miércoles, 31 de agosto de 2016

Aunque me borre el tiempo. Reseña de Rafael Correcher

 
 
 
 
Reseña de Rafael Correcher Haro en su blog El azul de los lápices:
 
 
No es más la poesía de Gregorio Muelas que un lúcido tránsito entre la vida, el amor y la muerte. ¿No es más?
 
Que sencillo y que apresurado resulta, a veces, el comentario, la yema de los dedos que pasa sobre las palabras que ha escrito el poeta. Parece fácil descifrar, reconocer en unas simples líneas, el trabajo que implica una actitud, un modo de ver las cosas, una mirada, el mundo, de una manera diferente, el dolor y la celebración que acompañan siempre nuestra memoria.
 
La voz clara, auténtica que puedes escuchar en “AUNQUE ME BORRE EL TIEMPO”, este poemario refundido de Gregorio Muelas Bermúdez, desgrana, es más, desafía con generosa sencillez, esos itinerarios vitales, esos territorios con voluntad de permanencia, de construcción de una identidad que se reconoce autónoma en la palabra, que no espera sino recorre y no se limita a pasar sobre los hechos porque efectúa un análisis desde la inteligencia pero también desde las intuiciones del poeta, desde su humanidad, combinando con solvencia ambos elementos.
 
Así Gregorio en su trabajo plantea una temática clara: el sentido de la vida aunque no existan certezas porque una sola conocemos, pero aún así nuestro amigo nos adelanta que siempre queda una puerta abierta, una postura que exige compromiso, que no se deja vencer por el óxido del tiempo y sabe, y nos hace partícipes, es más, nos advierte en su poema “Canto” que “habrá que desandar caminos, reinventar historias, lamentar y no olvidar el pasado” que es el origen de nuestro presente.
 
Gregorio, como ya dije,  es un poeta “humano” y está junto a nosotros pues no se esconde tras vericuetos y recursos de oficio, su poesía es auténtica y luminosa porque descubre y pregunta, es un viajero más hacia Ítaca, hacia la verdad y la crudeza de la existencia y su lenguaje es aparentemente fácil, próximo al lector que reconoce como el poeta le tiende la mano sin trucos, con una sinceridad digna de agradecer. Pero también encontré en esta lectura ecos machadianos, reflejos de Montale, indicios de Quasimodo y de Juan Ramón Jiménez y también puentes tendidos a otras disciplinas artísticas como la música y el cine, Bach y Tarkovski o Ingmar Bergman e incluso la caústica presencia de Emil Cioran, un aliciente más, sin duda, para abordar la lectura de esta obra que nos ofrece Gregorio Muelas.



martes, 30 de agosto de 2016

Carcaj: Vislumbres. Mercedes Roffé

 
 


Carcaj: Vislumbres
Mercedes Roffé
Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2014
 
 
La poesía escrita por mujeres de Argentina goza de buena salud en la actualidad, basta con citar el nombre de algunas autoras de reconocido valor dentro y fuera de nuestras fronteras, es el caso de Laura Giordani, Inés Ramón, Natalia Litvinova y la poeta que nos ocupa, Mercedes Roffé, que ha publicado su más reciente poemario, Carcaj: Vislumbres, en Vaso Roto Ediciones, con el primor al que nos tiene acostumbrados la editorial madrileña con sede en México.

La andadura literaria de Mercedes Roffé es larga y fructífera, pues desde que se inició en los años setenta se ha consagrado al estudio, traducción y edición de poesía en su sello Ediciones Pen Press. Su obra poética se ha incluido en antologías de poesía argentina y latinoamericana, y se ha reeditado en editoriales de prestigio, como Amargord y la propia Vaso Roto, es el caso de Canto errante (2002 y 2011), Memorial de agravios (2002 y 2011) y La ópera fantasma (2005 y 2012).

En Carcaj: Vislumbres, sugerente título que viene ilustrado por un no menos sugerente dibujo de cubierta de Víctor Ramírez, demuestra poseer una escritura madura que le permite trasminar la propia experiencia para llegar a ese otro sensible que se materializa en el lector activo. Mercedes Roffé carga el carcaj de su acervo con palabras afiladas como flechas para nombrar lo innombrable y ahuyentar el silencio. En la opacidad entre lo real y lo irreal se desarrolla un poemario rico en símbolos, con un lenguaje deslumbrante que incide en aspectos existenciales.

