lunes, 26 de septiembre de 2016

Un fragmento de eternidad. Reseña de José Antonio Olmedo López-Amor

 
 



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Título: Un fragmento de eternidad
Autor: Gregorio Muelas Bermúdez
Género: Poesía
Editorial: Germanía
ISBN: 978-84-16044-33-7
Nº Páginas: 63
Encuadernación: Tapa blanda
Año de publicación: 2014

 
“Un fragmento de eternidad es el nuevo poemario de Gregorio Muelas. Un trabajo poético de altura, con ecos clasicistas, publicado en el número 10 de la colección “Viaje al Parnaso” de la editorial Germanía”.
 
La carrera literaria de Gregorio Muelas Bermúdez (Sagunto, 1977), ha pasado de ser prometedora a constatarse como un valor seguro. Su escritura, como trasunto de la vida, engloba sus debilidades, su pensamiento, pero sobre todo, la honda preocupación por ese estigma que sobre todos nosotros esculpe el Tiempo, la condición en fuga de estar vivo y saber que la Muerte se aproxima.
 
Gregorio Muelas, vehicula este poemario con el criterio y orden musical de una sinfonía; la concepción de su poética está suscrita a un germen musical, germen que durante el poemario se escenifica minoritariamente en rimas consonantes y mayoritariamente en rimas asonantes.
 
El poeta valenciano Rafael Coloma, redacta un prólogo notable en el que disecciona la estructura del poemario y a la vez confiesa encontrar un existencialismo latente que hilvana los diferentes bloques que conforman esta obra, un existencialismo que siempre subyace, vigoroso y reflexivo, en los tres temas principales del poemario: la Música, el Tiempo y la Naturaleza; no por nada, Coloma titula su prólogo de la siguiente manera: Música y paisaje.
 
En el año 2002, el escritor argentino Héctor A. Piccoli, publica un libro titulado Manifiesto fractal, en el cual propone a la comunidad literaria mundial, rescatar el ritmo y la musicalidad en la poesía para contrarrestar esa prosificación o versolibrismo prevalente, que tanto daño ha hecho a los contemporáneos amantes de la poesía clásica desde finales del siglo XX hasta la actualidad. Gregorio Muelas se suma a ese llamamiento abanderado por Piccoli y cultiva, entre otros formatos de su repertorio: la métrica en forma de soneto blanco o clásico, la rima jotabé, el heptasílabo, el verso libre y la asonancia.
 
El poemario comienza con un poema titulado “Preludio” que inaugura el discurso poético con la palabra «nada», curiosamente, podría considerarse a este poema una bisagra que ensambla todo su simbolismo con el último poema del libro, titulado “Nada”, formando un final-principio recursivo y eviterno, constituyendo un viaje desde la Nada al Todo, localizaciones donde la mirada del poeta revela su enamoramiento por la Vida y su fascinación por su efímero milagro: Pero sé que todo es final, / que todo acaba, / que sólo existen los instantes, / y que cada instante, / cíngulo del tiempo, / es un fragmento de eternidad.
 
 El primer bloque, titulado “Aurora y agonía”, se compone de dos sonetos —blanco y clásico respectivamente— que narran, casi en tono bíblico, la “aurora” de la formación del Universo, cuna y morada de la Música; y la “agonía” de la auto-coronación de Luzbel, siniestro Ángel Caído, como Señor de la Nada. Ambos momentos, tienen una importancia capital en la memoria del poeta, ya que, de esa culminación, nace su percepción de la Vida como un curso dual y binario de fuerzas complementarias, visión que vertebra el segundo bloque del poemario, “Música en la oscuridad”, pasaje que comienza con estos esclarecedores versos: Toda nota tiene su silencio. / También toda luz tiene su sombra.
 
El yo lírico de Gregorio Muelas se ubica en diferentes tribunas para pronunciar su alocución. En los sonetos: “Música callada” y “Olas al fondo”, utiliza la primera persona como ente presente y exclamativo, mientras que en los poemas: “Adagio”, “Bruckner” y “Schubert Park”, el foco emisor de su poesía es un narrador omnipresente. Los magmas de su mundo interior buscan, en todo momento, la forma más propicia para manifestarse. Ese ejercicio de adecuación, aderezado con el poder magnético de algunos arcaísmos que revelan un culturalismo, o relativismo posmoderno, denota una vasta formación y vocación en un autor que ama, respeta y cree en el valor de la palabra.
 
El cuarto bloque lleva por título “El peso de los días”, una alusión a la obra poética del poeta Blas Muñoz Pizarro, referente y amigo del autor, poeta al que además va dedicado uno de los poemas del bloque, “Otro cielo”. Pero también el título alude a ese agónico proceso de erosión que sufre el habitante citadino de las grandes y caóticas urbes, la soledad, la deshumanización, la prisa, una desazón reflejada perfectamente en poemas como “Hoy”: …entonces entonan vítores los televisores / y vuelan altivos los sueños / de los vivos murientes, / aquellos para los que el ayer no es más / que una borrosa instantánea, / una sonrisa congelada, / y el día a día un futuro sin presente.
 
En el cuarto bloque, además de la sombra del tiempo, incide argumentalmente una preocupación humanista, las descripciones del mundo y sus pobladores dibujan un panorama descorazonador, donde los seres humanos viven hastiados y llenos de carencias en un mundo desgastado y posmodernista. El poeta encuentra únicamente en las alturas de la poesía, pero no de una poesía cualquiera, sino de una poesía verdadera, auténtica, porque es forma de vida; una escalera hacia la belleza, ese axis mundi desde el que puede disertar sin ser juzgado, un lugar donde su alma de artista y su conciencia de hombre pueden dialogar armónicamente y de esa eufonía mística emerge su poemario, un poemario al que podríamos llamar exegético.
 
En el poema “Refutación a Adorno”, la palabra poética es para Gregorio Muelas un arma para luchar contra la injusticia y el olvido, un acto de civilización contra la sumisión y la barbarie, un elemento clave para defender, legar, constatar, vivir.
 
En el poema “Pessoana”, el amor nos dice que siempre ha estado ahí y se revela como otra luz que conquistar, otro arma que defender.
 
Ya en el quinto bloque, “Apuntes de paisaje”, como su propio nombre indica, es la Naturaleza quien inspira unos versos contemplativos, evocadores, que describen la belleza de un paisaje, el vuelo de un pájaro o un atardecer, al tiempo que inunda su poesía de pensamiento, de dolor, de nostalgia. En estos breves poemas el autor imprime siempre un ápice de esperanza; sus agrestes pinceladas dibujan una posible primavera en pleno otoño, un camino alternativo que podemos transitar sin pesadumbre.
 
En definitiva, Un fragmento de eternidad es un poemario atípico por su pluralidad de formatos poéticos, valiente por su apuesta literaria —tan formal como conciliadora— y un ensayo rico e ilustrador sobre el ser humano moderno y sus preocupaciones. Una excusa perfecta para reflexionar sobre nosotros mismos y nuestro entorno en este efímero lapso que es la vida. Su mensaje es un proyectil lanzado en dos direcciones, al conocimiento y al corazón, un mensaje que sin duda encontrará su destino en el amor y comprensión de los lectores.
 
 


 
 



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