden aspirar, y lo hace con los mejores recursos: sencillez y verdad.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



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