jueves, 11 de junio de 2015

El himno en la elegía. Antonio Gracia

 


El himno en la elegía
Antonio Gracia
Algaida Editores, Sevilla, 2002

Tras lustros de silencio, el poeta alicantino Antonio Gracia volvió con inusitada fuerza a la palestra con Hacia la luz en 1998 y desde entonces no ha dejado de publicar periódicamente y cosechar importantes premios: Libro de los anhelos (1999), Reconstrucción de un diario (2001), La epopeya interior, Premio Fundación Fernando Rielo en 2002, El himno en la elegía, VI Premio de Poesía “Alegría” del Ayuntamiento de Santander en 2002, Una elevada senda, premio Paul Beckett de la Fundación Valparaíso en 2004, Devastaciones, sueños, XII Premio de Poesía “José de Espronceda” de Almendralejo en 2005, La urdimbre luminosa, Premio de la Crítica Valenciana en 2008, y más recientemente Hijos de Homero, II Certamen de Poesía José Verón Gormaz de Calatayud en 2009, La condición mortal (2010) y La muerte universal (Cosmoagonías) (2012), además de las antologías Fragmentos de identidad, Fragmentos de inmensidad, El mausoleo y los pájaros y Devastaciones, sueños.
El poemario que nos ocupa, El himno en la elegía, se abre con un prólogo explicativo de Ángel L. Prieto de Paula, donde hace un sucinto recorrido por la obra del autor desde sus inicios con La estatura del ansia (1975) hasta su resurrección como poeta público tras un largo período de silencio. El poemario se divide en tres partes sin más título que el número que los ordena, en total veintisiete poemas con un ritmo que ralla la perfección y el empleo mayoritario del verso endecasílabo y heptasílabo de rima libre, seguido del alejandrino.
Amanece en la sombra (Causa), así comienza esta indagación metafísica sobre la condición del hombre y su posición en la naturaleza. En esta primera parte es el anhelo de eternidad, que a menudo se trueca en dolor y muerte, el que sobrevuela unos versos armonizados por la constante referencia a la naturaleza como marco del deseo insatisfecho, pero también de la dicha plena. Sin embargo, se advierte un elevado tono de melancolía, así la oscura realidad acaba convirtiéndose en ese paisaje que el poeta ve, un mundo donde fluye la materia inerte que en verdad somos, no obstante existe un paraíso que aunque leve alivia la desolación a través de la pasión por la escritura, como si la palabra escrita fuera el único asidero posible para trascender los límites que impone la nada para seguir siendo. Las estrellas y la luna delatan la nocturnidad del alma de un poeta que busca el sosiego en la contemplación que alboroza el corazón y calma la melancolía.
En la segunda parte, la noche es el marco donde la belleza emerge y se disipa, dejándonos tras el éxtasis inicial el tormento por querer poseerla, es por ello que el hombre busca desde tiempos inmemoriales (hace un millón de años…) la luz que haga de la soledad meditación profunda, de nuevo la naturaleza adquiere un protagonismo capital como telón de fondo donde se desarrolla el drama de la existencia, un drama, sin embargo, donde aún tienen cabida el himno, el renacer y la alegría.
La tercera parte es la más breve pero también la más densa y cosmológica, en apenas seis poemas Antonio Gracia consigue el milagro de iluminar la noche y el universo con el fuego de la conciencia, de ahí la “La oscuridad fulgente” y la sombra luminosa, ese espacio donde es posible el paraíso, donde la muerte no es la nada.
Himno y elegía se reparten a partes iguales unos versos que tratan de conjurar la soledad a través de la magia de las bellas palabras, así es la vida, alegría y dolor, y en este caso tragicomedia de Antonio por su arte y Gracia.


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