jueves, 31 de enero de 2019

Los caballos de Tarkovski. Pia Tafdrup

 
 

 
Los caballos de Tarkovski
Pia Tafdrup
Traducción de Francisco J. Uriz
Bassarai Ediciones, 2009 
 

Pia Tafdrup (Copenhagen, 1952) es la poeta danesa más destacada de su generación, sus libros de poesía, piezas de teatro y novelas han sido traducidos a cuarenta lenguas. Desde que en 1981 publicara su primer poemario, Cuando un ángel rompe su silencio (Når der går hul på en engel), su obra ha sido galardonada con importantes premios, como el Premio de Literatura del Consejo Nórdico, el más prestigioso de Escandinavia, en 1999 por La puerta de la reina (Dronningeporten).

Los caballos de Tarkovski (Tarkovskijs heste, 2006), título que hace referencia al sosiego y serenidad que transmite la secuencia final de la película Andrei Rublev (1966) del genial cineasta ruso Andrei Tarkovski (1932-1986), es un canto a la memoria del padre, cuyos últimos años fueron marcados por el Alzheimer.
 

En el poema “Cárcel rosa” la autora dice: “El mundo existe / donde están los ojos de mi padre”, así son los recuerdos de la lucha contra la enfermedad, contra la demencia, “contra vientos de hielo”, los que construyen un poemario íntimo, dolorosamente intenso, que recrea los momentos vividos con extraordinaria sensibilidad. La pregunta: “¿no volverá mi padre a ser la persona que conozco?”, sobrevuela los versos a modo de implícito leitmotiv.

El libro es una elocuente elegía contra el silencio, donde la autora describe la pérdida del padre, que había sido sabio y fuerte, de dos maneras: por una parte, la creciente mala memoria y, por la otra, la merma de habilidades diarias. El poemario sigue el curso que toma la enfermedad desde que es diagnosticada, pasando por el obligado traslado a una residencia hospital, hasta el momento de la muerte. Pia Tafdrup retoma el mito de Orfeo y Eurídice para narrar la implacable deconstrucción de la identidad, como en el poema que da título al conjunto:

En esa belleza que un caballo
despliega
cuando está al sol
en un prado,
por el que estoy cruzando ahora en tren,
unos días después
de la muerte de mi padre-
de repente lo vuelvo a ver.
La travesía
del verdor…
Con la misma exaltada paz
que irradiaban
los caballos de Tarkovski
en las escenas finales
de la película El juicio final,
está presente mi padre,
descansando de sí mismo.
Ha sido amortajado
en llamas,
y yo he llevado
su urna al sepulcro.
La existencia no es
ser
sin dolor.
A él lo llevo
dentro de mí
como una nueva autoridad.
La fuerza de la lengua-
Eurídice canta.
Algo en la esencia del caballo
le hace aparecer.
Brilla una sombra,
ahora él simplemente ESTÁ aquí.”

En su mayor parte escrito en Berlín inmediatamente después de su muerte, Los caballos de Tarkovski es el discurso póstumo de una hija sobre el drama de un padre que la llega a confundir con su esposa. Estos poemas sobre el olvido son su forma de conjurar la ausencia anclando en el presente el pasado.

 

 

Gregorio Muelas Bermúdez
 

 

 

 



jueves, 24 de enero de 2019

Partes del juego. Eleonora Finkelstein

 
 


Partes del juego
Eleonora Finkelstein
Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2017
 
 
¿Quién podría construir la misma ciudad sagrada
con esta enorme cantidad de escombros?”

Con este aforema comienza “Desorden”, primera sección de Partes del juego, dos versos que sintetizan el estado de las cosas en nuestro mundo, aquejado por la progresiva desacralización y el alarmante incremento de las desigualdades. Un comienzo certero para el sexto libro de la poeta y editora argentina Eleonora Finkelstein (Mar del Plata, 1960), publicado por Ediciones Liliputienses en la Colección de poesía Fundación Obra Pía de los Pizarro. El escritor José María Cumbreño es quien intenta, y consigue, la cuadratura del círculo con una encomiable labor cultural y editorial que viene dando luz a lo mejor de la poesía hispanoamericana actual.

Partes del juego se divide en tres secciones: la mencionada “Desorden”, “Mítica” y “Lógica”, integradas por doce, quince y trece composiciones respectivamente, introducidas por un breve poema a modo de tesis. Merece la pena citarlos por su precisa elocuencia: “Solo la ciudad es real, / a veces, la literatura” (Mítica); “Un plan es un orden de cosas / algunas suceden, otras no” (Lógica).

Sencillez y lucidez son las señas de identidad de un poemario donde Eleonora Finkelstein expresa los temas que le preocupan con voz clara, libre y, sobre todo, con una notable carga de profundidad, como cuando habla del paisaje: el vertedero (“ahí estaba todo / los deshecho, lo desechado”), la fundición de una antigua industria, la universidad, el centro “de una ciudad cordillerana”, México, Nueva York, Berkeley… Destacan los poemas en forma de tríptico, donde se intercalan diálogos y acotaciones, y donde se hace eco del pasado, así se suceden lugares y momentos de “los viejos buenos tiempos”, que ya no son como eran pues “la memoria es una niebla dura y ácida”. La poesía de Finkelstein es una cartografía sentimental aderezada con “efectos especiales” y notas de Patti Smith.

