domingo, 22 de noviembre de 2015

Piedras al agua. Antonio Cabrera

 
 


 
Piedras al agua
 
Antonio Cabrera
 
Tusquets Editores, Barcelona, 2010
 
 

Antonio Cabrera es un poeta con obra y consecuencia, que ha sido merecedor de algunos de los premios más importantes que se convocan en nuestro país, como el XII Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe y el Premio Nacional de la Crítica por En la estación perpetua (Visor, 2000) o el XXV Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla por Con el aire (Visor, 2004). También ha publicado un bellísimo tratado de ornitología en forma de colección de haikus titulado Tierra en el cielo (Pre-Textos, 2001). Cabrera conforma junto a Carlos Marzal y Vicente Gallego un trio fantástico de poetas nacidos entre 1958 y 1963, que descuellan como verdaderos puntales de una generación que comenzó su etapa de creación a finales de los años ochenta y que acabará constituyendo la denominada “poesía de la experiencia”.
Publicada en la prestigiosa colección “Nuevos textos sagrados” de Tusquets Editores y con un dibujo de portada de José Saborit, Piedras al agua es un poemario pleno de madurez expresiva, Cabrera nos ofrece un conjunto de poemas de ritmo imparisílabo que a modo de piedras arrojadas al agua generan ondas expansivas en su superficie como reflejo de lo que hay en el fondo.
El poemario se estructura en tres apartados sin epígrafe, así en la primera parte, Cabrera comienza cantando “El alrededor”, el aire que contiene la esencia de las cosas que suceden a nuestro lado, como una forma sana para huir del “yo” que las cubre de cotidianidad. La naturaleza tiene un peso superior en estos versos, es el espacio donde aún es posible el milagro, donde el sol y la sombra se disputan las fachadas, donde el paisaje es tiempo, secanos, pinares, riscos y peñascos bordean nuestro paso liminar por el mundo. Pero hay dos poemas que por su fondo y forma se erigen en verdadero epicentro de esta primera parte: “Suite de la CV202”, un largo poema estructurado en cinco movimientos donde describe el paisaje que se divisa desde la carretera en el trayecto de Matet a Villamalur: una fuente, las higueras, las curvas cerradas, las cumbres y una nostálgica panorámica del punto de llegada;  y el que da título al libro, donde el poeta quiebra la quietud del estanque para remover la capa de invisibilidad que vela las cosas. Para Cabrera el paisaje es fuente de conocimiento, la naturaleza se erige en verdadera protagonista al captar la mirada contemplativa del poeta, que sabe esperar a que suceda su apacible espectáculo.
En el segundo apartado el espacio se hace íntimo, doméstico (“El espíritu de la casa”) y aflora el sentimiento a través de las figuras familiares, así Cabrera evoca a la madre ingrávida como aquella rama que aún se mece en la memoria; reflexiona sobre la música, la tristeza y la lentitud al hilo de un pasaje para oboe que estudia el hijo; recuerda un eclipse en la infancia; y escribe un emotivo “Poema de cumpleaños” dedicado a su hija Adelina al cumplir la mayoría de edad: la sombra es mucha. Mira a su través. En “Serenidad” el eco de la lluvia nocturna le revela que somos pura contradicción, mínima certeza destinada a la mayor de las incertidumbres.
En el tercer apartado, Cabrera nos ofrece “una poética” que bien podría ser tomada por tesis del libro, donde aflora un discurso filosófico de alto vuelo, y es que toda la poesía de Cabrera está impregnada de la filosofía luminosa que destila lo sencillo. Aquí los lugares se hacen concretos: la visita al templo de Poseidón en Sunion, a la casa natal de Georg Trakl en Salzburgo, a Roma o al cementerio de Peliciera son fuente inagotable de discernimiento, de reflexión tamizada de melancolía. En definitiva, Cabrera demuestra que lo complejo parte de lo sencillo, y ello con un lenguaje elegante y sugerente en extremo. El poemario concluye con un “Vivac” donde el protagonista poemático yace tendido a la intemperie, transido de nocturnidad y con el pulso tomado por el sueño.
En sus manos el paisaje se convierte en materia poética, es motivo de una honda reflexión como trasunto del paisaje interior del poeta, cuya mirada pensativa descifra significados ocultos y enfoca lejanías. Sin duda nos hallamos ante un poemario que viene a confirmar una voz propia y madura, que parte de lo inmanente para alcanzar la trascendencia, poniendo el acento en toda aquello que nos rodea.


