domingo, 21 de abril de 2019

Tres cuadros de asiento. Nicolás Said Vergara

 
 


Tres cuadros de asiento
Nicolás Said Vergara
Ediciones Liliputienses, 2017
 
 
Noveno número de la colección de poesía de la Fundación Obra Pía de los Pizarro, que edita desde Cáceres la Asociación Cultural Ediciones Liliputienses de la mano del poeta José María Cumbreño, Tres cuadros de asiento del chileno Nicolás Said Vergara (Puerto Varas, 1986), poemario con el que obtuvo en el año 2015 el Premio Nacional de la Cultura y las Artes de su país, es un libro con vocación experimental, vanguardista, una filiación que se hace patente en las citas de poetas y artistas franceses vinculados a esta tendencia, como Marcel Duchamp y Henri Michaux. Esto se aprecia desde la misma estructura, organizada en tres partes o cuadros precedidos por una significativa cita de Pablo Neruda: “Asimetrías nocturnas (tinta sobre lienzo)”, “1810-2666: ¿En donde está mi cámara? ¿En donde está el público? (spray sobre tela)”, y “Cosmo(a)gonía del preludio (Mixtura entre blanco y negro)”, donde cada cuadro se inicia con un largo poema en prosa, seguido de composiciones en verso libre de corte surrealista, he aquí un ejemplo:

XLV

Todo es pájaro
Porque nada es profundo
Nada es pájaro
Porque todas las nubes son piedras
Que al juntarse con la lentitud de mi alma
Provocan terremotos mojados
En el lugar que no siempre va a llegar

Desde el cenit o la infancia
Hasta el nadir y el término del cielo.

En definitiva, Nicolás Said Vergara realiza un sucinto recorrido lírico por el paisaje y la historia reciente de su patria, con algún atisbo de crítica social, y se pregunta “¿A dónde vas Altazor?” para “poder mirar hacia delante” pues el poema es “un movimiento que se mueve” para “nadar en paz”.
 
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



viernes, 19 de abril de 2019

Una décima parte de mí. David Acebes Sampedro

 
 


Una décima parte de mí
David Acebes Sampedro
PiEdiciones, 2018
 
 
Una décima parte de mí es el segundo poemario, tras Trópico azul… (Consejo Local de la Juventud, 2004), del escritor y activista cultural vallisoletano David Acebes Sampedro, que desde su relevante papel en CRÁTERA Revista de crítica y poesía contemporánea, como miembro del Comité asesor y coordinador de la sección “Experimental”, y el Colectivo DARt de Poesía Visual, junto a los poetas Atilano Sevillano y Rafael Marín, viene realizando una impagable labor a favor de este tipo de poesía de la que es un destacado creador. Además, David Acebes es autor del libro de cuentos infantiles Víctor, el centauro y otros cuentos para niños con sueño/s (MAR Editor, 2017), y del conjunto de ensayos La poesía es cosa de burros (PiEdiciones, 2018). Como podemos observar, David Acebes es un escritor inquieto, que articula sus ideas en diversos géneros con igual maestría.

Publicado por PiEdiciones (La huella de la palabra), que dirige la asturiana Puri Sánchez, que aporta en este volumen un interesante comentario de contraportada, en el libro I de la Colección Parnaso, Una décima parte de mí se presenta con un impecable prólogo firmado por Fermín Herrero, donde el Premio de la Crítica de poesía castellana 2016 realiza un esmerado recorrido por la historia de la décima o espinela, forma escogida por David Acebes para componer el libro. Así se congratula de que un joven como Acebes recoja “el legado formal de la tradición, máxime en estos tiempos en que parece que los poetas núbiles y de éxito comercial se fajan en internet, en vertederos y redes sociales”, un comentario más que pertinente pues destaca la importancia de asimilar el legado cultural en un período como el actual que peca de exceso de vanidad y de naderías pueriles que solo sirven para llenar las arcas de los grandes intereses editoriales.

El libro se divide en ocho partes, la mayoría precedida por una cita que el autor glosa inteligentemente, es el caso de “La vida, conmigo” y Francisco Brines, “Los pecios del azar” y Jorge Manrique, “El amor hueco”, “La fosa del Tiempo” y “El espectro de un deseo” con citas de Lope de Vega. En otras la cita le sirve de inspiración, como la de Clara Janés en “La quietud que nos rodea”, y la de Jorge Guillén en “El ocaso de lo simple”. Títulos que denotan un saber bien adquirido en la profunda lectura de nuestros clásicos, como demuestra la portada de las nueve musas castellanas con Francisco de Quevedo a la cabeza.