Dividido en dos partes, sin epígrafes, el libro se compone de cincuenta poemas con una forma unitaria que se caracteriza por la práctica ausencia de signos de puntuación y el verso suelto, en un continuo encabalgamiento, con el fin de distribuir el mensaje de acuerdo con su estilo fragmentario, que apela a la complicidad del lector para completar su verdadero sentido. Dado que la realidad a la que se enfrenta también es fragmentaria y compleja, la escritura de Mercedes Roffé se arma de vocablos precisos para estructurar un lenguaje que hace mella en su nebulosa opacidad con el fin de concienciar a través de la palabra reveladora.

Mercedes Roffé se postula como una voz crítica, así su lenguaje deja espacios para la reflexión, hila significantes y significados con la firme vocación de hablar cuando nadie habla, de estar ahí cuando nada queda.

Mercedes Roffé comienza “en sueños” su discurso poético para hablarle “al soñador/ del sueño”, y más adelante afirma: “cae/ el equilibrista/ no el soñador”, para ello extiende un puente de palabras (“de una sílaba a otra”) y entona su voz para hablar en nombre de los “humanos” y no de los “comediantes”. La poesía de Mercedes Roffé invita a una lectura plural pues en su fondo se intuye una actitud nada complaciente con el “tiempo ensangrentado” que nos toca vivir.

La poesía de Mercedes Roffé puede parecer abstracta cuando en realidad reflexiona sobre cosas concretas que nos conciernen a todos, así se aleja del hermetismo para conectar con la esencia de esas cosas que conforman al ser humano en cuanto a sujeto que está en el mundo como en un paisaje sombrío, de ahí que podamos definir este poemario como cántico a la luz “sobre el murmurante encaje/ de la noche”.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



martes, 23 de agosto de 2016

Donde está el fuego 3. VV. AA.

 
 


Donde está el fuego 3
VV. AA.
Cuadernos de humo, Brooklyn, NY, 2016
 
 
Cuadernos de humo, el proyecto editorial que el escritor toledano Hilario Barrero dirige desde Brooklyn, Nueva York, llega a su número once con la tercera entrega de la serie Donde está el fuego. De nuevo nos encontramos con un pequeño gran libro, pequeño por lo modesto del formato y grande por los poetas y el artista invitados a participar en él. Con la elegancia y sencillez que caracteriza a los títulos publicados anteriormente, éste se nos presenta con un sugerente dibujo de portada que recrea una parte del celebérrimo skyline de la gran urbe estadounidense, obra de Javier Crespo, que enmarca la nómina de dieciséis poetas colaboradores, todos de primera fila.

Como es costumbre el presente número viene bellamente ilustrado por nueve dibujos de Hilario Barrero, que toma un verso del poeta mexicano José Emilio Pacheco para subtitular la Serie: “si llegó a arder e iluminar con su llama”. A continuación unas breves e intensas palabras de agradecimiento de Hilario Barrero, a modo de prólogo, que titula “Verano y humo”, dan paso a unos poemas, en su mayoría inéditos, donde cada autor deja traslucir su particular estilo.

Comienza Miguel Veyrat con “La primera mujer”, donde traza una analogía entre nube y género para hablar de “hombres y mujeres que van/ juntos a dar en la vida que fue el/ morir”. A continuación Felipe Sérvulo habla desde el “helor de mi habitación” para domesticar el frío de la ausencia “en una ciudad lejana”, como Tokio “por poner un ejemplo”. José Luna Borge también habla de la nieve en “Copo a copo”, con la nostalgia de una alegría blanquecina. A la memoria de la novelista Carmen Martín Gaite dedica Alfredo J. Ramos el soneto blanco “Miss Lunatic”, que cierra con un bellísimo estrambote:

(Ahora se ha ido. Amigo, si la ves,
dile que aquí, en la isla de Manhattan,
llora la estatua de la libertad.)