jueves, 12 de noviembre de 2015

Viva ausencia. Blas Muñoz Pizarro

 
 


Viva ausencia
 
Blas Muñoz Pizarro
 
Diputación Foral de Álava, 2010
 
 

Blas Muñoz Pizarro es uno de los poetas valencianos más destacados y laureados de las últimas décadas y por este poemario, que bajo el significativo título de Viva ausencia reúne los poemas compuestos entre 2007 y 2009, recibió el Premio “Ernestina de Champourcín” 2010 concedido por la Diputación Foral de Álava.
El libro se abre con un prólogo de Antonio Mayor, compañero de versos en la tertulia “El limonero de Homero”, que con fino olfato sabe rastrear las claves de un poemario tan íntimo como necesario en la trayectoria literaria de Blas Muñoz, que como bien señala el prologuista, ha sabido aunar con precisión estética fondo y forma para ofrecernos una poesía a la vez actual y eterna.
Viva ausencia se divide en VII apartados y un Final a modo de epílogo soñado. Como antesala a las diversas estancias por las que el poeta nos adentra, nos encontramos unos versos de un heterónimo de Pessoa, Alberto Caeiro, que sintetizan la tesis principal que inspira el libro: la soledad creadora, dolorosa y fructífera.
La primera parte, que da título al conjunto, está compuesta por siete sonetos de factura clásica, donde el poeta entabla un diálogo con el tiempo huido, un ajuste de cuentas con el pasado. Esta parte contiene el “Tríptico de tu ausencia”, de hondo tono elegíaco, donde se advierte que la ausencia de la figura del padre marcó un verdadero punto de inflexión, pues a ese gran ausente le debe el poeta no sólo la vida, sino el silencio, y la palabra rediviva.
La segunda parte, titulada “Naturaleza muerta”, está integrada por siete décimas inspiradas en objetos cotidianos como un jarrón, un guante, un sillón, un disco de vinilo o una manzana, donde el poeta anima lo inerte con ánimo de conjurar lo perdido.
En la tercera parte, “Tal vez tú”, Blas Muñoz retoma el soneto en siete bellas composiciones donde su destreza rítmica se pone al servicio de la profundidad psicológica, aquí el paisaje y los fenómenos que en ellos se vislumbran (crepúsculo, lluvia), unido a la atmósfera propia del otoño y el invierno, devienen en nostalgia.
La cuarta parte, con el título “Nada”, está encabezada por una significativa cita de Francisco Brines, que nos introduce en el único poema que compone esta parte, que merced a la deconstrucción de su estructura y la rima segmentada oficia de centro sobre el que se ordena todo el poemario.
En la quinta parte, “Unas décimas de fiebre”, nos hallamos de nuevo con siete ingeniosas décimas que son fruto del recuerdo de momentos dichosos marcados por la alegría de la pena.
La sexta parte, titulada “Ardido ardid”, la integran un poema en prosa y siete bellísimos sonetos, que bien nos sorprenden por su abruptos encabalgamientos, es el caso “Forma segunda”, o nos deleitan por su propuesta metapoética pues el poeta reflexiona sobre su arte al discernir la belleza de lo pútrido, como el vuelo de las gaviotas sobre el vertedero, y en sendos homenajes a Gérard de Nerval y la paloma de Alberti.
En la séptima y última parte, “Álbum de esbozos”, Blas Muñoz vuelve a la décima, pero en esta ocasión adaptando su forma a un modo muy particular de ordenar su discurso con la gracia y el ingenio que le inspiran la luz, el viento y la lluvia de las tierras andaluzas.
En definitiva, nos hallamos ante un poemario que gracias al magistral empleo de ciertas estructuras clásicas, como el soneto y la décima, permiten al poeta ordenar ese caos que a veces es la vida y asumir sus derrotas. Sin duda, una lectura estimulante en un tiempo donde el verso libre domina el panorama.
 


