martes, 17 de mayo de 2016

No vendrá el diluvio tras nosotros. Joseph Brodsky

 
 


No vendrá el diluvio tras nosotros
 
Joseph Brodsky
 
Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, Barcelona, 2000
 
 
La editorial Galaxia Gutenberg en conjunción con Círculo de Lectores publica en una primorosa edición en tapa dura No vendrá el diluvio tras nosotros, una canónica antología poética de Joseph Brodsky, cuya efigie ilustra la sobrecubierta con un dibujo autorretrato del autor. 
La traducción y selección, además del extenso prólogo, son obra de Ricardo San Vicente, que titula este último: “Joseph Brodsky o el tiempo como espacio”, en realidad un pequeño estudio sobre el oficio del poeta ruso-norteamericano, donde nos desvela algunas de las claves necesarias para comprender una poesía anclada en un modo particular de concebir la vida.
Ricardo San Vicente traza un amplio recorrido por la obra de Brodsky, desde sus poemas primerizos, fechados a comienzos de los años sesenta, donde destaca con luz propia la célebre “Gran elegía a John Donne”, hasta sus últimos poemas, recogidos en el volumen póstumo Paisaje con inundación (Dana Point, 1996), es decir, más de tres décadas, en las que aportó una voz personal al mundo literario del Este y de Occidente.
Joseph Brodsky era un poeta cosmopolita y moderno, en su obra se puede vislumbrar el profundo eco de los paisajes y las culturas que lo poblaron, desde su Rusia natal hasta el Estados Unidos del exilio y muerte.
A principios de los setenta inicia un amplio periplo de viajes por diferentes países, que irán calando en el sustrato sensible de un poeta para quien el lenguaje, y por ende la lengua, constituía la verdadera patria, un asidero inexpugnable desde el que enunciar su alocución al mundo, así fue configurando un paisaje interior como instantánea de lo vivido. Sus viajes a México e Italia tendrán su versión lírica en “Divertimento mexicano” y “Estrofas venecianas”. Un sinfín de vistas y visiones tendrán su traducción íntima: el mar picado de Inglaterra e Irlanda (“En Inglaterra), la tierra llana de Holanda, la nieve en Suecia (“Música sueca”).
Brodsky irá poblando su particular paisaje interior con personajes de otro tiempo, para ello viajará con la imaginación a épocas remotas, desde la antigua Bizancio hasta la Roma de Horacio (“Imitación a Horacio”) y Tiberio (“El busto de Tiberio”), pasando por el Egipto bíblico (“Fuga a Egipto”). Todo ello irá configurando un clasicismo de cuño propio, fruto de un nomadismo vital y apátrida.
Nunca volvería a la tierra natal, como gustaba de calificarla su gran amiga Anna Ajmátova, a la que dedica un bellísimo poema fechado en julio de 1989 con motivo de su centenario:
 
Desde la otra orilla, poderosa Alma, anti ti me inclino
por dar con ellas; ante ti me inclino y ante tus cenizas
que tu tierra acoge, y yo te agradezco que hayas hallado
en un mundo sordo y mudo el don de la palabra.
 
Para Brodsky Rusia siempre fue Tristia, la patria de uno de sus grandes maestros, Ossip Mandelstam, quien siempre soñó con crear una cultura universal a partir de la propia. Un ideal que de alguna manera asumirá Brodsky pues en el exilio continuó escribiendo en su lengua materna, que alternó con la de adopción, el inglés, las dos configurarán a un escritor eminentemente occidental, cuyas fuentes son muy densas y variadas, es conocida su veneración por W. H. Auden y otros poetas ingleses, cuya influencia fue decisiva a la hora de adoptar una visión metafísica de la realidad, no exenta de melancolía.
Con el susurro de unos olmos y el zumbido de un abejorro se despidió en “Agosto” de 1996 una de las voces fundamentales de la lírica contemporánea.



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