La segunda sección no puede empezar con una declaración más contundente: “-Debo aclarar que esto es ficción. Ficción, / como todo lo que tenemos en la memoria / por más que lo llamemos recuerdo-.” Aquí el verso de Eleonora se vuelve más escéptico, más crítico, así escribe: “unas pocas generaciones sin hambre / y podemos llamarnos aristócratas”. “Mítica” es un tránsito por esa memoria reconstruida, esos pasajes entre la imaginación y el recuerdo; “regresar no es un viaje” llega a decir porque “tanto habremos cambiado” “que ya ni el perro de la casa (como a Ulises) nos reconoce”. Así imagina a su bisabuela Graciana o recuerda a su amor en Amsterdam y las lecciones de ajedrez de su padre, en realidad un ajuste de cuentas con su progenitor, al que llama con no poca ironía “Gran maestro”, al que consiguió hacer tablas el día del divorcio de sus padres.

En “Lógica”, el discurso contradice constantemente el título pues los versos adquieren un tono a medio camino entre la inspiración surrealista y la vocación estética que le prestan ciertos tótems culturalistas, Ofelia y Circe, o influencias líricas, William Carlos Williams y Marianne Moore. También observamos una interesante reflexión sobre la propia escritura, “el maravilloso mundo de las ideas” donde el “ritmo es un veneno” y el sentido “es un veneno peor” al que la forma, ventana al cielo o al suelo, nos pone a mano una salida. Aquí también el verso adopta un trazo aforístico, veamos dos magníficos ejemplos: “1) Futuro es el próximo segundo”; “2) Verdad no es una suma de datos”.

En conclusión, Eleonora Finkelstein pone sobre la mesa su parte del juego, del juego que es la vida, la vida tamizada por el pensamiento como esa regla que mide los planos de un edificio en construcción.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



martes, 22 de enero de 2019

Doma. Jorge Ortiz Robla

 
 

 
Doma
Jorge Ortiz Robla
Lastura, Antequera, 2018
 
 
Doma es el revelador título del nuevo libro de Jorge Ortiz Robla (1980), que después de La simetría de los insectos (Lastura, 2014), Presbicia (Baile del Sol, 2016) y El lenguaje de la luz / A Linguagem da Luz (Gato Bravo, 2018) vuelve a publicar con la editorial de Lidia López Miguel en el número 111 de la magnífica colección Alcalima de poesía, que dirige Isabel Miguel.

El poemario cuenta con dos grandes alicientes: las sugerentes ilustraciones de cubierta e interiores de Juan Martínez, que combina dibujos de objetos propios de la puericultura con otros de la equitación y el arte de la doma; y el lúcido prólogo de Sara Castelar Lorca, que con el título “Doma, versos para una memoria futura” nos abre la puerta de un libro que es una bella apuesta por el desarrollo de la libertad personal frente a la manipulación de un sistema maniqueo que pretende dirigir nuestro pensamiento.

Los cuarenta y dos composiciones que integran el libro se estructuran en cuatro partes, que aluden a los pasos de la doma clásica, con los significativos epígrafes: “Aclimatación y amansamiento”, “Desbravado y primeras montas”, “Ejercicios especializados” y “Estractos de un establo imaginario”.

En la dedicatoria: “A Candela, aún Silvestre. Nunca te dejes domar”, y en las citas iniciales del libro, debidas a Charles Darwin, Elena Medel y Andrés García Cerdán, hallamos la tesis del libro. En efecto, el poeta canario advierte a su hija “por si alguna vez te hieren”, así el padre de hoy aconseja a la hija del futuro con el fin de alertarla sobre las circunstancias de un mundo donde imperan los intereses maquiavélicos del trabajo y la producción porque como señala el autor en los últimos versos del libro: “el sistema nos doma, nos marca sus pautas, / modela los comportamientos, las resoluciones / afectivas, / los intereses, / los sueños. / Maneja nuestra moralidad”.

Jorge Ortiz Robla emplea diversos recursos, como la pregunta retórica, para enseñar a su hija a “reconocerte en los espejos”, y para que “cuando todo cambie” no sea un “débil animal”. El autor nos ofrece lecciones vitalistas para aprender a distinguir entre vivir y matar el tiempo, y, sobre todo, a no rendirse, y lo hace con admirable “Ternura”:

Es tu labio un paréntesis
que sobre la barbilla cruza tu rostro,
una balanza que compensa tu emoción,
un filamento que ilumina la cara.

El resto es eternidad
y la eternidad,
como la ternura,
ni se mide
ni se contiene.”

