Lejos de Roma
Pablo Montoya
Sílaba Editores, Medellín, 2014
Lejos
de Roma no
es La muerte de
Virgilio
(Der Tod des
Virgil,
1945) del austriaco Hermann Broch, ni Memorias
de Adriano (Mémoires
d´Hadrien,
1951) de la franco-belga Marguerite Yourcenar, tampoco pretende
serlo, esta novela de corta extensión y largo aliento poético viene
firmada por el escritor colombiano Pablo
Montoya Campuzano
(Barrancabermeja, 1963), uno de los principales narradores actuales
de su país junto a Héctor Abad Faciolince (El
olvido que seremos),
Fernando Vallejo (El
desbarrancadero),
Piedad Bonnett (Lo
que no tiene nombre)
y William Ospina (El
país de la canela),
y ganador del prestigioso Premio Internacional de Novela Rómulo
Gallegos en 2015 por Tríptico
de la infamia.
Editada
primero por Alfaguara en 2008 y reeditada después por Sílaba
Editores e Igitur Ediciones, Lejos
de Roma puede
sorprender a
priori por
lo inusual del tema pues el título alude al exilio de Publio Ovidio
Nasón (43 a. C. – 17 d. C.), forzosamente desterrado en el Ponto
por orden del emperador Augusto, acusado de corromper con sus versos
lascivos a la juventud romana. Alejado de su propia contemporaneidad
y en un estilo elegante, sobrio y eminentemente lírico, en la pluma
de Pablo Montoya el autor de Arte
de amar (Ars
amandi)
y Las
metamorfosis (Metamorphoseis)
despliega sus vivencias entre los bárbaros, los dacios, y su
particular y desesperada añoranza de Roma en forma de monólogo
dividido en cuarenta breves capítulos, en realidad secuencias,
encabezados por un epígrafe que sintetiza su contenido, desde “La
llegada” hasta “La luz”, veamos el comienzo:
“Mi
mirada se proyecta hacia el horizonte. Desde él una gaviota se
precipita. Bajo su vuelo el mar surge como una exhalación gris.
Después aparece la nave. Más allá de sus velas un sol se oculta
entre vagos resplandores. Los hombres van surgiendo y sus gritos
pueblan el puerto de Tomos.”
La
figura de Ovidio ya había sido recreada por el escritor rumano
Vintila Horia (1915-1992) en su novela Dios
ha nacido en el exilio
(Dieu est né en
exil,
1960), por la que obtuvo el Premio Goncourt y donde narra en forma de
diario el descenso al infierno del gran poeta latino, hecho que
cristalizaría en los dísticos elegíacos de Tristezas
(Tristia).
Aquí, sin
embargo, Pablo Montoya da una vuelta de tuerca al poner en boca de su
personaje su propia experiencia en el exilio, léase su libro de
poesía Cuaderno
de París (2006),
donde el desplazamiento, el desarraigo y la nostalgia son el
leitmotiv de la obra. Montoya escribe, pues, sobre la condición del
exiliado a través de un personaje capital de la cultura europea pero
desde una perspectiva más amplia, americana si se quiere, en
definitiva universal.
El
exilio del anciano Ovidio en Tomos, hoy Constanza, “puerto del
espanto” a orillas del Mar Negro, se convierte en manos del
escritor colombiano en una suerte de recreación histórica de las
grandes preocupaciones y la responsabilidad del artista, así este
Ovidio, en realidad un trasunto de Montoya, reflexiona con hondura y
sabiduría sobre el poder y la soledad, sobre la violencia y el amor,
temas tan inherentes a la condición del ser humano que ni los veinte
siglos transcurridos ni los miles de kilómetros que separan a la
actual Rumanía del país andino han podido transmutar.
En
conclusión, Pablo Montoya consigue con su segunda novela, tras La
sed del ojo
(2004), entrar en el Parnaso de las obras ambientadas en la antigua
Roma, ocupando un sillón junto a Robert Graves (Yo,
Claudio)
y Thornton Wilde (Los
Idus de marzo)
al reinventar el género histórico con una prosa tan bella como
precisa que confirma el talento de un escritor que ya se cuenta entre
las voces fundamentales de la nueva narrativa latinoamericana.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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