Una cita del Conde de Villamediana introduce el poema “Del amor que nos ata”, donde Antonio del Camino habla del amor como “un milagro (cotidiano, brillante, sencillo) que vuelve cada día,/ y es voluntad, al tiempo que destino.”. Santos Domínguez toma una cita de Eurípides para titular su poema “Indecible muchacha”, donde evoca a Perséfone “en la noche de Eleusis”. La mexicana Pura Salceda nos ofrece una muestra de su peculiar estilo en “Apalabrado”. El gaditano José Manuel Benítez Ariza plasma una visión de la muerte a vista de “Buitre”: “En la trama armoniosa del paisaje/ la muerte es sólo alguna/ mancha que eliminar.”. Olga Bernard es la autora del poema más extenso del cuaderno, en “Juegos y torres” hace recuento de libros y de daños “pues cada cosa acaba de una forma/ pero siempre se acaba.” En “A deshora” Alejandro Castroguer retrata el silencio más hondo, el que se alarga entre dos piezas de piano interpretadas con “el corazón en la punta de los dedos” tras la detonación de una pistola detrás del instrumento. Vicente García aporta dos poemas breves e intensos: “Oficio de escribir” y “Canción en el vacío”. Marcos Tramón se enfrenta al espejo como “un mimo triste” en “Edad”, y Antonio J. Quesada se sirve de una estrofa de Idea Vilariño para decirse “Yo” “de algún modo”.

Mención aparte merecen los poemas de Toni Montesinos Gilbert y Rosario Troncoso, por su gravedad y tono. El autor barcelonés declara “una tregua para que el Dolor sufra/ por su cuenta, en privado y en silencio” con el objeto de durar siempre, y en “Constantes vitales” Rosario Troncoso pretende “mantener caliente //el hálito de junioconsciente de que con la edad se acerca el invierno y la espera del calor se hace más larga.

Por último, culmina el cuaderno una antología de poesía infantil, bajo el título “Cartilla escolar” Antonio Gómez Yebra reúne cinco poemas, que abre con una nana para un bebé prematuro y continúa con la denuncia del abandono, la negligencia, la mímesis y el abuso, precedidos por una bellísima ilustración de portadilla de Javier Crespo.

Una sucinta bio-bibliografía de los poetas y el artista invitados cierra una edición limitada de cincuenta ejemplares, que, sin duda, hará las delicias de los afortunados lectores que aprecien el libro como obra de arte y objeto de culto.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



jueves, 18 de agosto de 2016

La mano pensativa. Blas Muñoz Pizarro

 
 


La mano pensativa
Blas Muñoz Pizarro
Ediciones Fecit, Pamplona, 2012
 
 
Blas Muñoz Pizarro es un poeta polivalente que no sólo domina con maestría los metros clásicos de la lengua castellana, como la décima y el soneto, sino que se aproxima a formas tan exóticas como el haiku, el senryu y la tanka, así sucede en La mano pensativa, donde practica las estrofas japonesas con verdadero ingenio, de hecho con este poemario obtuvo el Premio del XXVIII Certamen Poético “Ángel Martínez Baigorri” 2011, convocado por el Exmo. Ayuntamiento de Lodosa (Navarra), un reconocimiento que se suma a los muchos conseguidos por el poeta valenciano, que evidencian la indubitable calidad de un autor llamado a perdurar en el tiempo.

Ediciones Fecit se encarga de la publicación, con una ilustración de cubierta de Susana Benet, que acompaña el sugerente título con un almendro, y que firma además, como especialista en la materia, un excelente prólogo donde se hace eco de la popularidad de un género que encuentra en Blas Muñoz Pizarro a un digno cultivador, que lo aborda con respeto y acierto.

Tras una dedicatoria a sus compañeros de “El limonero de Homero”, Blas Muñoz inicia el poemario con un soneto de impecable factura, que además de titular e introducir el conjunto, vehicula su contenido dado que canta a los cuatro elementos, y a ellos se consagran los restantes apartados del libro, que divide en tres bloques: el mencionado “Inicio”, compuesto por el soneto homónimo; “Tal vez otra luz”, que subdivide en tres apartados dedicados a cada una de las formas clásicas japonesas y que constituyen el grueso del poemario; y un “Final (Para el fuego)”, constituido por un único poema donde el pincel tinta los versos que acabarán siendo pasto de las llamas, en una actitud consecuente con el espíritu nipón de integridad y despojamiento.

