viernes, 8 de octubre de 2021

Devoción de las olas. Mónica Manrique de Lara

 



Devoción de las olas
Mónica Manrique de Lara
Isla Negra Editores / Crátera Editores, San Juan / Valencia, 2020


Devoción de las olas, bellísimo título de reminiscencias machadianas, es una acabada ópera prima, y digo bien porque no es usual encontrar en el panorama lírico de nuestros días un primer poemario tan maduro, tan hecho, tan propio. A pesar de su carácter inaugural, ya podemos advertir en sus composiciones una voz particular, un acento inequívoco, que la poeta granadina afincada en Jerez de la Frontera ha sabido imprimir a sus versos, algo nada fácil en un contexto como el actual, donde abunda una especie de ortodoxia donde se prioriza la forma al fondo; los poemas de Mónica Manrique de Lara, en cambio, son de hondo calado. He aquí una obra en marcha con mucho futuro, una promesa que se hace realidad conforme se inmersiona en sus páginas.


Pocas veces una primera obra ha provocado el asombro y la rotundidad de Devoción de las olas, ahora me viene a la mente el impacto que en su día tuvo la ópera prima de otra admirable poeta, ya legendaria en nuestras letras: De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, de Blanca Andreu, que mereció el Premio Adonáis de 1980. En esta ocasión el premio para la poeta han sido las numerosas muestras de admiración y cariño, unas veces en forma de reseñas y otras de comentarios entusiastas. Hacía tiempo que un primer poemario no concitaba tantas opiniones a favor.


Devoción de las olas inaugura la colección “Atlántida” de Crátera Editores, en coedición con Isla Negra, de Puerto Rico, que dirige el poeta Carlos Roberto Gómez Beras, en un abrazo lírico que tiende un puente de unión entre las dos orillas. He aquí un libro de una belleza insólita, donde abundan las imágenes de gran plasticidad, “imágenes de saludable empuje sensorial”, ha dicho José Luis Morante, y donde la metáfora encuentra su punto justo.


El poemario, de una exquisita factura, con una sugerente imagen de cubierta de la artista rumana Raluca Caragea y un celebratorio comentario de contraportada firmado por Francisco Vaquero Sánchez, se divide en tres partes simétricas: “El sendero”, “Las manos” y “El fondo del agua”, que se articulan en torno al anhelo, no es baladí que las palabras “retorno” y “regreso” se sucedan a lo largo del libro, como ancla en el limo, tal vez por eso en todos los poemas Mónica Manrique de Lara prescinde del punto final.


Gregorio Muelas Bermúdez



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