Cumbre
y vacío
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Gregorio
Muelas Bermúdez
El
aedo valenciano Ricardo Bellveser (1948) rotula su último poemario
con el significativo título de Estanterías
vacías,
he aquí el libro de madurez de un poeta maduro, este pleonasmo
podría presuponer que nos encontramos ante la cumbre o el canto de
cisne de su autor, sea o no así, lo que está claro es que este
poemario está llamado a ocupar un lugar de excelencia en el ideario
lírico de nuestro tiempo, por muchas razones, veámoslas.
En
primer lugar cabe destacar el impecable trabajo de edición de Olé
Libros, que de la mano de su director, Toni Alcolea, viene
desarrollando desde hace unos años una extraordinaria labor a favor
del género poético, que la convierten en una de las editoriales
independientes de mayor proyección en nuestro país. El libro
aparece en su serie mayor, la colección "Vuelta de tuerca"
—donde
han visto la luz antologías de voces consagradas, como Jaime Siles,
Francisca Aguirre, Rafael Soler, José María Álvarez o Luis Alberto
de Cuenca—
y lo hace de forma primorosa, hasta un punto en que continente y
contenido se imbrican con total armonía, así el blanco que domina
la portada simboliza ese vacío de los anaqueles de la biblioteca del
autor a los que hace alusión el título; por su parte, las letras,
horizontales como las huecas repisas que de aquella han quedado, y su
color negro, marcan el último vestigio de lo que fuera una vasta
sucesión de lomos y de cuyo escrutinio dan fe los cuatro volúmenes
sugeridos por el troquelado de la cubierta.
Pero
no acaban ahí los cuidados de esta edición, pues al abrir el libro
nos encontramos con una bellísima lámina a modo de guarda, la
ilustración, obra del pintor de Gandía Alex Alemany, no deja lugar
a dudas, aquí se nos presentan las desnudas estanterías de la
biblioteca del poeta, una visión desoladora que introduce
perfectamente el libro, no por la evidencia de la imagen que muestra,
sino por la fuerza expresiva de los trazos del artista, que ha sabido
recrear de forma fiel el ánimo de Ricardo Bellveser durante el
proceso de escritura de esta obra, que me aventuro a calificar de
maestra.
Pero
no acaban ahí las sorpresas que hacen de este volumen una exquisitez
para el lector exigente de poesía, antes de abordar las
composiciones del vate valenciano, se nos presenta un extenso prólogo
firmado por el mejor conocedor de la obra lírica de Bellveser, el
también poeta, además de excelente crítico, José Antonio Olmedo
López-Amor, que bajo el epígrafe "Sinceridad, amor y
escalofrío" redacta un texto a la altura de los versos que
introduce, unos versos que según Olmedo suponen «la cumbre de la
emotividad bellveseriana». De acuerdo con José Antonio, nos
enfrentamos a un poemario crepuscular donde «no encontraremos más
que verdad» en sus ochenta páginas.
Las
treinta y cuatro composiciones que integran el
poemario se estructuran en cuatro partes, que como las columnas
jónicas de un templo sostienen la arquitectura de unos versos de
ritmo imparisílabo, sus títulos no pueden ser más elocuentes: la
primera adopta el título del libro, "Las estanterías vacías",
metáfora que articula el conjunto; la segunda, "Bibliotecas
vaciadas", extrapola lo ocurrido con la suya a otras célebres
sobre las que se ha fundado nuestra cultura; la tercera, "Asuntos
fronterizos", supone el segmento más extenso y en él se ocupa
de los temas más trascendentes, como la vejez, la enfermedad o la
soledad, de los que luego hablaremos con detalle; y por último, en
"Decepción" el poeta canta a la desesperanza, y en fin, al
género que le ha dado tanto todo.
Dos
citas, de Oscar Wilde y Francisco de Quevedo, introducen el tema
principal de la primera parte, a saber: la pérdida de la biblioteca,
irreparable para cualquier escritor que se precie, donde «aquel
griterío, se ha transformado / en silencio y ausencia de las cosas».
En efecto, la desaparición de las voces que antes poblaban los
estantes hacen de su «amada
librería de ayer»
un desierto donde «todo
anuncia el fin y el fin adviene».
Otra
cita, esta vez de Jorge Luis Borges, nos anticipa el contenido de la
segunda parte, “Bibliotecas vaciadas”, integrada por cinco
composiciones donde Ricardo Bellveser versifica las bibliotecas más
célebres del mundo clásico, comenzando por la biblioteca de
bibliotecas, la de Babel, ideada por el gran escritor argentino. De
la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive, a la del Foro de Trajano,
en Roma, pasando por las no menos insignes de Alejandría y Pérgamo,
Bellveser pergeña la eternidad —de
la conciencia, de la inteligencia, del pensamiento—
como una sucesión infinita de pasillos donde la razón y el orden
delimitan el caos de los hombres, efímeros, mortales, como el humo y
las llamas que devoran la memoria escrita.