El primer bloque, que lleva el significativo título de “Haikus de la piedra en el agua”, está constituido por veinticinco composiciones de factura clásica, de acuerdo con el canon occidental de tres versos de 5-7-5 sílabas. Como haijin que se precie, Blas Muñoz se hace eco de los acontecimientos de una naturaleza cambiante, siempre viva, que nos sorprende a cada paso con la humildad del milagro cotidiano, sencillo, ese que pasa casi inadvertido y se ofrece de continuo al privilegiado espectador que lo sepa descifrar entre el fulgor y el ruido, Blas Muñoz observa en silencio y nos regala ese milagro en tinta negra, he aquí un par de bellísimos ejemplos:

Vuelve a llover.
Se desbordan los cálices
de los narcisos.

Brisa nocturna.
El mar huele a naranjo
y a jazminero.

En el segundo bloque, titulado “Senryus del sueño de la tierra”, Blas Muñoz nos vuelve a ofrecer veinticinco composiciones, que siguen la misma estructura que el haiku pero con diferente punto de vista, aquí es el hombre (y sus circunstancias) el protagonista de los versos, incluso las cosas adoptan gestos humanos, o éstos se asocian con algún elemento de la naturaleza que lo reemplaza o complementa para reproducir un determinado estado de ánimo o sentimiento, como la soledad o la nostalgia. Veamos algunos ejemplos:

Siempre recuerdo
canciones olvidadas
cuando te alejas.

En mi recuerdo
mi padre aún las teje:
sillas de anea.

En el tercer bloque, Tankas de la sombra del fuego”, Blas Muñoz vuelve a reunir veinticinco composiciones de un género poco practicado, y no siempre con el rigor necesario, en nuestro país, sin embargo el autor valenciano sale airoso de tan difícil empresa gracias a que adopta el talante que requiere este tipo de composición milenaria que tanto arraigo tiene en la cultura japonesa. De nuevo se ciñe al canon clásico de cinco versos de acuerdo con el esquema métrico de 5-7-5-7-7 sílabas, donde un pensamiento se origina a partir de un hecho externo que lo evoca o lo provoca, he aquí una magnífica muestra:

Una flor seca
ha caído de un libro
que te dejaste.
Señalaba un poema
que aún habla de regresos.

En definitiva, Blas Muñoz Pizarro hace gala de su oficio en un volumen atípico en su trayectoria literaria pero que como el mismo autor ha afirmado en ocasiones, supuso un verdadero respiro en su enjundioso quehacer poético, realmente exigente y llamado a trascender como la mirada objetiva que requiere el haiku y que dirige esa mano que traduce en versos lo observado para el goce estético del lector atento.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



sábado, 13 de agosto de 2016

Melancolía por lo fugaz. Innokenti Ánnenski

 
 


Melancolía por lo fugaz
Innokenti Ánnenski
Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2016
 
 
Innokenti Ánnenski (1855-1909) fue el máximo exponente de la primera ola del Simbolismo ruso, sin embargo, su obra influyó notoriamente a la generación de los poetas acmeístas y post-simbolistas, que reaccionaron contra el hermetismo, la polisemia y el misticismo característico de los simbolistas con un lenguaje claro, puro. Así grandes poetas acmeístas, como Anna Ajmátova o Nikolái Gumiliov, lo consideraron su maestro, y a pesar de haber publicado un único poemario en vida, Canciones apacibles, bajo el pseudónimo Ni-któ (Nadie), su obra mereció el elogio y la admiración de Osip Mandelstam y Boris Pasternak.

Vaso Roto Ediciones publica una impecable antología en edición bilingüe ruso-español, Melancolía por lo fugaz, con traducción y prólogo de Natalia Litvinova. La poeta bielorrusa afincada en Buenos Aires realiza una excelente labor de traducción al trasladar la emoción del poeta siberiano en un libro por primera vez en nuestro idioma, que nos permite conocer de primera mano una poesía esencial para comprender la evolución de la literatura rusa en la denominada Edad de Plata.

El sugerente grabado de cubierta de Víctor Ramírez invita al lector a adentrarse en sus versos, precedidos por un prólogo de Natalia Litvinova, que titula “El maestro” y que sitúa al autor en su convulsa época, donde se erigió como un verdadero pionero, que, sin embargo, obtendría el reconocimiento a título póstumo.

