martes, 20 de octubre de 2015

La herida de los días. Blas Muñoz Pizarro

 
 


 
La herida de los días
 
Blas Muñoz Pizarro
 
Gobierno de Aragón, Zaragoza, 2010
 
 
 
Blas Muñoz Pizarro es, con toda justicia, uno de los poetas más laureados de nuestras letras, numerosos premios jalonan su obra, que se inició en 1971 con una primera etapa de creación que abarca hasta 1981 con la publicación de Naufragio de Narciso, luego permanece en silencio poético durante cinco lustros, un largo período dedicado a la reflexión e introspección, hasta que en 2007 finaliza La mirada de Jano, que le devuelve a la primera plana. Desde entonces no ha dejado de cosechar galardones, algunos tan importantes como el Premio Miguel Labordeta 2010 del Gobierno de Aragón por La herida de los días, el poemario que nos ocupa, que además fue merecedor en 2011 del Premio de la Crítica Literaria Valenciana que concede la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (C.L.A.V.E.).
Blas Muñoz demuestra su absoluta pericia en el empleo del endecasílabo en este conjunto de 29 sonetos sin rima consonante, donde alcanza altas cotas de percepción  de la realidad poemática. El bellísimo título sintetiza la loable aspiración del autor de plasmar cómo el ineluctable paso del tiempo, siempre en fuga, acrecienta la herida por dónde el olvido se apropia de la memoria.
La palabra poética le sirve de lúcido escalpelo para ahondar con asombrosa veracidad el velo que recubre las cosas, consiguiendo trascender la pura anécdota para desvelar la esencia de esas cosas que aunque fugaces dejan tras de sí un amplio poso en la memoria.
El libro se inaugura con un “Pórtico” a modo de prefacio, que nos habla de la inveterada condición del héroe, ser abocado a avanzar en silencio bajo la mirada admonitoria de aquellos que le amaron, testigos mudos del sacrificio que se le exige y que no admite el fracaso. El poemario se clausura con un poema, “Mi óbolo”, como dádiva que el hombre entrega en agradecimiento por su paso, breve, por la vida.
Estructurado en forma de diario íntimo, Blas Muñoz nos conduce de la mano a través de un inquietante viaje metafísico por un mundo constantemente amenazado por la nada. La luz que recién nacida ya vislumbra su postrer apagamiento, el dolor que agrieta el alma con la irrevocable ausencia de seres que aún transitan por la memoria, la ceniza como residuo fúnebre de aquello que antes rebosaba de vida, pero también celebración de ésta última, por tanto himno tamizado de elegía. Nos hallamos pues ante una poesía de corte metafísico que trata de hallar certezas desbrozando el todo de la nada.
Elegancia e inteligencia definen el estilo de un poeta capaz de describir el mundo de un modo auténtico y personal. Sólo la experiencia del poeta es capaz de rescatar pasajes y paisajes acerados en la memoria. El tiempo hiere y marca cicatrices en el alma sensible del poeta que revive momentos al volver a contactar con lugares donde el recuerdo se obstina en permanecer más allá de la conciencia, que como la magdalena proustiana sólo espera la circunstancia exacta para manifestarse, así en “Día de Reyes” una fecha le devuelve un episodio de infancia enmarcada tras una ventana como un cuadro de nostalgia; o en “1950 (por ejemplo)” donde la mirada del poeta arroja luz sobre las sombras que habitan en la antigua casa familiar.
La propia creación poética ocupa también un lugar importante en sonetos tan memorables como “Otro fulgor”, “Poética (o no)”, “Razón de ser”, “Este oficio de penumbras”, o el emotivo “Un libro dedicado (1974)”, que evoca la figura y el magisterio del gran poeta alicantino Juan Gil-Albert.
En conclusión, “esta suma de restos, o de restas” que es la poesía de Blas Muñoz es capaz, merced a la inteligencia y el instrumento de la bella palabra, de avivar las cenizas, de recomponer un mundo interior erosionado por el paso del tiempo.

 
 


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