miércoles, 4 de mayo de 2022

'El primer tetrarca', la novela histórica y Hermann Broch

 



Ha llegado el momento de comenzar a hablar sobre mis influencias literarias en relación con la escritura de mi primera novela, El primer tetrarca (Olé Libros, 2021). Una novela, he de confesar, que nació sin voluntad de género, o sí, si nos referimos exclusivamente al género humano, sobre el que realmente trata. Es cierto que la novela se inserta en una época concreta del pasado, la Antigua Roma, y dentro de su milenaria historia se ambienta en un periodo específico, la Tetrarquía, que, prácticamente, no ha sido abordado en la ficción, es por ello que si esta obra merece un mérito más allá del estrictamente literario sea este, dando voz, en primera persona, a unos personajes apasionantes, como Diocleciano y Constantino, los grandes reformadores del siglo IV.


Dicho esto, es comprensible que El primer tetrarca no se ciña a los cánones del subgénero narrativo, rompiendo, entre otras cosas, la linealidad temporal que lo caracteriza, arrojando luz sobre un periodo desconocido para el gran público, el Bajo Imperio Romano, pero desde un punto de vista puramente literario que afecta directamente a su estructura, dividida en cuatro libros (primus, secundus, tertius, quartus), cada uno escrito con una técnica narrativa diferente. Eso no quiere decir que no haya habido un esfuerzo, casi obsesivo, por reconstruir históricamente dicho periodo pero solo con la voluntad de hacer verosímil el relato, y nunca con la intención de abrumar al lector, que es libre de elegir si leer o no las notas a pie de página que lo acompañan. Es el peligro al que se enfrenta todo autor de novela histórica, donde el marco histórico, la HISTORIA, con mayúsculas, en ocasiones le puede ganar la partida al relato, ¿pero qué sucede cuando los protagonistas de la obra son los creadores de la Historia? Tal vez habría que acuñar un nuevo género literario: el ensayo-ficción, o la ficción ensayística. Pero eso solo si la prosa, el estilo, no pretende recrear artísticamente unas vidas, unos sucesos. Esto último queda, pues, para el debate.


Si seguimos el orden de los acontecimientos que se narran en El primer tetrarca, la primera influencia que se puede rastrear procede de una de la obras fundamentales de la narrativa del siglo XX, La muerte de Virgilio, del escritor austríaco Hermann Broch (Viena, 1886 – New Haven, 1951), uno de los grandes autores en lengua alemana del pasado siglo, a la altura de Franz Kafka o los Premio Nobel de Literatura Thomas Mann y Hermann Hesse, entre otros. Esta referencia, que a priori puede resultar pretenciosa, cuando no grandilocuente, es totalmente cierta, y lo es por varios motivos. El primero, y tal vez es el más importante, es que su lectura supuso un verdadero punto de inflexión en mi vocación literaria, la obra maestra de Broch, cuyo aliento y complejidad la asemeja a la obra de otro gigante de las letras universales, como James Joyce y su Ulises, con quien guarda más de un parentesco, me enseñó, y de qué manera, que hay muy diversas maneras de contar una historia, donde seguramente lo más importante es ser consecuente con la psique de los personajes. En segundo lugar porque existe una misma “intención” poética, trascendente en la suya, heredera en la mía, pero qué intención, por muy original que esta nos parezca, no está motivada por nuestras lecturas, ¿acaso no somos lo que leemos?. Esa es la condición del letraherido.


En La muerte de Virgilio (Der Tod des Virgil, 1945) Hermann Broch recrea artísticamente las últimas dieciocho horas de la vida del autor de la Eneida, quien enfermo y también atormentado por la idea de que tal vez ni la verdad ni la trascendencia hayan tocado su recién concluida obra, decide destruirla. En El primer tetrarca trato de recrear artísticamente las vidas políticas, e interiores (a través de cartas y monólogos interiores), de algunos personajes clave de comienzos del Bajo Imperio: Diocleciano, Constantino, Galerio, Constancio, Maximiano, Severo, Maximino...; y el de las mujeres que estuvieron a su lado: Minervina, Fausta, Valeria, Maximila… Lo haya conseguido o no, queda para la opinión de los lectores y el juicio de los críticos, lo cierto es que los seguidores de Santiago Posteguillo, entre los que me cuento, no encontrarán en El primer tetrarca las mismas tramas que en sus novelas, o tal vez sí.