domingo, 29 de marzo de 2020

Bajo azul que envuelve. José Chamorro

 
 


Bajo azul que envuelve
José Chamorro
El ojo de Poe, 2019
 
 
José Chamorro García (Linares, 1981) publica su nuevo poemario, Bajo azul que envuelve / Sotto il coinvolgente blu, en una bella edición bilingüe español-italiano a cargo de El ojo de Poe, editorial que ha cuidado hasta el más mínimo detalle, como el delicado sumi-e de Hinagata Cho que ilustra la cubierta y adopta el color del título, y que junto a la calidad del papel ahuesado hacen del conjunto un hermoso volumen que el autor dedica a su hijo Samuel.

José Chamorro demuestra en sus páginas una serena madurez creativa que es fruto de una meditación profunda, que ha ido fraguando en sus anteriores libros: Las Estaciones del Silencio (2012), Perfilar lo Indecible (2015) y Claves para saborear la Vida (2017), sugerentes títulos que desvelan una búsqueda interior que en el exterior encuentra lumbre.

El libro, íntegramente traducido al italiano por Giuseppe Augusto Rotolo, lingua mater que el autor admira, se abre con una significativa cita del gran poeta checo en lengua alemana Rainer María Rilke que señala la voluntad espiritual del autor jienense, algo que reafirma el breve prólogo que lo acompaña, firmado por Javier Melloni donde éste señala algunos de los grandes temas que impelen al poeta a tratar de descifrar sus inquietudes en versos envueltos bajo el azul del cielo, “el azul que no tiñe, / siempre cubre”, “Cian en todo, / envolvente”, que despierta la esperanza.

El poemario se divide en dos partes, con un mayor peso de la primera, que albergan las casi cien composiciones breves que lo componen y que en algunos casos, más por su fondo que por su forma, recuerdan a la estrofa japonesa conocida como tanka. Sorprende la curiosa distribución de los poemas sobre las páginas pues estos figuran en el margen inferior derecho en las impares, que corresponden al original en castellano, e izquierdo en las pares.

El verso libre es la forma idónea para fijar las reflexiones del autor sobre una gran variedad de temas, como la memoria y el olvido, el agua y la sed, la ausencia y la presencia, dicotomías que reflejan un horizonte humanamente confiscado, un horizonte donde “nunca es el final” y es que José Chamorro emplea la palabra como medio para liberarse, la palabra salvadora que alumbra y que sosiega al caminante errante.

Los elementos de la naturaleza serán los protagonistas de los versos, una naturaleza sagrada donde el poeta halla el sentido de las cosas cotidianas, que gracias a su sensibilidad logran trascender su inmanencia con un lenguaje sencillo que se intuye como probo efecto de una compleja introspección, como “el despertarse de la espera”.

Un centenar de pequeñas composiciones pero de gran aliento y hondo calado donde destaca su vertiente metafísica, veamos un ejemplo palmario:

El territorio de la nada
no tiene linde,
recorrida por caminos
que no dejan huella,
sólo silencio.

Es desierto
la imagen borrada,
ausencia sin memoria,
la sed que no se pierde,
vacío colmado de nada.

Versos que sugieren vibrantes imágenes de gran plasticidad, a veces fruto de fuertes contrastes, “oscuridad que arde”, donde también se pueden apreciar ligeros apuntes de crítica social, como esas cuentas escritas por ricos que siempre empiezan por “h” de hambre...

En conclusión, José Chamorro es un espectador privilegiado cuya mirada omnisciente se posa sobre la belleza que “al darse entrega” y nos ofrece su desnudez poética tratando de inspirar algo nuevo, desvelando múltiples matices, donde el silencio y el deseo no se excluyen pues “No hay oscuridad / que no cobije la luz”, ni azul que no aguarde nubes grises.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



sábado, 21 de marzo de 2020

Kairós. Alicia Párraga

 
 


Kairós
Alicia Párraga
Boria Ediciones, 2020
 
 
Boria Ediciones publica el número 23 de su colección de poesía, Kairós, la opera prima de Alicia Párraga (El Esparragal, Murcia, 1985), una poeta que a pesar de su juventud demuestra una madurez forjada en la sabia lectura de los clásicos.

El libro, impecablemente editado como es habitual en la editorial que dirige Luis Sánchez Martín, se presenta con una atractiva ilustración de cubierta realizada por Noelia Espín y un prólogo que con el título “En este mismo instante” firma María Marín, que acierta al señalar que la poeta erige su poemario sobre los instantes y recuerdos heridos, barnizados por “los dioses, los mitos y las ninfas de una Grecia antigua”.

