Calles/ Carrers
André Cruchaga
Traducción al catalán Pere Bessó
Imprenta y Offset Ricaldone, El Salvador, 2017
PRÓLOGO
OFICIO
PARA SONÁMBULOS
Corta
la vida o larga, todo
lo
que vivimos se reduce
a
un gris residuo en la memoria.
Ida
Vitale
La
poesía de André Cruchaga es un apasionante viaje iniciático por
las calles más intrincadas y oscuras del alma humana, unas calles
humedecidas por el relente de la melancolía, porque el paisaje de
fondo que se vislumbra en sus poemas no es más, ni menos, que un
reflejo bruñido de nuestro interior más torturado. Un fondo, por
otro lado, plagado de contrastes, al que el poeta salvadoreño ha
sabido aplicar la forma idónea, el poema en prosa.
André
Cruchaga hace poesía del conocido aserto de José Saramago, según
el cual el Nobel portugués decía escribir para desasosegar, es
decir, para incomodar la sensibilidad del lector con la intención de
poner en crisis el sustrato de su conciencia. Para ello, el autor
recurre a un lenguaje incisivo a la par que efectista para provocar
ese despabilamiento
capaz de abstraer al individuo del confortmismo
más inocuo y vacío. Porque la vida duele y somos herida abierta,
André Cruchaga indaga en sus extremos con el poder que le otorga la
palabra encendida.
A
priori no resulta sencilla la lectura de los versos de Cruchaga, que
es capaz de llevar el lenguaje al más alto nivel de inventiva,
llegando a asumir los presupuestos surrealistas. Así las metáforas,
tan deslumbrantes como crípticas, se suceden e hilvanan de un modo
muy singular. Sin duda, André Cruchaga exhibe un estilo propio, sin
parangón en el ámbito latinoamericano actual, que gracias a su
innegable calidad estética, forjada en el yunque del culteranismo
más ecléctico y vanguardista, con más espacios de sombra que de
luz, y merced al ritmo subterráneo de su escritura, ha conseguido
trasponer fronteras, tanto físicas como idiomáticas, así sus
libros han visto la luz en Estados Unidos, México y Cuba, y sus
versos se han vertido a diversas lenguas, como el francés, el
inglés, por Grace B. Castro H., el euskera, el catalán, de la mano
de Pere Bessó, y el rumano, gracias, entre otros, a Elisabeta Botan
y Andrei Langa. Un cosmopolitismo que dice mucho del eco y alcance de
su obra.
Y
es que a André Cruchaga ninguna palabra le es ajena, ninguna se
resiste a formar parte de su discurso, un discurso, por otro lado,
que fluye torrencial y cadencioso, como expresión cifrada de un
pensamiento crítico. De ahí que su léxico sea asombrosamente
amplio, con un uso eficaz de la sinestesia, el clímax y otras
figuras retóricas, dispuestas al servicio del ideario poético de su
autor, siempre fiel a su estética, de la que se desprende una
reflexión sobre el sufrimiento y la angustia. Podríamos tachar a su
poesía de existencialista y sería insuficiente para definir una
propuesta que en verdad supera cualquier etiqueta, todas parecen
exiguas para abarcar los múltiples matices de unos poemas de esencia
onírica.
Una
extensa cita de Joan Brossa, referente del poeta, a modo de proemio
(conviene nombrar a otros autores, como Efraín Huerta, Vicente
Huidobro, Ida Vitale o José Martí, o los franceses Jacques Prévert,
Louis Aragon o Paul Éluard, a los que el poeta cita entre sus
páginas y que permiten reconocer algunas de sus influencias) abre
paso al “Litoral” de versos que transitan por las calles de un
libro complejo, metafísico, que es un dechado de significantes y
significados. Si antes se hacía alusión al culteranismo, ahora se
podría hablar de un conceptismo barnizado por el influjo de la
vanguardia. André Cruchaga bebe de muchas aguas para calmar su
ansia, pero es su enorme capacidad dialéctica y la plasticidad de
las imágenes que crea las principales características de un estilo
tan elocuente como preciso.
Los
ochenta y tres poemas que integran este libro se erigen en otras
tantas maneras de interpretar el mundo, el mundo propio del poeta,
que, con su decir particular, único, enuncia la estrecha relación o
permanente vínculo que hace de las cosas un flujo continuo. No es de
extrañar que estos poemas no se agoten en una sola lectura pues
exigen del lector una atención metódica, solo así, tras sucesivas
lecturas, podrá advertir los numerosos senderos que se bifurcan, la
multiplicidad de matices y aristas, el tono de denuncia que vierte en
su poesía.
Nos
hallamos ante poemas que se estratifican en diversas voces,
expresadas en letra normal y en cursiva y habitualmente marcadas por
paréntesis, guiones o corchetes. Ciertamente no existe mejor forma
de enunciar este vehemente discurso contra la intolerancia. Pero si
algo caracteriza el estilo de Cruchaga es el particular tratamiento
que hace de los temas que le preocupan: la muerte, porque el poeta
sabe “de antemano que toda la carne va a dar a la tierra”, como
“tardío colofón de epitafios”; la angustia, o el miedo.
Cualquier poema, extraído al azar, es un paradigma, tal es la
inquietud del poeta por descifrar la verdadera raíz del sufrimiento.
Otro
de los grandes logros de la poesía de André Cruchaga es su
capacidad para hacer concreto lo abstracto a través de la creación
de imágenes de un gran poder sugeridor y una asombrosa fisicidad,
cuya interpretación coadyuva a contrarrestar los efectos
deshumanizadores del gran capital. Sin duda, nos hallamos ante una
poesía que no pretende dejar indiferente a nadie, pues el oficio del
poeta debe ser alertar al lector u oyente sobre las presumibles
consecuencias de un mundo que navega a la deriva y que amenaza con
arrastrar al hombre en su vorágine, pues éste, libre de su
albedrío, se devana en trivialidades propias de un incipiente estado
de sonambulismo.
Gregorio
Muelas Bermúdez
Catarroja,
Valencia, abril de 2017
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