En su conjunto David Acebes demuestra ser un excelente decimista, veamos un bello ejemplo de “Parábola del caminante”:

El paisaje que se exhibe
al dolor de la mirada,
me recuerda que la Nada
es el tiempo que prescribe.
Y que todo se concibe
cuando sigues tu camino
cual eterno peregrino
que conoce su talante;
una meta por delante,
y tus huellas, como sino.

En definitiva, David Acebes Sampedro nos ofrece una brillante muestra de su intenso quehacer literario que “engendra amor esperanza” en una juventud creadora verdaderamente formada, muy lejos de los hueros estantes de la mercadotecnia.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



martes, 16 de abril de 2019

Lector in umbra. Prólogo de Estado de Acedia

 
 



LECTOR IN UMBRA



Pronto hará dos años que respondí a una generosa y deferente petición de Gregorio Muelas para que revisara una colección de poemas titulada Estado de acedía. Desde el privilegio que puede otorgarme la amistad, y no otro, me atreví entonces a remitirle unas notas a pie de página. En el mensaje le decía: «Se trata solamente de una revisión formal, tal vez demasiado rigurosa pero hecha con todo el cariño que te tengo». A eso me limité y creo que hice lo correcto. Supongo que él esperaba además una valoración crítica que no quise hacer en aquel momento porque Gregorio ya no la necesitaba.



Cuando nos conocimos (tal vez en 2011 en alguna de las presentaciones de Aunque me borre el tiempo, su primer poemario, pero ya con seguridad en 2012 en la presentación de La mano pensativa, uno de mis libros), iba acompañado de José Antonio Olmedo López-Amor. Desde entonces, ambos, jóvenes unidos por una misma edad y una amistad entrañable, me han distinguido con su afecto, correspondido. Con admiración y cierta nostalgia les he ido viendo crecer como autores y creadores hasta conseguir en estos pocos años ser hoy una espléndida realidad.



Gregorio, tras su opera prima, firmó un libro de guiones de cine titulado Cuando la aurora le hable al tiempo (2011), el libro de poemas Un fragmento de eternidad (2014) y el excelente libro de haikus La soledad encendida (2015), en coautoría con Heberto de Sysmo, en el que se diluye totalmente la autoría individual de cada poema.



Sus últimas obras, de nuevo un libro de haikus, A la luz de la flor del almendro (2017), y la edición de una extensa obra de crítica literaria, el ensayo Polifonía de lo inmanente / Apuntes sobre poesía española contemporánea (2010-2017), vuelven a ser compartidas con otro autor, el portugués Carlos Castilho Pais y José Antonio Olmedo, respectivamente.



Que esos libros sean compartidos con otro autor como tanta obra anterior, y que A la luz de la flor del almendro se edite en Portugal y en edición bilingüe muestra esa disolución del yo (y de otros límites) que sería el principal sentido latente que mi lectura cree ver en la propia estructura de este Estado de acedía que ahora tiene el lector en sus manos.



En el panorama actual de la joven poesía valenciana, tan variado y confuso, ha puesto claridad Sergio Arlandis, crítico literario y también poeta, que en Cartografías de Orfeo (2014), antología dedicada a su misma generación, señala como una de las tendencias visibles la de una «poesía de introspección emocional y contemplativa, con cierto afán metafísico en su trasfondo, con la renovadora mirada de la juventud que comienza a descubrir la auténtica ferocidad del tiempo y el descrédito de los valores establecidos desde la imposición de un orden moral que debe renovarse obligatoriamente». En esa línea incluye a Gregorio Muelas, y no puedo estar más de acuerdo. Dejando entre paréntesis sus poemarios dedicados al haiku, de intención y realización diferentes, ya en Aunque me borre el tiempo encontramos, en ese sentido, poemas reveladores como Canto: «...Habrá que no olvidar el pasado, / rehacer los caminos quebrados, / rescatar las voces de los enterrados / llorar por aquello que ellos lloraron / y entonar por primera vez el canto». Renovación moral de un tiempo, a la vez, destructor y deudor del pasado. Como dice de él Carlos Alcorta al reseñar Un fragmento de eternidad, «la constatación del paso inexorable del tiempo y de las heridas que ese transcurso va dejando en la piel de la conciencia, es el gran leitmotiv de la escritura de Muelas».