domingo, 8 de noviembre de 2015

Pobreza. Víktor Gómez

 
 


Pobreza
 
Víktor Gómez
 
Calambur, Madrid, 2013
 
 
 
Víktor Gómez, madrileño de cuna y valenciano de corazón, es uno de los animadores culturales más influyentes del panorama literario actual, su floreciente labor como coordinador de la Asociación Poética Caudal y las presentaciones y recitales que organiza en la librería Primado, por donde pasa la poesía en Valencia, atestiguan una inquietud vital e intelectual digna de encomio. Como autor ha demostrado poseer una voz propia, con el empleo de un lenguaje combativo, que desde un humanismo militante parte de lo existencial para “despertar” conciencias al poner el acento en la problemática social. Víktor cuenta con un amplio bagaje de publicaciones: Detrás de la casa en ruinas (Amargord, 2010), Huérfanos aún (Baile del Sol, 2010), Incompleto (4 de agosto, 2010), Trazas del calígrafo zurdo (Varasek, 2013) y recientemente Pobreza (Calambur, 2013), además su interesante labor como co-director, junto a Javier Gil, de la colección ONCE de poesía y ensayo de Ediciones Amargord, avalan a un autor incansable y comprometido.
En Pobreza hallamos un lenguaje rico en matices, que disecciona la realidad con la habilidad de un entomólogo, en sus manos parece que el lenguaje se dilata, se curva, para decir de otra forma cosas que deben ser dichas. Estamos ante una poesía crítica con la realidad circundante, que hace del lenguaje un material altamente maleable, donde se imbrican diversos géneros, registros y dialectos, y cuya sabia combinación consigue poner en crisis las trampas y falsos asideros que una moral impuesta ha ido poniendo en el camino. Víktor Gómez tiene la extraordinaria habilidad de tensar el lenguaje poético como un arco que dispara saetas cargadas de humanidad al centro de la diana de la hipocresía y el nepotismo que gobiernan un mundo adocenado y conformista.
El libro se organiza en torno a dos apartados o libros, el primero, el más extenso, que lleva por título “Aún sin nombre”, se abre con dos citas que a modo de tesis avanzan su contenido, la primera de ellas tomada de una pintada en alguna pared del “trullo”, es la que da título al poemario, y asevera que en ese lugar maldito sólo se castiga la pobreza. La otra cita es de Salvatore Quasimodo y alude a lo terrible que anida en la apariencia más bella, sin duda estas citas denotan la voluntad de crítica de un autor que rompe con todo orden establecido para dar nombre a aquello que aún no lo tiene o lo ha perdido: la dignidad que hace al ser humano.
El libro I se inicia con un breve poema de gran belleza que se asemeja en fondo y forma a la tanka (o “traza”): pequeños trapos/ tendidos/ la humedad pesa/ tensa una cuerda/ que tiembla al viento. Le sigue toda una serie de poemas de tono altamente expresivo, que denuncian la pobreza del alma que se abandona a las sombras en versos de gran hondura: si no sangra/ el poema/ se pudre o ¿Qué pobreza es esta que ni sabe qué nombre tiene lo posible?. Sorprende la capacidad de Víktor para trenzar discursos aparentemente disímiles y aunarlos en un todo común a través de una sugerente escritura que emplea onomatopeyas, neologismos y extranjerismos y renuncia a determinados signos convencionales de la lengua como el punto final o la mayúscula al inicio de frase para apostar por otros menos comunes pero más expresivos, como el guión, el paréntesis y la cursiva, que le permiten deconstruir los tópicos de la versificación.
Otro aspecto interesante a comentar es lo que podríamos llamar la arquitectura del poema pues Viktor Gómez dispone y ordena los versos con milimétrica precisión para orquestar un discurso con altas dosis de compromiso social, donde los espacios en blanco invitan al lector activo a rellenar los huecos, en este sentido los poemas no son conclusivos, sino textos abiertos que incitan a pensar y replantearse la orfandad del mundo.
El libro II, titulado “Jana”, se inicia con un largo poema en prosa que emparenta el origen del universo con el sexo de la amada, donde la carne se hace verbo. Le siguen toda una serie de poemas donde el poeta invoca el pasado a través de recuerdos interrogantes y donde el lenguaje se hace más sensual, con una aureola metafísica: sexo y boca se besan  -fluyen en ese brío-/ salado mar de ebrios dioses. Culmina el poemario un único verso que sintetiza la idea vertebral del libro: ¿y no habrán de resucitar los vivos?.
La poética de Víktor Gómez no deja indiferente a nadie, ofrece y exige compromiso ético para tratar de desvelar los intereses creados, el abuso y el derroche de unos pocos contra la inmensa mayoría. Una lectura muy recomendable en estos tiempos de miseria moral y creciente incertidumbre.

