miércoles, 7 de octubre de 2020

Ocho sonetos fúnebres. Luis López Suárez




Ocho sonetos fúnebres

Luis López Suárez

Cuadernos "Heracles y nosotros", Gijón, 2020

 

Cuadernos “Heracles y nosotros” publica su n.º 30, Ocho sonetos fúnebres, del poeta ovetense Luis López Suárez. La célebre colección de poesía con sede en Gijón se ha ganado un justo prestigio gracias a sus dos denominadores comunes, la calidad y la elegancia. En cuanto al primero no hay más que ver su esmerado catálogo, con nombres como los de Jaime Priede, Jordi Doce, Miguel Floriano o Sandra Sánchez, por citar algunos con los que uno mantiene trato y tiene cierta afinidad. Por lo que toca al segundo, sus ediciones no venales en papel y cartulina verjurado, numeradas y firmadas por sus autores son una auténtica delicia, un auténtico dechado de sencillez.


La plaquette viene ilustrada por tres sugerentes infografías de Luis Rodríguez-Vigil, ubicadas al principio, mitad y final del escrito, que en contra del título del conjunto se compone de diez sonetos, pues a los ocho citados en la portada hay que sumar los que actúan como prólogo y epílogo.


El cuaderno se inaugura con una significativa cita del Cantar de los Cantares, que emparenta la fortaleza del amor con la de la Muerte, de este modo se nos introduce en la materia de los versos pues ambos serán los motivos principales de los sonetos aquí reunidos. Sonetos de factura impecable, de un excelso clasicismo que funciona como un preciso mecanismo de relojería, de este modo a la fría concepción de la forma, de acuerdo con el canon en cuanto a longitud de los versos, endecasílabos, rima, consonante, y ritmo, en sexta, “mármol lunar”, se añade el fondo pasional de sus cuartetos y tercetos, “luz solar”, y juntos amalgaman esa suerte de pugna entre el dolor por la pérdida y la esperanza del reencuentro, una pugna que el tiempo pergeña a nuestro paso, demasiado breve, por la vida.


Porque “la tierra es leve” y, en cambio, “el tiempo pesa”, Luis López Suárez firma estos cantos al amor ausente, ese que no puede recordar sin dolerse y al que no puede nombrar porque el silencio le vence, con la palabra viva, escrita, esa que alivia y que como memoria resiste, pues aunque al final “sueño y muerte son lo mismo”, no hay mejor manera de volver atrás “las albas, los ocasos” que compartir el dolor bellamente.

 

 Gregorio Muelas Bermúdez


 

 

 

 

 

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