En esa línea se inscribe este nuevo poemario en el que su autor nos ofrece un corpus dividido en tres partes formalmente muy distintas aunque en ellas seguimos encontrando la misma claridad en la dicción que en su obra anterior: una primera (Tiempo imperfecto), la más extensa, con poemas de versificación imparisílaba; otra, casi central, (Postrimerías) compuesta solamente por tres sonetos blancos más un dístico; y una tercera (Nostalghia), dedicada al filme de Tarkovski del mismo título, en la que se suceden quince brevísimos poemas, casi fotogramas, que adoptan la estructura de los haikus. Un breve poema (Epílogo), cierra significativamente este Estado de acedía, este 'tiempo de agrura', o de acritud, de acrimonia, de injusticia subrayada una y otra vez en sus poemas.



En esa diversidad de registros señalada, la coherencia nace de la mirada y del interior de Gregorio Muelas como una necesidad. La coherencia, pero también la continuidad: si en Refutación a Adorno, un poema de Un fragmento de eternidad, nos decía su autor que «después de Auschwitz / se escribe poesía / como un acto de civilización / contra la sumisión y la barbarie...», ahora, mediante la cita de Dionisio Cañas con la que se abre Tiempo imperfecto, nos recuerda que «la belleza se halla en cualquier sitio, hasta en la basura». No parece casual que haya elegido a Dionisio Cañas para abrir con esas palabras las suyas propias. La noche de Europa, última obra de Dionisio, aborda la tragedia de los refugiados en la isla de Lesbos.



En El sueño de Ítaca, un poema de esa misma parte del libro, Gregorio fijará su mirada sobre la misma tragedia pero en otro lugar del Mediterráneo, Lampedusa. ¿Poesía social pues? Sí, diríamos, incluso en el sentido tradicional si se quiere. En el largo hilo de la disidencia —desde la poesía dialéctica del grupo leonés Claraboya o del humanismo antifascista de Otero, Celaya y Nora hasta el vanguardismo crítico de Enrique Falcón o la estética materialista de Jorge Riechmann (en términos subrayados que tomo de César de Vicente), pasando, claro está, por la mirada comprometida de los poetas de los años 50 del pasado siglo—, la crisis del poema se ha ido centrando en un 'yo' poético constantemente desarticulado y rehecho, una y otra vez, en conflicto con la realidad y con el lenguaje.



Poesía social otra vez, sí, pero desde el único lugar desde donde hoy parece posible formularla: desde la disolución de los límites impuestos por el hombre; desde la anulación de los dogmas y de las fronteras; desde la reivindicación de la igualdad de los seres humanos; incluso desde la propia abolición del 'yo' que mira y observa y juzga y emite su palabra. Abolición que se anuncia en la obra de Muelas precisamente ahora, en el paso de un libro al otro. En el penúltimo poema de Un fragmento de eternidad, se nos decía todavía en primera persona: «Inútilmente miro al cielo /.../ Inútilmente miro», para cerrar después ese libro con otro poema definitivo, La nada: «Adentrarse en la nada: / desierto de ceniza /.../ muralla de tinieblas / que ciega la mirada». Ahora, sin embargo, desde el primer verso de este Tiempo de acedía, un 'alguien' neutro —no aquel 'yo' anterior—, nos habla para decirle al lector: «Mira la niebla», «Este es un tiempo de cenizas» o «No es el momento de pararse / a contemplar estrellas...». Ya sólo asomará en un único poema ese 'yo' que se resiste a desaparecer («Me inclino para ver qué estás leyendo») para ceder definitivamente su lugar a un 'nosotros', plural y solidario: «todos los meses / nos asedian mesnadas de facturas». Sin embargo,más tarde parecerá que nos vuelve a asaltar en otro poema («Amo a la Madre Rusia /.../ soy un escritor furtivo») pero esa voz que habla en primera persona no será ya la del 'yo' poético que ha desaparecido, sino la de Alexander Solzhenitsyn, personaje del poema. Y lo mismo sucederá después en Epitafio veneciano cuando la voz de Joseph Brodsky hable de «mis grises pupilas» y de la «doble belleza de un paisaje / capaz de prescindir de mí».