El volumen, editado con el primor que caracteriza a la editorial madrileña, reúne cuarenta y seis poemas de bellísima hechura. Si de lo viejo nace lo nuevo, el personal estilo de Innokenti Ánnenski preludia las sendas que habrá de recorrer la poesía rusa en el primer tercio del siglo XX.

Entrando de lleno en el libro, podemos observar que los tres primeros poemas tienen en común ese sentimiento de tristeza al que alude el título, asociado a la lluvia, al recuerdo y al tiempo, evocaciones de lo efímero:

Siento pena por el último instante de la tarde:
allí está el pasado, el deseo y la melancolía,
lo que viene, la tristeza y el olvido.

La poesía de Ánnenski es colorista, en ocasiones irónica y aunque transida de melancolía, es siempre vital, sus versos nos conmueven y nos incitan a actuar: “si hay que cantar, hazlo como un pájaro:/ con valentía, fuerza y soltura.

Innokenti Ánnenski, “el hijo débil de una generación enferma”, hace gala de un tono confesional, directo, que en ocasiones recuerda a posteriores poetas rusos, como Marina Tsvetáieva, pero en su caso ese tono resulta vanguardista, casi premonitorio, veamos un ejemplo:

Pienso que mi corazón es de piedra,
que está vacío y muerto,
no sentirá nada aunque las lenguas
de fuego se paseen por él.

Pero hay dos temas que planean constantemente sobre todo el conjunto: el paisaje, como reflejo del tortuoso interior del poeta, y la muerte, que se materializa en sus múltiples formas (fosa común, testamento, sueño). También la naturaleza adopta un papel primordial en su obra, así la primavera y el otoño se asocian con las estaciones del hombre en dos romanzas, la primavera con la juventud: “Aún no amas, pero créeme:/ no podrás no amar...”; y el otoño con la senectud: “Aunque el sol se oculta en la bruma/ me fatiga su calor.

Emoción y elocuencia es lo que destilan estos poemas que, gracias a la encomiable labor de Natalia Litvinova, estimable poeta, alcanzan en nuestro país el lugar de excelencia que ocupan en la poesía rusa contemporánea.

 
Gregorio Muelas Bermúdez



jueves, 11 de agosto de 2016

Post scriptum. André Cruchaga

 
 


Post scriptum
André Cruchaga
Imprenta y Offset Ricaldone, El Salvador, 2014
 
 
El poeta salvadoreño André Cruchaga es una de las máximas figuras de la poesía centroamericana actual, su dilatada obra avala el quehacer de un autor comprometido con los sentimientos más profundos del ser humano y su poesía se convierte en un vehemente alegato contra una realidad maniquea dominada por los intereses corporativos y el capital.

En Post scriptum vuelve a incidir en los temas que le preocupan pues André tiene la asombrosa capacidad de mutar su lenguaje para concebir un amplio registro de tonos para expresar su particular universo creativo.

En el presente volumen cuenta con la inestimable colaboración de la escritora y traductora rumana Elisabeta Botan, que realiza un impecable trabajo de traducción a la lengua de Eminescu, vertiendo con fidelidad y emoción el lenguaje críptico de un poeta que sabe purgar a la palabra de la ponzoña relativista, pues André Cruchaga es un incansable buscador de verdades ocultas. Elisabeta Botan es autora además del comentario que figura en la contraportada, que nos introduce sabiamente en la naturaleza onírica y la “belleza embriagadora” de unos paisajes poblados “con imágenes fantasmagóricas, códigos y símbolos”, proporcionando al lector las claves necesarias para abordar la lectura de un poemario oscuro y denso, marca del poeta.

Constituido por noventa y ocho poemas en prosa, fechados en 2013, a modo de dietario metafísico, y desde su reducto, Barataria, André Cruchaga canta, a veces con desencanto pero con un relámpago de esperanza, a un tiempo manchado por la ceniza, repleto de espejos y espejismos que acentúan la soledad del hombre que espera en el andén a que Dios hable con él, una espera que se transforma en monólogo con “algo” que escucha, y que se transfigura en discurso metaliterario para tratar de aliviar el hastío y la ansiedad que la noche y el silencio le generan.

