Gusanos de seda
José María Jurado García-Posada
JMJ, Badajoz, 2016
El poeta sevillano José María Jurado García-Posada
publica su quinto poemario, Gusanos de
seda, en una bella edición del autor. Tanto el título como la ilustración y
diseño de la portada, dos gusanos sobre un fondo que imita la textura y el
color de la seda, obra de Pablo Pámpano Vaca, son muy sugerentes y albergan,
como si de un capullo se tratara, treinta y tres poemas de delicada factura y
honda materia.
José María Jurado ha enviado a imprenta La memoria frágil (Diputación de
Cáceres, 2009), Plaza de toros (Isla
de Siltolá, 2010), Tablero de sueños
(Isla de Siltolá, 2011) y Una copa de
Haendel (Isla de Siltolá, 2013), cuatro poemarios en los que ha templado su
pluma y madurado su voz hasta culminar en el libro que nos ocupa, un volumen
donde el autor ha depositado su amplio bagaje cultural con actitud crítica
hacia una realidad adversa y maniquea.
Uno de los grandes atractivos del poemario lo encontramos
en su contraportada, donde podemos leer dos breves comentarios sobre el mismo
firmados por dos grandes poetas: Luis Alberto de Cuenca y Antonio Colinas,
poetas culturalistas que con sus sabias palabras enmarcan la obra en un
renovado contexto cultural donde José María Jurado destaca con luz propia,
heredero de aquellos en cuanto a intereses y referencias pero enteramente
actual en la pluralidad de temas que trata.
Una cita de la Eneida
de Virgilio acompaña la dedicatoria a la memoria del padre del autor, que
clausura el libro con una fotografía donde aparece éste alzando con amor al
hijo recién nacido, y es que una aureola de ternura rodea un libro que es una
delicadeza en sí mismo.
El poemario se nos presenta sin división interna en
partes, como un continuum de poemas
de ritmo imparisílabo, con predominio del endecasílabo y el alejandrino. En el
poema inaugural, que titula el libro, el autor establece un símil magistral
entre el sueño de la metamorfosis de los gusanos en su caja de cartón y el
sueño eterno al que el hombre está abocado. En “Águilas, 14” el nombre de una
calle de Sevilla le devuelve a la casa materna, por donde desfilaron las
águilas de Roma, y antes los fenicios, y ahora el recuerdo emocionado de la
última “tarde clara de verano”.
Como digno continuador de la estética culturalista,
José María Jurado despliega un amplio abanico de referencias culturales: literarias,
Thomas Mann y sus Buddenbrooks en “Última
Navidad en la Mengstrabe”; pictóricas, Diego Velázquez en “Pavana para una
infanta difunta”, o Juan Sánchez Cotán en el bellísimo soneto “Bodegón”, que
recrea una de sus célebres naturalezas muertas. También grandes poetas son objeto
de homenaje: Fernando Pessoa en “Lisboa
antiga”, y Antonio Colinas en “Giacomo Casanova lee Sepulcro de Tarquinia en la biblioteca del Conde de Waldstein, en
Bohemia”. El cine es otro de los temas que animan al poeta a tomar la pluma con
fervor e ingenio, es el caso de La dolce
vita en el felliniano poema homónimo, o en el leoniano “Spaghetti Western”.
Otros temas e intereses también encuentran acomodo en sus versos, como la
música: de Robert Schumann en “Un piano en el Rhin”; de The Beatles en “Let it be”, donde rememora la historia
de la mítica banda de Liverpool al son de uno de sus grandes éxitos; o del
minimalista estonio Arvo Pärt en “Spiegel im Spiegel”. Y la filosofía en
“Heideggeriana”, donde reflexiona sobre el ser como un viento al que suplica: “Tú que agitas las copas de los árboles/
sacude nuestra angustia al filo de la muerte/ y extiende nuestro tiempo más
allá del abismo”.
Pero si hay un espacio mítico es Roma, la Ciudad
Eterna parece condensar las aspiraciones del poeta, cuyos pasos se ahondan en
algunos lugares emblemáticos, como el “antiguo
estadio de Domiciano” en “Luna llena en Piazza
Navona”, la Fontana de Trevi en “La
dolce vita”, y el barrio de Trastévere en “Instagram”. José María Jurado es un poeta cosmopolita y culto, que
borda con primor las palabras, que teje con hilos de oro, su andadura le lleva
por remotos derroteros históricos y geográficos en un curso personal y único
hasta desembocar en el emocionante poema epílogo “Entre dos fotografías”, la
que figura en la anteportada, que retrata al autor en Via Veneto, y la que citamos anteriormente, entre ambas median
cuarenta años y se inserta el poemario, aquí la memoria del padre alcanza su
punto álgido, y el tono elegíaco, que domina todo el libro, su fin y su
principio: “Son sagrados los restos de la
vida/ y aunque nada hay de ti en esta urna,/ pues gozas de la gloria de los
justos,/ yo la levanto al sol y digo padre,/ padre mío que estás en los cielos/
ahora y en la hora de mi muerte.”
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