En definitiva, Jorge Ortiz Robla demuestra una vez más el dominio de un registro propio, de dicción clara e intención crítica, que hace de su poética uno de los mejores exponentes actuales del espíritu que animaba al célebre verso de Gabriel Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”, y de esperanza.

 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



domingo, 13 de enero de 2019

Poemas del frío. Sandra Sánchez

 
 


Poemas del frío
Sandra Sánchez
Cuadernos Heracles y nosotros, Gijón, 2018
 
 
Sandra Sánchez (Oviedo, 1971) publica su nuevo poemario en el nº 21 de Cuadernos “Heracles y nosotros” de Gijón, Poemas del frío, donde reúne veintiuna composiciones de “versos ateridos”. La poeta asturiana, que ya había dado buena muestra de su madurez expresiva en su opera prima, Una manzana en la nevera (PieEdiciones, 2017), vuelve a sorprendernos con un discurso crítico, de forma libre y trazo cadencioso, que dice mucho y bien de una autora comprometida con la causa lírica y la lucha social.

Dos citas, de José Luis Morante y Alejandra Pizarnik, abren el libro y nos anticipan su fondo: la herida y el invierno. En efecto, desde el primer poema, que da título al conjunto, ya nos lo señala: “Vienes de los poemas del frío, / de más allá del horizonte de la estepa / y de los acantilados de la herida”; y sigue con “Nacimiento y muerte de una lágrima”: “has llorado alguna vez / por esa lágrima?”. Y es que la nada nos acompaña a diario y finalmente nos inunda justo antes de morir, así recrea el célebre “Mehr licht!” (¡Luz, más luz!) de Goethe en un bello poema con sabor culturalista.

Sabiduría y reflexión fluyen por esta plaquette, a veces solo bastan unos pocos versos, como en “Metamorfosis” y “Atronador”, o en el ingenioso y minimalista “A-Dios”, donde dice: “Y al séptimo día / desapareció.” La poética de Sandra Sánchez no necesita de hechuras retóricas para tocar al lector, es precisa, pulcra.

El arco temático de la poeta ovetense es amplio, así hay composiciones donde la pluma actúa como un certero dardo a la conciencia, como la historia de “la cubana” en “Identidades”; otras son de una ternura conmovedora, es el caso del poema que dedica al recuerdo de su madre, “Siempre la vida”, y a sus “ángeles”, que velan su sueño y cuidan de ella, en “Lo sé”; otros son de un romanticismo secular, donde apela a los ojos de un amante ausente, esquivo. El poemario acaba en “el corazón de una flor”, delicada metáfora en prosa sobre el tiempo y la creación.

En definitiva, Sandra Sánchez nos ofrece autenticidad y frescura en una edición no venal donde el yo lírico se dirige a un mundo ajeno para trasladar sus preocupaciones pues “hay otoños que no acaban nunca”.

 
Gregorio Muelas Bermúdez



jueves, 3 de enero de 2019

Gracias, distancia. Antonio Cabrera

 
 


Gracias, distancia
Antonio Cabrera
Cuadernos del Vigía, Granada, 2018
 
 
Antonio Cabrera (Medina Sidonia, 1958) vuelve a las librerías después del accidente que desde hace un año lo mantiene en una silla de ruedas. El poeta gaditano afincado en tierras valencianas demuestra un encomiable coraje y un inquebrantable vigor con la publicación de su nuevo libro, Gracias, distancia, -título que evoca al clásico Gracias, niebla de W. H. Auden- colección de aforismos editada por Cuadernos del Vigía con la elegancia que la editorial granadina nos tiene acostumbrados. Un libro que los que seguimos y admiramos la obra de Cabrera no podemos dejar de celebrar pues el autor de En la estación perpetua (XII Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, Visor, 2000) o Piedras al agua (Tusquets, 2010), vuelve a demostrar su inteligencia y buen hacer en aforemas y sentencias de diversa temática, y es que Cabrera al escribir este libro también nos ofrece el tiempo para meditarlo en profundidad.

El volumen se divide en seis secciones con significativos epígrafes: “Parecido al viento”, la primera y la más extensa; “Desde César Simón”, referente ineludible para los poetas valencianos de su generación; sigue una parte metapoética; “La letra celebrada”; “Luz”; y “Sobre la pintura”. Secciones que lejos de centrarse en un tema comparten una vocación abierta, en ocasiones intercambiable, pues el pensamiento filosófico de Cabrera incita a la indagación multidisciplinar, he aquí cuatro lúcidos ejemplos:

La conciencia del paisaje incluye multitud de cosas que no están en el paisaje.”

Quien se prepara café presiente certidumbres.”

Me aburre la fantasía”.

El tedio es una duna”.

No se puede decir más en una sola oración y es que Antonio Cabrera no es un neófito en el género pues ya en un libro anterior, El desapercibido (Pepitas de calabaza, 2016), el autor nos invitaba a reflexionar sobre muy diversos temas a través de una prosa serena y fluida que albergaba no pocos aforismos. El paisaje y sus elementos, la poesía y la pintura centran el nuevo discurso de Cabrera en una suerte de poética con forma de destellos.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez