domingo, 17 de febrero de 2019

Desierto. Manuel Emilio Castillo

 
 


Desierto
Manuel Emilio Castillo
Ediciones Vitruvio, Madrid, 2018
 
 
Nacido en Castellón en 1951 y actualmente afincado en Valencia, Manuel Emilio Castillo ingresó en el Grupo de Poetas del Ateneo de Castellón, donde presidió su Aula de Poesía. En 2004 publicó su primer poemario, Hierba nueva (Instituto de Estudios Modernistas), al que siguió en 2007 La morada del ocaso (Instituto de Estudios Modernistas), con el que fue finalista en los Premios de la Crítica Valenciana, candidatura que volvería a repetir con su siguiente obra, Revelación (Obrapropia, 2009).

Desierto es el tercer poemario de la trilogía que Manuel Emilio Castillo inició con Diálogos inter nos en 2012 y continuó El árbol del silencio en 2015, los tres publicados por Ediciones Vitruvio en la prestigiosa Colección Baños del Carmen. Desde hace unos años el poeta castellonense viene demostrando una madurez expresiva que se manifiesta en la configuración de un estilo propio que adopta la forma libre sobre un fondo en apariencia hermético, con un magistral empleo de la paradoja y la antítesis, que busca alcanzar la belleza con la destreza de la soledad.

En cuanto a su estructura, el libro se compone de setenta y siete poemas divididos en tres grandes apartados con los significativos epígrafes: “Espejismos”, “Oasis” y “Encuentro”, títulos que revelan un itinerario por las arenas versificadas de un desierto interior en una búsqueda personal, íntima, “adherido a un recorrido hacia mí mismo”, dirá el autor en “Confidencia”.

El volumen se inicia con un breve poema a modo de pórtico, que dice:

Aquí habita la nada,
la memoria de la soledad,
el don del silencio.
La voz que late en el corazón del desierto.”

Manuel Emilio Castillo nos invita a adentrarnos en un territorio de tiempo y palabras que iremos descubriendo en sucesivas etapas, un territorio que como el guía en la Zona de la película Stalker de Andrei Tarkovski no se debe cruzar en línea recta pues a menudo se ciernen vacíos que requieren de regresos para avanzar.

Entre “Umbral de luz” y “Realismo mágico”, que dedica a la poeta castellonense Rosa María Vilarroig, encontramos veintidós “Espejismos”, en realidad veintidós reflejos frente al espejo, que devuelve distintas formas de la realidad de un poeta que se inventa a si mismo “como ave fénix de los sueños, que halla refugio en la desolación”.

El tema principal del libro es, sin duda, el amor a la poesía, “verdad pura”, así dice el poeta: “El amor habita mis poemas, / mas reencarno una y otra vez su anhelo”, y antes: “Ensimismado en el amor, / recorreré ese lugar perdido, / hasta encontrarte”. Manuel Emilio Castillo canta al amor desde la lejanía para encontrarse: “Allí pernoctan el amor y el desamor, / que durarán como yo. // Acaso te halle / acaso sea yo. / Yo, entre mis poemas.”

En la segunda parte, “Oasis”, el poeta llega a ese remanso, milagro, “oasis de placidez” donde dice hallar su ser, su hogar y su patria, después de vencer los estragos de un inmenso baldío sembrado de parajes nómadas. Allí halla la evidencia: “todo es falso, todo es cierto, / excepto tú”. Bajo la tempestad, contra un “viento asceta” el poeta, sin embargo, sigue buscándose en primera persona, las palabras escondidas que se alojan en su conciencia pues “el suceso que da motivo a mis versos, / es tan mío que conmigo morirá”. Aquí el poeta prosigue su andadura “entre obstáculo y obstáculo” para acercarse a lo invisible, para ver al amor que es la poesía y su mirada inédita, aquella que desvela y que hace hablar al barro pensante que es el poeta. En esta parte hay dos poemas, “Gracia y obra” y “Versos a la poesía”, que constituyen el epicentro del libro, donde el autor le exhorta: “te haré hablar con mi voz”. Más adelante expresa su “Tesis”: “Como rayos internos, en pos de la plenitud. // Escribo mi vida para vivir”. Concluye esta parte definiendo el libro como “nido de papel” y proclamando una alianza para mantener, dice, “nuestro idilio intacto”.

La tercera y última parte, “Encuentro”, supone el desenlace de un viaje “de emociones, de intrigas y suspiros”, aquí el poeta encuentra en su instinto el ritmo que perdió en un desierto nublado, así escribe en “Vuelco”: “Tú guías mi voluntad, / el derrotero de la semántica, / la urdimbre de las formas y del sentido, / la querencia de la sensibilidad”. El poeta declara su amor desconocido, “el yunque de mi razón”, “un enamoramiento hasta la agonía” donde “estas hojas”, las que constituyen el libro, “buscan el cielo”. Es tan perpetuo su testimonio que al fin declara: “Eres el impulso que impide rendirme”. Sin embargo, el poeta permanece anónimo, “rehén de lo increíble” y dice: “¡Dime tú quién soy!”.

En el trayecto final hacia el Todo que es la Poesía, edén o paraíso ignorado, el autor devuelve sus poemas confiando en que “volverá la palabra / como una centella en el desierto”. Con un “soplo utópico” el poeta espera la aparición, “el culto de mi fin y el misterio de la vida”, para hallar la convergencia donde está “la clave del verso” y escuchar su “armonía silenciosa” una vez “ganada la batalla al dolor”. El poemario culmina con un bellísimo “Desiderátum”, “consumado por lo definitivo”.

En definitiva, Manuel Emilio Castillo despliega un discurso coherente, metafísico, metapoético, en suma trascendente, que se enfrenta con denuedo a la inminencia de la Nada, aunque al final solo quede su “polvo sobre epítetos y metáforas. / Polvo diseminado sobre una concordancia muda”.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



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