 


domingo, 1 de noviembre de 2015

La eternidad y un día. José Saborit

 
 


 
La eternidad y un día
 
José Saborit
 
Editorial Pre-Textos, Valencia, 2012
 
 
 
Pintor y poeta, José Saborit es uno de los más reputados artistas plásticos del panorama nacional y desde la publicación en 2008 de su primer poemario, Flor de sal (Pre-Textos), ha unido a su brillante trayectoria pictórica la escritura poética, tal vez auspiciado por su estrecha amistad con grandes próceres de nuestra mejor poesía como Carlos Marzal, Vicente Gallego o Antonio Cabrera, poetas con los que ha colaborado ilustrando las portadas de sus últimas publicaciones en la colección “Nuevos textos sagrados” de la editorial Tusquets. Esta amistad y colaboración ha dejado su impronta en la forma de versificar de Saborit, con un amplio señorío del heptasílabo y el endecasílabo, que dotan a los poemas de pulso y un ritmo propicio a la meditación, una influencia que se sabe positiva y vaticina sabios frutos.
De entrada llama la atención el propio título del libro, La eternidad y un día recuerda la hermosa película homónima del genial cineasta griego Theo Angelopoulos, el cual a su vez tomó el título de un verso de la pieza teatral de Shakespeare Como gustéis, por tanto arte heredado y arte ofrecido. Un título tan sugerente nos hace prever un bello contenido y en efecto nos encontramos ante una poesía que ha sabido alzar el vuelo para ofrecernos un conjunto de poemas, cuarenta y tres en total, que nos hablan de las cosas del mundo, algunas tan palpables como las uvas, las melias o la lluvia, y otras tan etéreas como el tiempo. Saborit, como hábil pintor también sabe trazar con versos sobre el lienzo de la página los sentimientos: el dolor de la pérdida y su negación, la rabia ante la muerte incomprensible en “Te fuiste”, pero la muerte también es objeto de discernimiento, de reflexión, de denuncia en poemas como “Muerte adentro” (No es la muerte que irrumpe de repente/ […] no es acaso esa muerte sino otra/ callada, clandestina,/ la que venga a cerrar/ el libro de tus horas,/ otra muerte creciendo en tu interior) o “Buena muerte”(Morir es adentrarse en el camino/ que lleva a la más pura indiferencia.).

El arte, como era de esperar, también es objeto del poema, así Saborit poetiza sobre el lienzo “Monje mirando el mar” de Gaspar David Friedrich, donde pone la palabra al servicio de la pintura para describir y descubrir el sentido último de un cuadro donde el cielo y el mar se funden y se confunden en la mirada atormentada del monje protagonista, que observa con nostalgia el paso de las olas y los días.
También la música y la poesía serán temas tratados por la sabia intuición del poeta, que merced a la arquitectura de las palabras sabe describir la sensación de dos artes que poseen mucho en común, esa connivencia entre el fondo y la forma, esa necesidad de la conciencia de transferir lo onírico e intangible a la inconsciencia, pues sólo los sueños son capaces de conjurar lo perdido.
Y cómo no el paisaje, preciosa y precisa la descripción del “Faro de la Mola”, donde su luz no es sólo guía de nocturnos, sino también del alma errante del poeta, que vaga por la sombra más oscura en busca de asidero, de amarre preciso en tierra.
En definitiva nos hallamos ante un libro complejo por la diversidad de su contenido, que despliega un amplio mapa temático que es reflejo y eco del pensar y el sentir de un poeta que aún tiene mucho que decir, un poeta que sueña con ganar un día al tiempo que nos queda.