Los
secretos de la guerra
Rafael
Coloma
Ediciones
Bassarai, Vitoria-Gasteiz, 2002
Sin duda, Rafael Coloma
fulgura en el firmamento de la poesía valenciana como una de sus figuras más
relevantes, su peculiar estilo, fruto de una intensa labor de experimentación
formal, alcanza en el volumen que nos ocupa, Los secretos de la guerra, una cota de madurez. Su poesía, única e
inclasificable, parte de la prosa para desembocar en un profundo lirismo.
Publicado por la ya
desaparecida editorial vasca Ediciones Bassarai en su colección de poesía, que
dirigiera Kepa Murua, este poemario de título casi goyesco es un muestrario de
impresiones y recuerdos dibujados sobre el asfalto de una mirada furtiva.
El volumen se abre con una
enigmática cita de un editorial de El
País y una frase de Roberto Bolaño sobre el (sin)sentido de la vida que nos
pone sobre la pista de una lectura que discurre sin supercherías por los
vericuetos de la vida y la vecindad de la muerte, nos enfrentamos ante una
lectura de una autenticidad hiriente por su planteamiento descarnado y sin
ambages de una realidad que irremediablemente acabará esfumándose.
El poemario se inicia con un
poema fechado en Berlín en 1994, que actúa a modo de prefacio, donde el poeta
se siente acuciado por la proximidad del fin, donde ese otro yo, el doble que
nos creamos ante el espejo, se va desvaneciendo con el paso de los años hasta
dejarnos a solas con la nada: No será
fácil estar condenado al perpetuo recuento de monedas fuera de curso. Y
concluye con otro poema fechado también en Berlín en el año 2000 que, esta vez
a modo de epílogo, relata el último día, el encierro definitivo de alguien que
anduvo por sus calles perdido.
En cuanto a la estructura,
el poemario se articula en torno a tres partes. En la primera, “Los recursos
del invierno”, Coloma define con atino y elegancia el oficio de la escritura: Extraer palabras a la página en blanco era
el trabajo más temido en las cárceles de la luna. Parece que el poeta nos
habla desde el invierno de su vida, así, desengañado de todo, desenmascara las
imposturas, el juego de las apariencias, la futilidad y la fragilidad de una
vida abocada a la disipación, como las nubes (y sueños) sobre los que se
asienta. Se trata de poemas repletos de fantasmas, de espacios cerrados,
salones y bibliotecas, donde se representa el gran circo de la vida. Además
Coloma demuestra poseer una capacidad de crítica que pone el acento en los
falsos placeres que nos guían, en lo superfluo de la condición humana, siempre
presta a sacar beneficio del mal ajeno, y ello elaborado con un estilo
aforístico que en ocasiones recuerda al más apasionado Cioran. Pero Coloma
también hace gala de un mordaz sentido del humor que a modo de bálsamo le
permite distender la angustia.
En la segunda parte, “La
vida secreta de los espejos”, el paisaje urbano de la primera parte se
transforma y el escenario se traslada a la naturaleza, ahora los bosques, el
mar, la pradera o las montañas, se hacen eco de las mismas inquietudes. También
se adelgazan los poemas como si las palabras fueran a fundirse con la nada o
con el blanco del papel que le sirve de soporte. Recurrente es la imagen del
espejo en alusión a los sueños que el tiempo ha ido abandonando al borde del
camino. Sorprende la imaginería verbal de unos versos que rozan el surrealismo.
En la breve tercera parte,
“La otra luna”, se hace recuento de una vida a través de los recuerdos que el
tiempo en desbandada aún no ha conseguido expoliar, dejando al fin un ser
inerme impelido a aceptar que la vida no
es más que un previsible enigma hacia el lado frío del espejo. Una vez más
las acotaciones, marca de autor, funcionan a modo de lúcida sentencia.
En definitiva, nos hallamos
ante un libro complejo por la pluralidad de temas, rico en matices, de una
aguda inteligencia, que disecciona con el filo de la palabra la cruda realidad,
aquella que discurre paralela a la que soñamos día tras día.
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