El lento abandono de la luz en la sombra
José Luis García Herrera
Editorial Denes, Paiporta, 2014
El poeta barcelonés José Luis García Herrera posee
ya una dilatada carrera literaria que se remonta a 1990 con Lágrimas de rojo niebla y que abarca
hasta nuestros días con el poemario que nos ocupa, El lento abandono de la luz en la sombra, que ha merecido el Premio
Germán Gaudisa de Poesía Discursiva, en los XXIII Premios Otoño-Villa de Chiva
2013. Por el camino García Herrera ha cosechado múltiples premios, algunos de
tanto prestigio como el Premio Villa de Benasque por Los caballos de la mar no tienen alas (Devenir, 2000), el Premio
Blas de Otero 2004 por Mar de Praga
(Asociación de Escritores y Artistas Españoles, 2005), el Premio Mariano Roldán
2006 por La huella escrita, o el
Premio Ateneo Guipuzcoano de Poesía Erótico-amorosa por El recinto del fuego (Huerga y Fierro
Editores, 2008). Por tanto nos encontramos con un autor con una voz propia y
contrastada, que desde 2008 escribe también en catalán, su carácter versátil
atesora una calidad literaria que este poemario viene a refrendar de forma
fehaciente.
La Editorial Denes lo publica con primor en el
número 109 de su magnífica colección Calabria, que dirige el poeta Vicent
Berenguer. El libro se abre con un prólogo de Blas Muñoz Pizarro, que el poeta
valenciano titula “Collage de versos para
un hombre sin su sombra”, donde entrelaza su discurso con los versos del autor
para invitar al lector a sumergirse en sus luces y sombras.
El poemario se estructura en tres partes con títulos
muy sugerentes, así en la primera parte, “Amanecen en ayer los días que nos
llevan”, el mismo título sintetiza el sentimiento de nostalgia que domina en
estos versos, un sentimiento que se manifiesta en el símbolo del agua, que unas
veces aparece en forma de lluvia (Llueve.
Llueve con furia y con rabia), y otras como aguanieve o barro; mar o
charco, el agua, siempre fría, conecta con el pasado del poeta. En “Noviembre” prevalece
la tristeza, que se acentúa con el paisaje otoñal marcado por las brumas. El
tiempo y la memoria también adquieren un peso superior en estos versos pues
también aparecen cargados de nostalgia, así la infancia (rostros de niño/ que siempre serán niños tras mis ojos) le devuelve
la antigua risa de un tiempo lejano
que se resiste al olvido en el juego de
la vida.
Un único poema, el más extenso del libro, compone la
segunda parte, titulada “A corazón abierto bajo la noche cerrada”, la cita de
Luis García Montero nos sitúa a medio camino entre la realidad y el sueño, un
punto desde donde el autor erige su poética como testimonio de su paso por la
vida, aquí el poeta abre su corazón
en un alarde de belleza: El frío del
pasado quema mis manos/ y el silencio construye su templo entre mis labios.
Entre el silencio y lo dicho importa más
el verso callado porque en su esencia reside la enseñanza de la melancolía.
En la tercera y última parte, “Catálogo incompleto
de hombres sin su sombra”, García Herrera rinde homenaje a la memoria de Juan
Ramón Jiménez en “Nocturno”, con tintes modernistas, a Vicente Núñez en “Acaso
en Poley”, donde el ocaso le recuerda sus palabras, y a Carlos de Arce en el
bellísimo poema final “La inmortalidad”, donde apela a la memoria transgresora.
Otros nombres desfilan por sus páginas, Octavio Paz, Emilio Prados, Blas de
Otero, cuyas citas desencadenan los poemas, donde la introspección, la
melancolía, la fe y la duda discurren con emoción y vehemencia.
Escribir
para no morir (“Sobre el páramo agreste”), ese es el
oficio de José Luis García Herrera. En definitiva, su poesía es un ferviente ejercicio
de supervivencia ante la inminente amenaza de la nada, sólo la escritura es
capaz de cruzar la estepa blanca en
este reino de mentiras.
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