martes, 31 de mayo de 2016

El rayo que no cesa. Miguel Hernández

 
 


El rayo que no cesa
 
Miguel Hernández
 
Alianza Editorial, 2010
 
 
El rayo que no cesa es un título mítico de la lírica en lengua castellana y su autor, el poeta oriolano Miguel Hernández, ocupa un sillón de honor en el Parnaso. Forman parte, pues, de nuestro acervo cultural. Resulta difícil escribir sobre un poemario sobre que han corrido ríos de tinta y que tanta influencia ha ejercido en las posteriores generaciones de poetas, así, los estudios críticos no han dejado de sucederse desde su publicación en 1936, sin embargo, no está de más traer a la actualidad un título tan significativo, que reedita Alianza Editorial con un excelente prólogo de Jorge Urrutia.
Desde un punto de vista formal, destaca, sobre todo, la perfecta estructura que organiza el poemario, compuesto de treinta poemas, básicamente sonetos, con la excepción de los tres poemas que lo vertebran, que se caracterizan por su mayor extensión: “Un carnívoro cuchillo”, que inaugura el libro, en cuartetas; “Me llamo barro…”, en silva polimétrica; y la célebre “Elegía” a Ramón Sijé, en tercetos encadenados. “Me llamo barro…” actúa como eje de simetría pues son trece los sonetos que lo separan tanto de “Un carnívoro cuchillo” como de la “Elegía”, dos grupos de sonetos que culminan con un soneto final.
Pero si hay una composición verdaderamente emblemática es la Elegía que Miguel Hernández dedicó a su compañero del alma Ramón Sijé, una auténtica joya de la literatura española y universal.
Poema de remordimiento y de reconciliación espiritual, Miguel Hernández expresa su deuda con Ramón Sijé por cuanto le debía y había apoyado en sus primeros tiempos poéticos (Sijé le ayudó a buscar editor para publicar Perito en lunas (1935), cuyo prólogo es de Sijé).
Esta Elegía está compuesta inmediatamente después del deceso de su amigo, ocurrido el 24 de diciembre de 1935 a causa de una septicemia al corazón. Miguel se hallaba en Madrid cuando se enteró del infausto hecho por Vicente Aleixandre dos días después y precipitadamente escribió esta conmovedora elegía en tan sólo 15 días.
Incluida a última hora en El rayo que no cesa (1936), la elegía se compone de 15 tercetos en endecasílabos y un serventesio final, en los que el poeta deja translucir diferentes estados de ánimo que evolucionan hacia la catarsis, un insuperable ejemplo de dolor (ex aequo Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca), donde Miguel Hernández canta a la amistad eterna que, gracias a la mágica fuerza de la poesía, logra alzarse por encima de la insondable muerte para arrebujarse en un rincón del corazón humano.
En este poemario de amor y muerte, transido de pena, y con recurrentes imágenes taurinas, Miguel Hernández alcanza la perfección de una extensa tradición presente en la literatura española.
 



No hay comentarios:

Publicar un comentario