La
tercera parte, “Asuntos fronterizos”, constituye el cuerpo
central del poemario, aquel donde el autor aborda los temas más
graves, los más dolientes, y por ende, los más trascendentales,
como la vejez, donde ya cumplidos los setenta asevera: «me
aboco a este período / con la convicción del kamikaze / y la
resignación del santo»;
los virus, «destructores»,
«incompatibles
con la vida»,
que van a ser los que ocupen el espacio antaño reservado a los
libros, de tal forma que lo que antes rebosaba de vida ahora se aboca
a la muerte porque para Ricardo Bellveser esas estanterías vacías
que dan título al conjunto son una sutil metáfora de la muerte; y
la subsiguiente enfermedad, que en palabras del poeta es «una
crisis, un desorden, un caos».
Aquí el presente del poeta se ve trastocado de forma súbita, feroz,
como señala en estos acerados versos del poema “La vejez cierta”:
«Hace
poco los médicos / me dijeron que tengo los / días contados, y
quién no».
Así nos los indican también los abruptos encabalgamientos que se
suceden en esta y otras composiciones, así el desequilibrio vital
que supone una noticia de tal índole se traslada también a la forma
del poema. Aquí el tono se vuelve más íntimo, casi confesional y
de una veracidad apabullante, sorprende el estoicismo del autor a la
hora de versificar la gravedad de su estado de salud: su visita a los
quirófanos, donde «al
regresar del sueño / he comprobado que mi carne / tiene prisa por
reunirse con la muerte»;
la soledad total que «es
la soledad del nicho»
y donde traza un bellísimo paralelismo con «la
soledad del libro no leído».
Toda esta parte huele a despedida, a un adiós sereno donde el poeta
presiente la sombra estéril que sigue al último aliento y donde no
falta la nostalgia, que trae la vivencia de un día hermoso que
recuerda todos los vividos, o la visión de las adolescentes con sus
risas y que caminan cogidas del brazo o a las que un soplo de aire
levanta las faldas, imágenes que le devuelven al poeta imágenes de
un pasado redivivo. La proximidad de la muerte anunciada impele al
poeta a tomar conciencia del alrededor, de las cosas de la vida, más
fáciles de pasar que de pensar, más difíciles de imaginar que de
vivir.
La
cuarta parte, “Decepción”, viene precedida por dos citas, de
Antonio Machado y Jorge Guillén, que sitúan al lector en la tesis
de los ocho composiciones que la integran, aquí se acaba el camino,
donde al final aguarda la nada, así lo atestigua el poeta en la
segunda estrofa del poema que abre y da título a esta última
sección:
«Aquellos
valores en los que tanto creí
se
han convertido en humo, en polvo,
en
nada de importancia, en ensoñaciones,
porque
la banalidad se entroniza
ante
mis ojos velados por la decepción.»
Invadido
por la desesperanza, el poeta siente que «el
desencanto ha transformado / en desaliento todo cuanto me rodea»,
ahora la «primavera
de la noche»
con la que tituló su anterior trabajo y que apuntaba a esa fase
final de la vida como un tránsito de paz hacia esa noche que no es
más que una metáfora del fin ineluctable, se ha visto truncada por
un invierno que el poeta sabe demasiado cercano, por eso se pregunta
si aún cantan los pájaros pues su mudez es el signo inequívoco de
su llegada.
Los
tres últimas composiciones del libro abordan el ars
poetica
de su autor, tres visiones metaliterarias donde Ricardo nos recuerda
que «el
más minúsculo poema tiene su vida»
y la vocación de eternidad que tienen todos sus versos aunque el
tiempo, como nos recuerda, es invencible. No obstante, Bellveser
agradece a la poesía la posibilidad de haber recorrido mundos
tangibles e imaginarios y, sobre todo, la oportunidad, y la emoción,
de dialogar con los lectores del futuro, a los que dedica un tríptico
encabezado por la oportuna cita de Abraham Lincoln: «Los
libros es donde los muertos hablan a los no nacidos».
De esta forma, el poeta seguirá estando cuando ese lector
desconocido lea sus versos.
En
conclusión, Estanterías
vacías
es un poemario elegíaco donde la melancolía se ve tamizada por las
ansias de vivir, de seguir estando en el mundo. He aquí un libro de
una gran hondura que a pesar de la gravedad del asunto principal es
profundamente lírico y que a buen seguro permanecerá en el
imaginario de nuestro tiempo como una forma de resistir al manotazo
duro que se anticipa visiblemente al calendario.
Reseña publicada en el nº 8 de CRÁTERA Revista de crítica y poesía contemporánea,
Especial monográfico JUAN GIL-ALBERT