Esta nueva obra de Gregorio Muelas borra límites en todos los sentidos. En el de la tradición poética, al no romper con el pasado y asumir registros diferentes, en lo formal como ya he dicho, pero también en la fusión de los contenidos. Así, encontramos a Antonio Machado (evocado en el título de Caminos sobre la mar) para negar las fronteras marinas y territoriales; volvemos a la herencia cultural griega (El sueño de Ítaca) para mostrarnos la tragedia de la inmigración; y el lector avisado notará la presencia tácita de Anna Ajmátova (Casas de Fontanka), que fue testigo del asedio alemán desde la ventana de su residencia en una de esas casas junto al canal del Nevá en Leningrado.



En estos años (2017 y 2018) de revisión y edición de este libro, que recuerdan dos grandes utopías parcialmente fracasadas (centenario de la Revolución Rusa y cincuentenario de mayo del 68), sus poemas funden tiempo y espacio. Así sucede en el poema La primavera, aquella 'primavera de mayo del 68' con la que ya poco tiene que ver el desencanto presente: «Y empiezo a recordar viejas paremias / sobre el poder de la imaginación». Más arriesgado formalmente es el fundido casi cinematográfico que en el poema Stalingrado une la crisis económica actual con el protagonismo alemán de entonces y de ahora. Ese casi fundido de dos planos en montaje paralelo se ve reforzado con otras técnicas que Gregorio Muelas traslada del celuloide al papel (como en la ya comentada sucesión de fotogramas de Nostalghia), o en los títulos de los sonetos de Postrimerías, la segunda parte del libro, que tanto recuerdan a filmes significativos: Dies irae, de Dreyer, o La gran comilona, de Ferreri.



Estas Postrimerías —tan ajenas a las recogidas por el catecismo cristiano: muerte, juicio, infierno o gloria— no son las etapas finales de la vida aunque a ellas haga referencia la cita que las introduce, tomada del Eclesiastés, uno de los libros sapienciales de la Biblia, sino las pasiones que llevan al exceso y al dominio de los poderosos sobre los vencidos. De nuevo nos ofrece aquí Gregorio Muelas otra disolución para borrar la distancia que las religiones han establecido entre su moral, al servicio del poder, y la ética.



Otras consideraciones (sobre ética y estética, ya que acabamos de nombrar la primera, por ejemplo) nos llevarían mucho más allá de lo que la limitación de estas palabras iniciales aconsejan. No quiero, a pesar de eso, dejar de señalar otro de esos aspectos que señalan en este libro esa voluntad transversal que, al disolver límites, clasificaciones y fronteras, lo vertebran: en Fragmento de una carta de Alexander Solzhenitsyn a Heinrich Böll se pone en cuarentena el propio concepto de patria y la soledad del exiliado ruso «al que tan sólo leen en inglés / un centenar de críticos y periodistas». En Epitafio veneciano se da un paso más al darse en su protagonista, el poeta ruso Joseph Brodsky a quien se dedica el poema, la disolución más intensa de las posibles al cambiar de patria, de idioma y de lugar de descanso definitivo, en la iglesia de San Michele de Venecia. Y es en Italia precisamente donde sucede el último de estos destierros personales, con el que se cierra el libro: el del cineasta Andrei Tarkovski, también ruso, lleno de tristeza y melancolía al tener que abandonar su patria. El círculo se cierra con este emocionado homenaje de Gregorio Muelas quien, en Epílogo, un breve poema final nos dirá: «...Qué vértigo mirar / al fondo de uno mismo».



Porque de eso se trata: de verse en los demás, en el abismo de los otros. Y al lector se ofrecen estas palabras para que en ellas se observe. Vuelvo a Dionisio Cañas para decir con él que «el poeta es sencillamente el primer lector de su texto y que, por lo tanto, es la figura del lector quien protagoniza el milagro de la poesía».



Y aquí me quedo, lector in umbra, lector en la sombra, ante la luz de estos poemas que Gregorio Muelas nos ofrece.





Blas Muñoz Pizarro






jueves, 11 de abril de 2019

Ventana de emergencias. Ángel Manuel Gómez Espada

 
 


Ventana de emergencias
Ángel Manuel Gómez Espada
Huerga y Fierro, 2018
 
 
Ventana de emergencias es el sintomático título del nuevo poemario de Ángel Manuel Gómez Espada (Murcia, 1972), publicado por el prestigioso sello editorial de Charo Fierro y Antonio J. Huerga. El co-director, junto a su paisano Juan de Dios García, de la Revista de Literatura El Coloquio de los Perros vuelve a la primera plana tres años después de la reedición de Los hijos de Ulises (Le Tour 1987, 2015), un libro revulsivo que confirmaba a un poeta resistente con un marcado estilo irónico, que desde el mismo título nos advierte de la necesidad de asomarnos a nuestra realidad cotidiana desde otra perspectiva para denunciar las múltiples injusticias que nos acucian día a día, esas “emergencias” que el autor trata, como veremos, con sutil vehemencia.

