Las exploraciones
Manuel García Pérez
Editorial Neopàtria, Alzira, 2016
Editorial
Neopàtria publica Las
exploraciones, el
segundo poemario de Manuel García Pérez (Orihuela, 1976), una obra
que viene a refrendar el estilo del autor de Luz
de los escombros (Germanía,
2013), marcado por un lenguaje incisivo, que se expresa en verso
libre para inquirir metafóricamente en las entrañas de una sociedad
embrutecida por las circunstancias.
Sorprende
a priori el tema del poemario por lo inusual de su propuesta: una
reflexión sobre la violencia humana. Sin embargo, el poeta explora
con la intención de arrojar luz sobre los recovecos del alma cuando
ésta ha perdido toda esperanza. Y es en esa indagación donde el
poeta es capaz de hallar un resplandor que se aproxime a una especie
de belleza.
Sin
duda, Las
exploraciones
marca una continuidad con su anterior trabajo poético pues guarda no
pocas concomitancias con aquel en cuanto a fondo y forma, pues aquí
encontramos de nuevo imágenes deslumbrantes, cautivadoras y tan
cortantes como el filo de una navaja, que recrean el inquietante
mundo en que vivimos, donde la muerte siempre acecha en lo oscuro.
El
poemario se abre con un prólogo firmado por Luisa Pastor, que toma
un verso de R. G. Collingwood para titular el texto y definir el
conjunto: “La zarza encendida”. No es la poesía de Manuel García
Pérez un asidero, sino un desasosiego continuo, que pone en solfa
los excesos del hombre contemporáneo.
Antes
de adentrarnos de lleno en el contenido del poemario, conviene
mencionar los sugerentes dibujos que ilustran los títulos de las
cuatro secciones en que se divide el conjunto, obra de Roberto
Ferrández Gil, que repite colaboración con el escritor oriolano.
Como
decimos, el libro se estructura en cuatro apartados con títulos muy
significativos, así el primero, “Sentir las figuras”, viene
introducido por una cita de Ernesto Sábato que marca la intención
de los poemas, remover al lector de su fosa.
Para Manuel García Pérez “la
escritura es un fósil que niega su memoria y su historia”
o más bien un proceso de creación y destrucción perpetua, porque
el poeta intuye que escribir y “asesinar” comparten en el fondo
un extravagante estado de pureza.
En
la segunda parte, “Los asesinatos”, es una cita de Miguel Veyrat
la que advierte al lector de unos versos “trastornados” en los
que se relatan historias truculentas con una sobriedad asombrosa: “el
agua no era roja”.
En
“Llévame a la iglesia” y “El acontecimiento” es de nuevo
Sábato el autor de las citas que preludian unos versos donde
predomina el paisaje rural (cabañas, pozos, cañada, olivos, gredal)
y donde se hace recurrente la imagen de los perros como elemento
cotidiano y amenazador.
Manuel
García Pérez explora los límites del alma humana, “lo
oculto es la espina”,
cuando las manos tiemblan y “se
oyen las campanas”,
emplea para ello un lenguaje críptico, de una crudeza aséptica, que
se alimenta de imágenes que parecen extraídas de una pesadilla,
porque lo que el poeta nos comunica es lo oscuro, cruel y despiadado
que anida en el interior del ser humano. Sus versos se hacen eco del
final, son pura consecuencia, las causas, las que determinan el
poema, permanecen fuera, a la espera de una lectura reveladora que
desnude la apariencia.
“Escribir
es crear desde la destrucción”
afirma el poeta en el texto de contraportada y no podía definir
mejor su proceso de escritura creativa, que equipara al exterminio
por cuanto tiene de privación, de renuncia, de sacrificio, y que a
la postre acaba configurando una manera de ser y una forma de estar
en el mundo.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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