Memoria crepuscular
Joaquín Riñón Rey
Olé libros, Valencia, 2018
Memoria
crepuscular
es, tal vez, el canto de cisne de un poeta “recién cansado”
-parafraseando el título de un poemario de Jon Juaristi-, Joaquín
Riñón Rey (1943), un autor madrileño afincado en Valencia que ha
decidido publicar, ya septuagenario, su primera colección de poemas.
Un hecho curioso por cuanto Joaquín Riñón no es, ni mucho menos,
un poeta novel, dado que ya había dado a la imprenta numerosos
poemas, que se han ido publicando en los cuatro volúmenes
antológicos de “El limonero de Homero”
(I,
II, III y IV, de 2010 a 2017), grupo literario al que pertenece,
también integrado por Blas Muñoz Pizarro, Antonio Mayor, Vicente
Barberá y María Teresa Espasa. Además, Joaquín Riñón ya había
sido premiado en varios certámenes, como el “Fiesta de la
Primavera” que organiza la asociación Amigos de la Poesía de
Valencia.
La
pulcra edición, con cuadro de portada de Carlos Mayor, corre a cargo
de Olé libros del editor Toni Alcolea, que con la reciente puesta de
largo de varias colecciones tiene el objetivo de convertirse en un
referente nacional de la poesía española.
El
libro se abre con una introducción del propio autor donde reconoce
que los poemas incluidos han sido escritos durante los últimos doce
años, un dilatado tiempo de escritura que ha dado lugar a “distintos
estados de madurez o de creatividad”. De las diferentes etapas da
buena cuenta Antonio Mayor en el extenso prólogo que le sigue,
quince páginas donde hace un resumen vital de las seis secciones que
conforman el poemario.
Una
cita de Miguel Romaguera invita a la lectura de la primera parte,
constituida por un único poema, que da título a todo el conjunto,
una larga composición estructurada en diez apartados con un lúcido
preámbulo donde Joaquín Riñón expresa las inquietudes que le
impulsan a crear: nostalgia, muerte, vacío y silencio, pero a pesar
de la gravedad de los temas que aborda no hay rendición, tan solo
una perceptible resignación que se ve atenuada por la intrínseca
belleza de la vida y la naturaleza: “busco en cada paisaje una
salida / a mis ojos”. Si hay dolor también hay paz interior donde
la soledad y la noche son refugio. En cuanto a la forma, sobresale
una clara voluntad de revalorizar la función del adjetivo, veamos
algunos ejemplos: “húmeda niebla”, “luz sedosa”, “amarillas
durezas”, “negras sombras”…
Una
significativa estrofa de José Ángel Valente da paso a los doce
poemas que conforman la segunda parte, donde Joaquín Riñón elige
de nuevo el ritmo imparisílabo y la adjetivación para dar
consistencia al tiempo que se marca en el reloj y ante el espejo.
Aquí persiste un tono metafísico que trata de asumir la vejez y la
postrera ausencia
a
través del amor “redimido / del tiempo sordo de la tarde agraz”.
Cierra esta parte “El silencio de Dios”, un poema que por su
hondura y significación reproduzco a continuación:
“Perdónanos
Señor
pero
nuestros
ojos
se
pierden en la noche
y
sólo encuentran
las
sombras
que
la piel de la luz
deja
entre tus huesos.”
Esta
composición enlaza con la cita de Celso Emilio Ferreiro que nos
introduce en la tercera sección, compuesta por el poema en tres
partes “De la frontera”, que le hizo merecedor del Premio de
Primavera “Luis Chamizo”, de Villafranca del Penedés, en 2015.
Las citas de Pedro J. De la Peña, Antonio Gamoneda y Vicente Gallego
incitan a Joaquín Riñón a adoptar un tono existencialista que se
desbroza en versos de milimétrica precisión con destellos
cultistas: calígine,
panóptico,
dilúculo,
furente,
febriciente.
Un
cielo otoñal, como advierte la cita de Ángel González, gravita en
la cuarta sección, así bajo un sol de noviembre conviven la
serenidad y el duelo, el pasado y el presente con hechura de elegía.
Consciente de que después de las campanadas llega el silencio
definitivo, Joaquín Riñón medita por la casa fría y vacía o en
medio del campo, por donde pasea nostálgico en busca de la luz, de
la melodía “que trasciende el olvido”. Es en esta acotación de
la memoria donde el poeta espera “la inmortalidad de la esencia”.
En
la quinta sección el silencio se vuelve mortal y la luz esquiva, así
Joaquín Riñón hilvana una “Poética inexacta” de acuerdo con
la cita de Juan Gustavo Cobo, “sólo el poeta sabe de su radical
inexistencia”. En contraste con la agilidad de los primeros poemas,
el autor reúne en esta parte algunas composiciones de largo aliento
donde indaga en la mirada y en la materia soñada del poema, como en
“Divagación”, con el que obtuvo el Primer Premio del X Certamen
Internacional de Poesía “Aldaba” en 2011, o en “La búsqueda”,
de alma y oficio, de razón y fe.
La
sexta y última sección toma un verso de Virgilio (“Y el dolor por
fin dejó pasar su voz”) como sibilante proemio a los tres poemas
que la componen, donde el mar y su reminiscencia acústica, rumor de
olas o ruido de blancas sábanas, revelan la insoslayable condición
caduca del hombre. Destaca “Muerte en la Malvarrosa”, un largo
poema con varios niveles de lectura donde el poeta traza un ingenioso
paralelismo con el mítico final de Muerte
en Venecia
del realizador italiano Luchino Visconti. Con la amarga contemplación
de la sensualidad, de la belleza, que se admira y se esfuma, acaba
Memoria
crepuscular,
un poemario maduro de un poeta que merece retener en la memoria.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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