Las citas de Carmen Camacho, Antonio Gamoneda, Isabel García Mellado y Antonio Rodríguez Jiménez sitúan al lector en un poemario que se estructura en tres apartados, por un lado los dos poemas iniciales que le sirven de pórtico, a los que siguen treinta y tres poemas que constituyen el cuerpo del libro, y para finalizar las diez composiciones breves, en realidad secuencias, que integran “Got me a movie”, inspiradas por el mítico film surrealista Un perro andaluz (1929), de Luis Buñuel.

No vengas, Inspiración, esta mañana / golpeando a mi puerta. No quiero / verte derribando mis templos.” Con estos elocuentes versos de “Visita inesperada” comienza su discurso el poeta murciano y continúa más adelante diciendo “Hoy no tengo cuerpo para la poesía”, sin embargo, ésta se inmiscuye, furtiva, en el trasiego de las actividades mundanas. Un tono que se confirma en una heterodoxa “Poética” sobre los efectos de la poesía en la propia obra. Dos poemas cuyo sentido enlaza a la perfección con las tres citas que enmarcan el siguiente apartado, debidas a David Trashumante, Itziar Mínguez Arnáiz y Ana Pérez Cañamares, sobre el oficio del poeta, un oficio que madura al paso de un futuro muy distinto al metalúrgico vaticinado hace veinte años pues la vida es “semilla y certidumbre”. Y es que vivimos en un estado apneico con miedo a perder constantemente el hilo.

En “Carta abierta a Jaime Gil de Biedma”, Gómez Espada escribe una declaración en defensa de la poesía necesaria, verdadera, que se sitúa en las antípodas de los intereses y los plagios, así dice “que Dios nos pille confesados a los poetas”. Más adelante plantea con sarcasmo el problema de las “Fronteras”: “No hay fronteras / cuando cerramos los ojos. // Desaparecen. / Es un misterio.”

El poeta escribe con “la (fe) justa / para ir tirando”, para ello elige un lenguaje sencillo, limpio de retórica, y un ritmo libre, en ocasiones abrupto y no por ello exento de cadencia, que definen un estilo agudo, vivaz, como contrapunto necesario a una realidad estadística que camina “hacia la banalidad y la desidia”. Destacan los rótulos de algunos poemas, que dicen mucho de su intención crítica: “A un amigo que encontró en la cola del paro el amor repentino”, “De los idiotas se aprende”, “Poema que sale republicano sin querer”, “Encuentros en la tercera fase”, o “Hazañas del superhéroe cotidiano”.

Ángel Manuel Gómez Espada ataca “las leyes del mercado”, tras las que se esconden los intereses del capital y de aquellos que lo avalan, solo la poesía, “bendita redención”, es capaz de paliar sus contradictorios efectos. En estos poemas el autor se explaya con lucidez y clarividencia para desmontar las capas de hipocresía de una sociedad dominada por idiotas, memos corruptos y bastardos. Pero si hay un poema paradigmático ese es, sin duda, “La última de mi madre”, donde el poeta traslada de un modo ocurrente, divertido, irónico, los consejos de su madre: “espabílate”, “que no ganarás un chavo con eso de la poesía”.

El poeta murciano demuestra no tener pelos en la lengua pues no duda en inventariar los males que nos asaltan en nuestro camino, hechos cuya simplicidad logra trascender con gracia y arte de ingenio, llegando a emplear para ello versos de rasgo aforístico, donde brillan perlas como: “Para muchos / la lista de la compra / es un camino de Santiago”; “Tambien amar es una forma de surrealismo”; o en “Spam”, donde llega a decir: “Bienvenido al nuevo orden mundial. / Bienvenido a su bandeja de indeseados.” En ocasiones se atreve, incluso, con unas breves composiciones que se aproximan en forma y finalidad al senryu: “Cuento los segundos / desde el rayo al trueno. / Pasa mi vida.”; “Tarde o temprano / todos terminaremos / con una bala en la cabeza.”