Alicia Párraga nos presenta cuarenta y nueve composiciones repartidas en cuatro segmentos sin más título que la significativa cita que los introduce, de Ana Pérez Cañamares, poeta de referencia de la autora, Luis García Montero, Magdalena Sánchez Blesa y Francisca Aguirre.

Destacan los poemas dedicados a sus familiares: “Senderos de plata” a su madre, el entrañable “Costuras” a sus abuelas, “Templos” a su hermana y “Las flaquezas del héroe” a su padre. El verso libre es la forma elegida por la poeta murciana para trazar sus inquietudes, donde la intimidad de la memoria y la crítica social se engarzan con fortuna, como en el poema “Madrugadas húmedas”:

Hay despertares
en los que humedeces
la esperanza
que escondes bajo los párpados
con el rocío de la almohada.

En conclusión, Alicia Párraga, “aprendiz de Pigmalión”, nos entrega una poesía fresca que nos invita a innovar en el fondo gracias a un conocimiento profundo del mundo clásico, donde Dioniso, Edipo o Sófocles hacen malabares “en plena ola de calor”.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



miércoles, 18 de marzo de 2020

101 Crímenes de Valencia. Jaume el Barbut

 
 
 
 
101 Crímenes de Valencia
VV.AA.
Vinatea Editorial, 2019
 
 
Jaume el Barbut


    “Jaume el Barbut” le llamaban en su pueblo natal, Crevillente, o “Jaume el de la serra” los habitantes de Elche y alrededores, pero él era Jaime José Cayetano Alfonso Juan, Sargento Mayor. Sus años de bandolero pertenecían a un pasado oscuro del cual se redimía persiguiendo y capturando a otros bandoleros y fugitivos. Además, él había sido un héroe de la guerra de guerrillas contra el invasor francés, combatiendo a las tropas del general Soult en emboscadas que dificultaban la logística del ejército de Bonaparte en el suroeste de Alicante y Murcia. Paladín más tarde de la causa realista en los convulsos años del gobierno liberal, “el Deseado”(*) lo había indultado, por tanto, tenía motivos suficientes para sentirse orgulloso de la culminación de una carrera de la que hubiera debido esperar un fin más bien trágico.

    Aquel día de primavera de 1824 nada hacía presagiar que sería totalmente aciago. Un cielo libre de nubes le había saludado aquella mañana en la que había sido convocado a la cárcel de Murcia, cuyo consistorio le había nombrado sargento un año antes. Como en otras ocasiones, se había vestido con sus mejores galas para recibir órdenes, una rutina que formaba parte de su cargo y que asumía con absoluta displicencia. Durante el trayecto a la cárcel le fueron saludando varios transeúntes que admiraban su generosidad y nobleza pues conocían esa particular parte de su historia en la que había asaltado a los viajeros ricos para beneficiar a los más necesitados.

    Al llegar al umbral de la entrada del recinto penitenciario le embargó un presagio, una amarga sensación que creía haber olvidado y que le devolvió por un instante a los recónditos caminos pedregosos donde anduvo tanto tiempo y donde la muerte parecía esperar en cualquier recodo. No obstante, convencido de lo irracional de tal presagio, decidió atravesar la puerta principal con su habitual resolución para cumplir con sus obligaciones. Ya en el interior, esa sensación, que creía momentánea, se fue acrecentando a cada paso que daba hacia el despacho del Alcaide, quien con semblante adusto y flanqueado por varios guardas, le esperaba de pie detrás de la robusta mesa de roble. Tras ingresar en la estancia, uno de los guardas procedió rápidamente a cerrar la puerta al tiempo que otros dos se abalanzaban sobre él para agarrarlo firmemente por los brazos:

- ¡Quieto, queda usted detenido por orden del rey! – pronunció el Alcaide en alto.
La estupefacción cubrió el rostro de Jaume, que azorado apenas alcanzó a pronunciar:
- Pero… ¿cómo? ¿por qué?
- Está usted acusado de robo y asesinato, al fin deberá pagar por sus crímenes y excesos – respondió el Alcaide.
- Pero si fui eximido por el rey, debe tratarse de un error... - exhaló mientras trataba de forcejear con quienes lo retenían.
- ¡No se hable más!, llévenlo inmediatamente a una celda donde permanecerá encerrado hasta el día de su ajusticiamiento.

    Las gotas de lluvia le resbalaban por el rostro, ese día, 5 de julio, la mañana se presentaba ventosa, desapacible, plomiza, en la céntrica plaza de Santo Domingo. Frente al cadalso se había reunido una pequeña multitud que le contemplaba con una extraña mezcla de curiosidad, resentimiento y tristeza. Entre las tupidas nubes y él oscilaba la soga de la horca, gruesa, amenazadora, cuya firmeza revisaba el juez junto a aquel al que debía ordenar accionar la palanca que separaría los pies del condenado de la tarima de madera que sostenía su cuerpo. Tras semanas de confinamiento en una apestosa celda, finalmente Jaume abandonaría este mundo con la sospecha de la traición por parte de aquellos que, en secreto, lo habían auspiciado.

    Atado de pies y manos por la Justicia, aquella por la que creía haber luchado, empezó a recordar sus años fuera de la ley, allá en la sierra. Pero su primer pensamiento sería también el último pues sin saber por qué empezó a rememorar uno de los episodios más truculentos, donde tras un desesperado intento de huida un miembro de su antigua cuadrilla acabó con la vida de un miliciano del rey.

    Mientras retrocedía rápidamente en el tiempo, Jaume no podía dejar de inquietarse por la naturaleza de un recuerdo que parecía comprometer su pasado. Son las trampas de la memoria, acabó pensando.

    Fue antes de la invasión de Napoleón, Jaume se encontraba con Miquel, uno de los miembros más destacados de su cuadrilla y que se había ganado fama de hosco e impetuoso, cuando llegó a la aldea un destacamento de la milicia. Hacia dos días que permanecían ocultos pues desde el gobierno de la provincia se había dado orden de busca y captura de cualquier integrante de la banda que continuamente alteraba el comercio en la región. Por fortuna, algunos lugareños, los desfavorecidos, se habían aliado con la causa de Jaume dándole pan y cobijo. Pero ese día el destacamento era mayor y en lugar de interrogar a los aldeanos, decidieron registrar directamente las casas, una por una. Escondidos en una estrecha cuadra de una finca de las afueras, los dos fugitivos oían el trasiego de botas que iban y venían por toda la población. A Jaume le resultaba cada vez más difícil contener a Miquel pues los nervios de este se iban desbordando conforme se aproximaban las voces de los milicianos.

    Poco después alcanzaron a escuchar las palabras del jefe del destacamento, que avisó con colgar a todo aquel que osara proteger a alguno de aquellos bandidos que durante meses habían puesto en jaque el tránsito de mercaderías, este bando alarmó tanto a Miquel que, sin mediar palabra con Jaume, decidió emprender la huida por su propia cuenta y riesgo. Jaume, un tanto sorprendido, solo pudo ser testigo mudo de los hechos que se desencadenaron a continuación.

    Temiendo ser acorralado, Miquel, trabuco en mano, había emprendido la escapada hacia un muro próximo, cuando a mitad camino fue descubierto por dos hombres de avanzadilla, quienes de inmediato le instaron a detenerse, la reacción de Miquel fue instantánea pues de un disparo acertó en el pecho a uno de los milicianos, que quedó tendido en tierra mientras su compañero trataba de ponerse a cubierto. El trabucazo atrajo de inmediato al resto del destacamento, que desplegándose en círculo trataron de cercar al fugitivo, que jadeaba detrás del muro de adobe de un huerto.

    Jaume contemplaba la escena que entendía como un sacrificio involuntario por parte de Miquel pues el incidente concentró la atención de los milicianos en el punto donde aquel se debatía desesperadamente entre la vida y la muerte. Jaume no tardó en aprovechar la ocasión para escapar de aquel lugar, mientras Miquel, resignado, inerme, comprendió que ya no disponía de ninguna posibilidad, y al intentar correr hacia unos riscos fue brutalmente acribillado por una docena de fusiles que salpicaron de rojo los arbustos cercanos.

    El silencio que siguió convenció a un Jaume sin aliento de que finalmente había conseguido ponerse a salvo. Pero en ese preciso instante sintió una repentina caída al tiempo que un tirón desgarrador en el cuello. Su vista se borró para siempre mientras su cuerpo se balanceaba inerte en el vacío. (**)


(*) Fernando VII
(**) Tras su ejecución y con el fin de aleccionar a quien tuviera la tentación de seguir sus pasos, fue descuartizado y sus miembros, fritos para evitar que se descompusieran, se exhibieron para escarmiento público, su cabeza en Crevillente, y sus extremidades en Hellín, Sax, Fortuna, Jumilla y Abanilla.


Gregorio Muelas Bermúdez