miércoles, 10 de junio de 2015

Los secretos de la guerra. Rafael Coloma


 
 
Los secretos de la guerra
Rafael Coloma
Ediciones Bassarai, Vitoria-Gasteiz, 2002
 
Sin duda, Rafael Coloma fulgura en el firmamento de la poesía valenciana como una de sus figuras más relevantes, su peculiar estilo, fruto de una intensa labor de experimentación formal, alcanza en el volumen que nos ocupa, Los secretos de la guerra, una cota de madurez. Su poesía, única e inclasificable, parte de la prosa para desembocar en un profundo lirismo.
Publicado por la ya desaparecida editorial vasca Ediciones Bassarai en su colección de poesía, que dirigiera Kepa Murua, este poemario de título casi goyesco es un muestrario de impresiones y recuerdos dibujados sobre el asfalto de una mirada furtiva.
El volumen se abre con una enigmática cita de un editorial de El País y una frase de Roberto Bolaño sobre el (sin)sentido de la vida que nos pone sobre la pista de una lectura que discurre sin supercherías por los vericuetos de la vida y la vecindad de la muerte, nos enfrentamos ante una lectura de una autenticidad hiriente por su planteamiento descarnado y sin ambages de una realidad que irremediablemente acabará esfumándose.
El poemario se inicia con un poema fechado en Berlín en 1994, que actúa a modo de prefacio, donde el poeta se siente acuciado por la proximidad del fin, donde ese otro yo, el doble que nos creamos ante el espejo, se va desvaneciendo con el paso de los años hasta dejarnos a solas con la nada: No será fácil estar condenado al perpetuo recuento de monedas fuera de curso. Y concluye con otro poema fechado también en Berlín en el año 2000 que, esta vez a modo de epílogo, relata el último día, el encierro definitivo de alguien que anduvo por sus calles perdido.
En cuanto a la estructura, el poemario se articula en torno a tres partes. En la primera, “Los recursos del invierno”, Coloma define con atino y elegancia el oficio de la escritura: Extraer palabras a la página en blanco era el trabajo más temido en las cárceles de la luna. Parece que el poeta nos habla desde el invierno de su vida, así, desengañado de todo, desenmascara las imposturas, el juego de las apariencias, la futilidad y la fragilidad de una vida abocada a la disipación, como las nubes (y sueños) sobre los que se asienta. Se trata de poemas repletos de fantasmas, de espacios cerrados, salones y bibliotecas, donde se representa el gran circo de la vida. Además Coloma demuestra poseer una capacidad de crítica que pone el acento en los falsos placeres que nos guían, en lo superfluo de la condición humana, siempre presta a sacar beneficio del mal ajeno, y ello elaborado con un estilo aforístico que en ocasiones recuerda al más apasionado Cioran. Pero Coloma también hace gala de un mordaz sentido del humor que a modo de bálsamo le permite distender la angustia.
En la segunda parte, “La vida secreta de los espejos”, el paisaje urbano de la primera parte se transforma y el escenario se traslada a la naturaleza, ahora los bosques, el mar, la pradera o las montañas, se hacen eco de las mismas inquietudes. También se adelgazan los poemas como si las palabras fueran a fundirse con la nada o con el blanco del papel que le sirve de soporte. Recurrente es la imagen del espejo en alusión a los sueños que el tiempo ha ido abandonando al borde del camino. Sorprende la imaginería verbal de unos versos que rozan el surrealismo.
En la breve tercera parte, “La otra luna”, se hace recuento de una vida a través de los recuerdos que el tiempo en desbandada aún no ha conseguido expoliar, dejando al fin un ser inerme impelido a aceptar que la vida no es más que un previsible enigma hacia el lado frío del espejo. Una vez más las acotaciones, marca de autor, funcionan a modo de lúcida sentencia.
En definitiva, nos hallamos ante un libro complejo por la pluralidad de temas, rico en matices, de una aguda inteligencia, que disecciona con el filo de la palabra la cruda realidad, aquella que discurre paralela a la que soñamos día tras día.

 
 

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