En conclusión, la poesía de Ángel Manuel Gómez Espada se desgrana como en notas a pie de página, pues ahí, confiesa el autor, se encuentra lo mejor de la vida. Y es que más allá de su acerba escritura estos poemas destilan, sobre todo, un existencialismo amargo, un desencanto que invita a la acción antes de que todos los días sean lunes.


Gregorio Muelas Bermúdez
 
 
Reseña publicada en el nº 5 de CRÁTERA Revista de crítica y poesía contemporánea
 
 
 



martes, 9 de abril de 2019

Luz Caballero. Salomé Chulvi

 
 


Luz Caballero
Salomé Chulvi
Lastura Ediciones, 2019
 
 
Luz Caballero és el curiós títol de la segona obra lírica de Salomé Chulvi Lleó (Catarroja, 1977), una escriptora inquieta que, entre altres, ja ha donat a impremta la novel.la Mujer Faquir (2017). Ara publica el seu nou treball en el número 12 de la col.lecció “Concilyarte” de Lastura Ediciones. Un volum amb unes atractius il.lustracions de María Griñó, on la poeta catarrojí ens parla del llegat d´Eva, de la feminitat i l´ombra, així ho explica la pròpia autora en el próleg d´esta edició, que dedica a les dones de la seua família i especialment a la seua filla.

Luz Caballero és, com resa en el subtítol de l´obra, l´alter ego de les filles d´Eva, que com qualsevol alteritat és en realitat una màscara que residix en la foscor i que la poesia permet il.luminar gràcies a la paraula dotada de sentit. Ens trobem davant d´un poemari amb un missatge al.legòric que s´estructura en trenta capítols on Salomé Chulvi tracta des de la creació, en “Génesis”, fins al pecat i la culpa, en “Designios”. Pel camí la protagonista, dona nua en un món d´hòmens, lluita per aconseguir l´equilibri amb l´altra mitat del gènere humà i ho fa amb un llenguatge subtil i elegant que reescriu els passatges bíblics de l´Antic Testament per a posar de relleu les desigualtats que afecten els drets de les dones.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez
 
 
Reseña publicada en el nº 3 de El Salt del Llop Revista de cultura de Catarroja
 
 






lunes, 8 de abril de 2019

Girasoles inclinados. Fernando Recuenco Abarca

 
 


Girasoles inclinados
Fernando Recuenco Abarca
Diputación de Valencia, 2010
 
 
Girasoles inclinados es el título del primer poemario de Fernando Recuenco Abarca (1941), el poeta conquense afincado en La Pobla Llarga publica en 2010, gracias a la Diputación de Valencia, este volumen que reúne una parte esencial de su producción lírica, almacenada durante años al recaudo de la más pura intimidad.

El poemario, que se abre con un prólogo, “La soledad de los girasoles”, firmado por Rafael de la Torre, está dedicado a su familia, anclaje sentimental del poeta, que encuentra en sus seres queridos el bienestar necesario para desarrollar sus inquietudes literarias, que abarcan también el relato y la novela.

El libro se estructura en dos partes con los significativos rótulos “A la luz de teas” y “Noche de hogar”, que acogen las sesenta composiciones -que con excepción de los sonetos son de larga extensión- que integran el poemario, donde fondo y forma se ahorman a sus convicciones existenciales y religiosas debidas a su experiencia y formación.

Inaugura el poemario el poema en prosa “En el ocaso de los girasoles”, donde el autor, inspirándose en una cita de Séneca, plasma sus preocupaciones morales: “pobres girasoles inclinados, descorazonados en el surco de los sueños”. Le siguen composiciones elaboradas en quintetos de rima consonante, liras donde Fernando Recuenco declara su preferencia por el esquema clásico.

Con un lenguaje cuidado y un claro dominio de la métrica, Fernando Recuenco expresa los temas que le inquietan, como el irrefrenable fluir del tiempo, del que dice: “como un relámpago gigante” “pasan los años desbocados”, el paisaje con su impronta de nostalgia, o la educación.

Aunque tardío, Fernando Recuenco es un poeta de largo aliento místico, léanse sus poemas “Despierta, oh Dios, en mí”, “Luminiscencia”, “¡Sin arrogancia, Señor!”, “En busca de tu fortuna , oh mi Señor” y “En la cruz crucificado”, pertenecientes al último tramo del libro, un poeta que cuida la forma con singular destreza y que alcanza su cénit en el delicado soneto con el que concluye el poemario, “La humildad es amor”, dedicado a su esposa María Ángeles.
 
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez