miércoles, 18 de marzo de 2020

101 Crímenes de Valencia. Jaume el Barbut

 
 
 
 
101 Crímenes de Valencia
VV.AA.
Vinatea Editorial, 2019
 
 
Jaume el Barbut


    “Jaume el Barbut” le llamaban en su pueblo natal, Crevillente, o “Jaume el de la serra” los habitantes de Elche y alrededores, pero él era Jaime José Cayetano Alfonso Juan, Sargento Mayor. Sus años de bandolero pertenecían a un pasado oscuro del cual se redimía persiguiendo y capturando a otros bandoleros y fugitivos. Además, él había sido un héroe de la guerra de guerrillas contra el invasor francés, combatiendo a las tropas del general Soult en emboscadas que dificultaban la logística del ejército de Bonaparte en el suroeste de Alicante y Murcia. Paladín más tarde de la causa realista en los convulsos años del gobierno liberal, “el Deseado”(*) lo había indultado, por tanto, tenía motivos suficientes para sentirse orgulloso de la culminación de una carrera de la que hubiera debido esperar un fin más bien trágico.

    Aquel día de primavera de 1824 nada hacía presagiar que sería totalmente aciago. Un cielo libre de nubes le había saludado aquella mañana en la que había sido convocado a la cárcel de Murcia, cuyo consistorio le había nombrado sargento un año antes. Como en otras ocasiones, se había vestido con sus mejores galas para recibir órdenes, una rutina que formaba parte de su cargo y que asumía con absoluta displicencia. Durante el trayecto a la cárcel le fueron saludando varios transeúntes que admiraban su generosidad y nobleza pues conocían esa particular parte de su historia en la que había asaltado a los viajeros ricos para beneficiar a los más necesitados.

    Al llegar al umbral de la entrada del recinto penitenciario le embargó un presagio, una amarga sensación que creía haber olvidado y que le devolvió por un instante a los recónditos caminos pedregosos donde anduvo tanto tiempo y donde la muerte parecía esperar en cualquier recodo. No obstante, convencido de lo irracional de tal presagio, decidió atravesar la puerta principal con su habitual resolución para cumplir con sus obligaciones. Ya en el interior, esa sensación, que creía momentánea, se fue acrecentando a cada paso que daba hacia el despacho del Alcaide, quien con semblante adusto y flanqueado por varios guardas, le esperaba de pie detrás de la robusta mesa de roble. Tras ingresar en la estancia, uno de los guardas procedió rápidamente a cerrar la puerta al tiempo que otros dos se abalanzaban sobre él para agarrarlo firmemente por los brazos:

- ¡Quieto, queda usted detenido por orden del rey! – pronunció el Alcaide en alto.
La estupefacción cubrió el rostro de Jaume, que azorado apenas alcanzó a pronunciar:
- Pero… ¿cómo? ¿por qué?
- Está usted acusado de robo y asesinato, al fin deberá pagar por sus crímenes y excesos – respondió el Alcaide.
- Pero si fui eximido por el rey, debe tratarse de un error... - exhaló mientras trataba de forcejear con quienes lo retenían.
- ¡No se hable más!, llévenlo inmediatamente a una celda donde permanecerá encerrado hasta el día de su ajusticiamiento.

    Las gotas de lluvia le resbalaban por el rostro, ese día, 5 de julio, la mañana se presentaba ventosa, desapacible, plomiza, en la céntrica plaza de Santo Domingo. Frente al cadalso se había reunido una pequeña multitud que le contemplaba con una extraña mezcla de curiosidad, resentimiento y tristeza. Entre las tupidas nubes y él oscilaba la soga de la horca, gruesa, amenazadora, cuya firmeza revisaba el juez junto a aquel al que debía ordenar accionar la palanca que separaría los pies del condenado de la tarima de madera que sostenía su cuerpo. Tras semanas de confinamiento en una apestosa celda, finalmente Jaume abandonaría este mundo con la sospecha de la traición por parte de aquellos que, en secreto, lo habían auspiciado.

    Atado de pies y manos por la Justicia, aquella por la que creía haber luchado, empezó a recordar sus años fuera de la ley, allá en la sierra. Pero su primer pensamiento sería también el último pues sin saber por qué empezó a rememorar uno de los episodios más truculentos, donde tras un desesperado intento de huida un miembro de su antigua cuadrilla acabó con la vida de un miliciano del rey.

    Mientras retrocedía rápidamente en el tiempo, Jaume no podía dejar de inquietarse por la naturaleza de un recuerdo que parecía comprometer su pasado. Son las trampas de la memoria, acabó pensando.

    Fue antes de la invasión de Napoleón, Jaume se encontraba con Miquel, uno de los miembros más destacados de su cuadrilla y que se había ganado fama de hosco e impetuoso, cuando llegó a la aldea un destacamento de la milicia. Hacia dos días que permanecían ocultos pues desde el gobierno de la provincia se había dado orden de busca y captura de cualquier integrante de la banda que continuamente alteraba el comercio en la región. Por fortuna, algunos lugareños, los desfavorecidos, se habían aliado con la causa de Jaume dándole pan y cobijo. Pero ese día el destacamento era mayor y en lugar de interrogar a los aldeanos, decidieron registrar directamente las casas, una por una. Escondidos en una estrecha cuadra de una finca de las afueras, los dos fugitivos oían el trasiego de botas que iban y venían por toda la población. A Jaume le resultaba cada vez más difícil contener a Miquel pues los nervios de este se iban desbordando conforme se aproximaban las voces de los milicianos.

    Poco después alcanzaron a escuchar las palabras del jefe del destacamento, que avisó con colgar a todo aquel que osara proteger a alguno de aquellos bandidos que durante meses habían puesto en jaque el tránsito de mercaderías, este bando alarmó tanto a Miquel que, sin mediar palabra con Jaume, decidió emprender la huida por su propia cuenta y riesgo. Jaume, un tanto sorprendido, solo pudo ser testigo mudo de los hechos que se desencadenaron a continuación.

    Temiendo ser acorralado, Miquel, trabuco en mano, había emprendido la escapada hacia un muro próximo, cuando a mitad camino fue descubierto por dos hombres de avanzadilla, quienes de inmediato le instaron a detenerse, la reacción de Miquel fue instantánea pues de un disparo acertó en el pecho a uno de los milicianos, que quedó tendido en tierra mientras su compañero trataba de ponerse a cubierto. El trabucazo atrajo de inmediato al resto del destacamento, que desplegándose en círculo trataron de cercar al fugitivo, que jadeaba detrás del muro de adobe de un huerto.

    Jaume contemplaba la escena que entendía como un sacrificio involuntario por parte de Miquel pues el incidente concentró la atención de los milicianos en el punto donde aquel se debatía desesperadamente entre la vida y la muerte. Jaume no tardó en aprovechar la ocasión para escapar de aquel lugar, mientras Miquel, resignado, inerme, comprendió que ya no disponía de ninguna posibilidad, y al intentar correr hacia unos riscos fue brutalmente acribillado por una docena de fusiles que salpicaron de rojo los arbustos cercanos.

    El silencio que siguió convenció a un Jaume sin aliento de que finalmente había conseguido ponerse a salvo. Pero en ese preciso instante sintió una repentina caída al tiempo que un tirón desgarrador en el cuello. Su vista se borró para siempre mientras su cuerpo se balanceaba inerte en el vacío. (**)


(*) Fernando VII
(**) Tras su ejecución y con el fin de aleccionar a quien tuviera la tentación de seguir sus pasos, fue descuartizado y sus miembros, fritos para evitar que se descompusieran, se exhibieron para escarmiento público, su cabeza en Crevillente, y sus extremidades en Hellín, Sax, Fortuna, Jumilla y Abanilla.


Gregorio Muelas Bermúdez


No hay comentarios:

Publicar un comentario