jueves, 29 de septiembre de 2016

Utopía vs Realidad

 
 



Artículo publicado en el Nº 53 Utopía/ Distopía de la Revista Cultural de la Asociación Sede:
 
 
 
Desde Tomás Moro a George Orwell el ser humano ha sentido la tentación de idear mundos maravillosos o infernales como alternativa feliz o proterva a la realidad y circunstancias de su época, esa necesidad de evasión o denuncia denota siempre una inquietud hacia un futuro incierto. Recordemos que Tomás Moro vive en un mundo dominado por una nobleza depredadora, que devora sin piedad los recursos generados por un pueblo depauperado por esa insaciable ansia de poder territorial y económico, y que George Orwell es testigo de una conflagración mundial que ha removido los cimientos morales del hombre contemporáneo. Partiendo de contextos muy diferentes ambos comparten esa misma inquietud que les conduce a reflexionar sobre un hipotético nuevo orden de cosas, así Tomás Moro imagina una isla-nación ideal para superar las desigualdades de la sociedad de su época, y George Orwell prevé las nefastas consecuencias de un nuevo tipo de guerra, la “guerra fría”, en la que la pugna por los territorios y recursos estratégicos estará destinada a afianzar la supremacía de las nuevas superpotencias. Orwell teme una ruptura del frágil equilibrio existente y el advenimiento de un gobierno supraestatal, enconado y vigilante, capaz de ejercer un control absoluto sobre el ciudadano y su esfera privada, una nueva forma de dominio total que pretende aplastar y someter la voluntad de los “ciudadanos” para reducirlos a la condición de meros números con el fin de satisfacer las necesidades del nuevo estado represor y totalitario.
 

Como otras grandes ficciones distópicas, véase Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley o Fahrenheit 451 (1953) de Ray Bradbury, Orwell apela a la voluntad y el individualismo como únicas formas de superación del adocenamiento y la sumisión impuesta por la dictadura de los grandes partidos. Sin embargo, Orwell no es pionero, sino epígono, antes el escritor ruso Yevgueni Zamiatin había descrito ese mismo temor en una novela premonitoria, Nosotros (1921). Zamiatin se había adelantado dos décadas a la reflexión orwelliana al saber entrever con aguda inteligencia las terribles consecuencias de un régimen como el bolchevique, autocrático e imperialista, que degenerará en un neozarismo narcisista merced a la figura mesiánica del líder, convertido en salvaguarda y héroe de la nación al que todos los ciudadanos deben rendir culto y pleitesía. Esta inspiradora novela abriría todo un subgénero en la ciencia ficción política.
En estas obras nos encontramos habitualmente sociedades plenamente instauradas y fundadas sobre bases autoritarias en pleno funcionamiento, donde surgen individuos singulares que destacan sobre la masa y “despiertan” de una conciencia adocenada y aletargada, que desarrollan una actitud o pensamiento crítico sobre la realidad circundante, es el caso de John el Salvaje, Winston Smith o Guy Montag, héroes antisistémicos capaces de amenazar la continuidad de un estado represor e impostor y de concienciar a sus semejantes para afirmar su individualidad y conseguir una ruptura liberadora con un mundo “perfecto”.
 

Ahondando en la degeneración, un aspecto interesante a comentar es el de la utopía que acaba mutando en distopía, una metamorfosis perversa que será consecuencia de la manía casi inherente al ser humano de concentrar el poder en manos de unos pocos privilegiados. Veamos algunos ejemplos que la literatura y el cine nos ha legado. En el primero de los campos es el propio Orwell quien nos ha ofrecido el mejor ejemplo en su novela satírica Rebelión en la granja (1945), una sabia parábola sobre los peligros que entraña el comunismo. En el cine, tal vez el mejor ejemplo lo encontramos en la película La fuga de Logan (1976) de Michael Anderson, basada a su vez en la novela homónima de William Nolan y George Clayton Johnson, que en su adaptación cinematográfica alcanzó mayor fortuna, y que se constituye en verdadera expresión de huida de un mundo en apariencia idílico, volcado en el ocio y el placer, y en fondo maquiavélico, sometido a la dictadura de las computadoras.
En este sentido no podemos concluir sin plantear otro aspecto que afecta directamente a la realidad que hoy en día vivimos, que no es otro que el de la materialización de todas esas inquietudes en las incertidumbres que genera en la actualidad un sistema como el capitalista. Podríamos hablar de utopía dentro de la distopía y viceversa pues si observáramos desde el otro lado del espejo podríamos constatar que lo que a priori supone una distopía para la inmensa mayoría, para una minoría interesada que detenta el poder supone todo lo contrario. En este sentido ¿no es el capitalismo un sistema “utópico” que una minoría de prohombres tienen interés en preservar a toda costa para continuar detentando el poder por tiempo indefinido? y ¿no es la actual crisis un punto de inflexión necesario para frenar esa degeneración progresiva hacia una “distopía” de imprevisibles consecuencias para el futuro de la humanidad?
La historia nos enseña y de nosotros depende aprender de ella para no incurrir en los mismos errores de nuestros antepasados. Sin duda la experiencia sigue siendo la mejor ciencia.
 
 
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez




 
 





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