lunes, 4 de febrero de 2019

Annie Hall ya no vive aquí. Boris Rozas

 
 


Annie Hall ya no vive aquí
Boris Rozas
Editorial CELYA, 2018
 
 
Desde el propio título, Annie Hall ya no vive aquí, el nuevo poemario de Boris Rozas Bayón, nos traslada al ambiente cinematográfico estadounidense de los años setenta, por una parte remite a la protagonista de la primera de las obras maestras de Woody Allen, Annie Hall (1977), mítica comedia romántica donde el director de Manhattan narra el conflicto de una pareja de neuróticos; y por otra a una de las primeras películas de otro genio neoyorkino, Martin Scorsese, Alicia ya no vive aquí (Alice Doesn´t Live Here Anymore, 1974), que narra las vicisitudes de una mujer para mantener a su hijo después de la muerte de su marido en un viaje por Nuevo México y Arizona, de Socorro a Tucson. Las brillantes interpretaciones de Ellen Burstyn y Diane Keaton, que les valieron el Oscar a la Mejor Actriz en 1974 y 1977, respectivamente, parecen ser la fuente de inspiración de la nueva obra del poeta hispano-argentino, por la que ha merecido el XVI Premio Internacional de Poesía “León Felipe” de Tábara 2018, galardón que se suma a la larga lista de reconocimientos que ha recibido recientemente, como el Primer Premio en el IV Certamen “Umbral de la Poesía”, organizado por la Asociación Cultural HABLA de Valladolid, por Las mujeres que paseaban perros imaginarios (PiEdiciones, 2017).

Boris Rozas ya había demostrado su fascinación por la ciudad de los rascacielos en un poemario anterior, Ragtime (CELYA, 2012), con el que obtuvo el I Premio de XVI Certamen de Poesía “Villa de Ermua” 2010 y que comparte con el que nos ocupa más de una característica. Ahora nos encontramos con un poeta en verdadero estado de gracia, que ya es poseedor de un estilo reconocible, firme, maduro.

Vuelve a publicar Editorial CELYA en su colección “Generación del Vértice”, con un sugerente diseño de cubierta de Carolina Bensler, donde se muestra una imagen del Empire State Building, y un sucinto comentario de contraportada de Diego Puigcercús.

Boris Rozas organiza los poemas en cinco partes con epígrafes harto significativos, como el primero, “Lowcost”, donde el autor refiere en cinco actos el viaje de ida a una tierra prometida, país de sus sueños cinéfilos, pero también del desencanto, donde el reloj se aletarga en las salas de espera “donde un equipaje es como un hogar / en construcción permanente” y donde una maleta “sabe inevitablemente / a eterna despedida”, pero que también semejan una bienvenida, una visión entre la urgencia y la complacencia que Boris Rozas expresa en versos blancos con intención crítica.

En “Permiso concedido”, el autor confronta su mirada con las imágenes de los libros de texto para trazar una lírica panorámica sobre los “nidos verticales” y las “viejas bahías” de Nueva York, así entre el bullicio de la ciudad y el silencio del poeta se mezclan el paisaje urbano y la evocación de José Hierro en el puente de Brooklyn (“El viejo olmo que aún vigila los cadáveres del río”), en una especie de alucinación sobre un fondo otoñal, donde el poeta enfrenta su ars poetica con su corazón, que le devuelve la nostalgia y el rostro de la amada, cuyo físico recuerdo se imbrica con la arquitectura de la ciudad.

Boris Rozas entona “Anchong” a ritmo de jazz en diez composiciones donde el lenguaje adapta el ritmo de las partituras de John Coltrane. Frente a un horizonte de áticos y grúas el poeta reclama la “libertad para sentirme enjaulado entre las letras” y es que todo el libro constituye una suerte de metapoemario donde el autor reflexiona sobre su quehacer para creerse “marca comercial”, mientras hilvana un discurso paralelo donde denuncia las injusticias del capitalismo porque “no siempre ganan los que más tienen”.

En “La primera vez que salté por una escalera de incendios”, se suceden los lugares como hitos en el tránsito melancólico del poeta: Washington Square, Greenwich Village, Christopher Street, Columbus Circle, Grand Central, el Bronx… donde la soledad y la pérdida se adueñan del amor y los recuerdos.

Cierra el poemario la parte que da título al conjunto, donde Boris Rozas vuelve sobre sus pasos, como “uno de tantos”. Aquí el lenguaje se aproxima a la imagen de inspiración surrealista, no hay más que ver estos versos: “el futuro / es un puñado de manzanas silvestres / adornando la entrada / a los garajes del parking”. Del realismo al onirismo, así podríamos definir el nuevo trabajo de Boris Rozas, que destaca por su solvencia y gran variedad de recursos para resolver bien los versos.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



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