El cuarto del siroco
Álvaro Valverde
Tusquets Editores, 2018
La
habitación de los recuerdos
Son
muchas las lecturas que se han vertido sobre El
cuarto del siroco
y es que su autor, el placentino Álvaro Valverde (1959), es uno de
los poetas más admirados y respetados de nuestro panorama lírico,
no es para menos pues en su octavo poemario vuelve a dar una lección
de madurez creativa, que viene demostrando desde el IV Premio
Fundació Loewe por Una
oculta razón
(Visor, 1991). Desde entonces cada libro ha venido a erigirse como
inmarcesible hito en ese exigente camino que debe ser la Obra.
Número
303 de la espléndida colección “Nuevos textos sagrados”, que
dirige Antoni Marí, y con una sugerente ilustración de portada de
Salvador Retana, que recoge en unos trazos el espíritu que anima el
conjunto, el libro se compone de setenta y cinco poemas de ritmo
imparisílabo, con predominio del heptasílabo y el endecasílabo,
sin división interna en partes, sino organizados como un continuo de
acuerdo con la pulsión de “quien resiste sereno a la intemperie”.
El volumen se abre con un texto del propio autor, La
stanza dello scirocco,
donde éste explica el significado del título: “habitación donde
las familias nobles se guarecían mientras soplaba el temible
siroco”, y que le sirve para trazar una analogía con el “viento
furioso de la existencia”, así pues para Álvaro Valverde la
poesía es refugio necesario, “metáfora y verdad”, dirá en el
poema que inaugura el libro, “A modo de poética”.
Tras
las elocuentes citas de Kenneth Koch, Anne Carson y Emily Dickinson,
Álvaro Valverde nos ofrece un estilo contenido, depurado, sencillo,
epítetos que albergan una soterrada complejidad, donde podemos
hallar desde ciertas referencias culturalistas, a nuestra tradición
lírica contemporánea, en “Homenaje a María Zambrano” y
“Juanramoniana”, al pasado grecolatino, en “Aquiles” y
“Pompeya, MMXIV”, o a “la sombra y la penumbra” de un
interior del pintor danés Vilhelm Hammershoi; hasta lugares donde la
memoria, la evocación, el recuerdo, se hace “presente eterno”,
palabra viva, así sucede en los poemas que remiten a la infancia o a
espacios familiares, íntimos, como en “Baño”, “En el molino”,
“Fuente de los Alisos” “Ribera del Marco” o “Torre de la
Higuera”, lugares que resisten detenidos en el tiempo.
Cabe
destacar los tres poemas en prosa, “Una elegía”, “Mujeres” y
“Noche”, y, sobre todo, los poemas breves, donde en apenas unos
versos Valverde se aquilata al ritmo pausado de la naturaleza, con
extrema delicadeza, como en “Mínima”:
“El
breve son
del
pájaro
en
la rama:
la
escueta,
intensa
levedad
del
aforismo.”
Hay
citas que incitan el poema, donde la razón se trueca en esperanza,
es el caso de Leopardi en “Árida vida”, Miguel Hernández en
“Canción de aniversario”, Antonio Colinas en “Meditación en
Bohemia”, Sophia de Mello Breyner en “Jardim do Paço”, o el
Arcipreste de Hita en “Leyendo a Jiménez Lozano”.
Pero
si hay un pasaje verdaderamente emotivo, son los tres poemas en los
que Álvaro Valverde evoca al poeta Ángel Campos Pámpano
(1957-2008), así el recuerdo del amigo desaparecido impregna los
versos de “Naturaleza pensativa”, “Un viaje a Lisboa” y
“Homenaje”, que constituyen, junto al poema que da título al
libro, el eje cardinal del poemario, páginas en las que el dolor y
la melancolía, el sol y la sombra de “las tardes sosegadas de
junio”, al fin relativizan la ausencia porque, como dijo Vladimír
Holan, “al poeta no se le perdona ni la muerte”.
En
definitiva, Álvaro Valverde nos entrega sus ideas, sus recuerdos,
con la serena belleza del verso medido, reposado, que indaga en el
fluir del tiempo, en la naturaleza, para extraer de ella pura
filosofía tamizada por los ojos y la mente del poeta, ser
contemplativo y reflexivo que expresa con hondura la realidad
cotidiana pues para el bardo extremeño leer y escribir es vivir, no
darse por vencido.
Gregorio
Muelas Bermúdez
Reseña publicada en el nº 6 de CRÁTERA Revista de crítica y poesía contemporánea
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