domingo, 9 de septiembre de 2018

Memoria crepuscular. Joaquín Riñón Rey

 
 


Memoria crepuscular
Joaquín Riñón Rey
Olé libros, Valencia, 2018
 
 
Memoria crepuscular es, tal vez, el canto de cisne de un poeta “recién cansado” -parafraseando el título de un poemario de Jon Juaristi-, Joaquín Riñón Rey (1943), un autor madrileño afincado en Valencia que ha decidido publicar, ya septuagenario, su primera colección de poemas. Un hecho curioso por cuanto Joaquín Riñón no es, ni mucho menos, un poeta novel, dado que ya había dado a la imprenta numerosos poemas, que se han ido publicando en los cuatro volúmenes antológicos de “El limonero de Homero” (I, II, III y IV, de 2010 a 2017), grupo literario al que pertenece, también integrado por Blas Muñoz Pizarro, Antonio Mayor, Vicente Barberá y María Teresa Espasa. Además, Joaquín Riñón ya había sido premiado en varios certámenes, como el “Fiesta de la Primavera” que organiza la asociación Amigos de la Poesía de Valencia.

La pulcra edición, con cuadro de portada de Carlos Mayor, corre a cargo de Olé libros del editor Toni Alcolea, que con la reciente puesta de largo de varias colecciones tiene el objetivo de convertirse en un referente nacional de la poesía española.

El libro se abre con una introducción del propio autor donde reconoce que los poemas incluidos han sido escritos durante los últimos doce años, un dilatado tiempo de escritura que ha dado lugar a “distintos estados de madurez o de creatividad”. De las diferentes etapas da buena cuenta Antonio Mayor en el extenso prólogo que le sigue, quince páginas donde hace un resumen vital de las seis secciones que conforman el poemario.

Una cita de Miguel Romaguera invita a la lectura de la primera parte, constituida por un único poema, que da título a todo el conjunto, una larga composición estructurada en diez apartados con un lúcido preámbulo donde Joaquín Riñón expresa las inquietudes que le impulsan a crear: nostalgia, muerte, vacío y silencio, pero a pesar de la gravedad de los temas que aborda no hay rendición, tan solo una perceptible resignación que se ve atenuada por la intrínseca belleza de la vida y la naturaleza: “busco en cada paisaje una salida / a mis ojos”. Si hay dolor también hay paz interior donde la soledad y la noche son refugio. En cuanto a la forma, sobresale una clara voluntad de revalorizar la función del adjetivo, veamos algunos ejemplos: “húmeda niebla”, “luz sedosa”, “amarillas durezas”, “negras sombras”…

Una significativa estrofa de José Ángel Valente da paso a los doce poemas que conforman la segunda parte, donde Joaquín Riñón elige de nuevo el ritmo imparisílabo y la adjetivación para dar consistencia al tiempo que se marca en el reloj y ante el espejo. Aquí persiste un tono metafísico que trata de asumir la vejez y la postrera ausencia a través del amor “redimido / del tiempo sordo de la tarde agraz”. Cierra esta parte “El silencio de Dios”, un poema que por su hondura y significación reproduzco a continuación:

Perdónanos
Señor
pero
nuestros ojos
se pierden en la noche

y sólo encuentran
las sombras

que la piel de la luz
deja entre tus huesos.”

Esta composición enlaza con la cita de Celso Emilio Ferreiro que nos introduce en la tercera sección, compuesta por el poema en tres partes “De la frontera”, que le hizo merecedor del Premio de Primavera “Luis Chamizo”, de Villafranca del Penedés, en 2015. Las citas de Pedro J. De la Peña, Antonio Gamoneda y Vicente Gallego incitan a Joaquín Riñón a adoptar un tono existencialista que se desbroza en versos de milimétrica precisión con destellos cultistas: calígine, panóptico, dilúculo, furente, febriciente.

Un cielo otoñal, como advierte la cita de Ángel González, gravita en la cuarta sección, así bajo un sol de noviembre conviven la serenidad y el duelo, el pasado y el presente con hechura de elegía. Consciente de que después de las campanadas llega el silencio definitivo, Joaquín Riñón medita por la casa fría y vacía o en medio del campo, por donde pasea nostálgico en busca de la luz, de la melodía “que trasciende el olvido”. Es en esta acotación de la memoria donde el poeta espera “la inmortalidad de la esencia”.

En la quinta sección el silencio se vuelve mortal y la luz esquiva, así Joaquín Riñón hilvana una “Poética inexacta” de acuerdo con la cita de Juan Gustavo Cobo, “sólo el poeta sabe de su radical inexistencia”. En contraste con la agilidad de los primeros poemas, el autor reúne en esta parte algunas composiciones de largo aliento donde indaga en la mirada y en la materia soñada del poema, como en “Divagación”, con el que obtuvo el Primer Premio del X Certamen Internacional de Poesía “Aldaba” en 2011, o en “La búsqueda”, de alma y oficio, de razón y fe.

La sexta y última sección toma un verso de Virgilio (“Y el dolor por fin dejó pasar su voz”) como sibilante proemio a los tres poemas que la componen, donde el mar y su reminiscencia acústica, rumor de olas o ruido de blancas sábanas, revelan la insoslayable condición caduca del hombre. Destaca “Muerte en la Malvarrosa”, un largo poema con varios niveles de lectura donde el poeta traza un ingenioso paralelismo con el mítico final de Muerte en Venecia del realizador italiano Luchino Visconti. Con la amarga contemplación de la sensualidad, de la belleza, que se admira y se esfuma, acaba Memoria crepuscular, un poemario maduro de un poeta que merece retener en la memoria.

 
Gregorio Muelas Bermúdez



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