De expresionismo podríamos tachar el estilo del poeta salvadoreño, que a la manera de los cineastas alemanes de la época muda, puebla de aristas el decorado de sus composiciones, donde las sombras son persuasivas. Pasadizo, ataúd, crematorio, pantano, escombro, son algunos de los escenarios donde el poema se adentra con intención crítica. Pero si algo define su estilo es su enorme capacidad para acordar conceptos e ideas en un discurso atonal que deslumbra e inquieta. Así su escritura se puede desglosar en diversas esferas que se superponen e interrelacionan para dotar de sentido el juego de las palabras, que el poeta conjuga con el virtuosismo de un malabarista. Algo que también se articula de forma tipográfica, entre paréntesis y en cursiva, donde una segunda voz se expresa con voluntad aforística, veamos un magnífico ejemplo: “(No toda luz es fuego de luciérnagas por más que se le quiera conferir misterio a lo inmóvil.)

En definitiva, André Cruchaga se entrega a un admirable ejercicio de desnudez creativa al trazar paradigmas oníricos que encierran grandes metáforas sobre la incertidumbre y el derrumbe en un mundo anestesiado por el consumo y una falsa sensación de inmortalidad, consciente de que sólo en los recovecos oscuros del alma anida la verdadera esencia del ser humano. Así el poeta salvadoreño plantea un reto al lector, que debe descifrar su doble sentido a través del andamiaje de papel de unos versos ateridos por el frío de la noche sin estrellas.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



domingo, 7 de agosto de 2016

Valencia-Moscú. En un mismo horizonte. VV. AA.

 
 


Valencia-Moscú. En un mismo horizonte
VV. AA.
Hipujo Libros, Torrent, 2016
 
 
Hipujo Libros, el proyecto editorial que el poeta Luis Hernández Rubio dirige desde la localidad de Torrent, publica en el n.º 1 de su Colección Parnaso, la antología poética Valencia-Moscú. En un mismo horizonte, un volumen coordinado por la poeta moscovita Elizaveta Kozdova y el poeta valenciano Pedro José Moreno, y que reúne una significativa muestra del estilo y temas de diez poetas rusas y diez poetas valencianos.
Un sugerente diseño de portada de la artista Ana Sadova nos invita a la lectura de esta atípica antología, fruto del encuentro entre Elizaveta Kozdova, vicepresidenta del club femenino Moskvichki de Moscú, y Pedro José Moreno, presidente de la Agrupación Literaria “Amigos de la Poesía” de Valencia. De ese fructífero encuentro nace una interesante antología que se erige como un puente lírico entre dos ciudades donde la poesía ocupa un lugar preferente en sus respectivas manifestaciones literarias y artísticas.
Por parte de Moskvichki colaboran Luisa Savínskaya, presidenta del club femenino, Olga Kharlámova, Larisa Zhuk, Tatiana Kurgánova, Marina Zavyalova, Marina Sergéeva, Olga Dormina, Gala Kraeva, Ksenya Nagaytseva y Elizaveta Kozdova, diez poetas con obra y consecuencia, cuyas voces vienen avaladas por numerosos reconocimientos en Rusia.
Por su parte Valencia reúne a otros diez poetas, cinco mujeres y cinco hombres, de contrastada altura poética, voces fundamentales de la poesía valenciana, que actualmente goza de un verdadero florecimiento, se trata de Gloria de Frutos, Manuel Giménez González, José Antonio Mateo Albeldo, Pedro José Moreno Rubio, Blas Muñoz Pizarro, María José Pastor, Joaquín Riñón, Miguel Romaguera Aguilar, Elena Torres Pons y Rosa María Vilarroig Colomé.
El volumen se abre con diversos textos que dan cuenta de su alcance e interés: un “Saludo” de Vechaslar Nikonov, Consejero de Educación de la Asamblea Federal de Rusia, donde celebra la colaboración cultural con España; una “Presentación”, que firman Pedro José Moreno y Elizaveta Kozdova, donde relatan su encuentro y la gestación del proyecto; y un extenso prólogo de Ricardo Bellveser, Vicepresidente del Consejo Valenciano de Cultura, donde traza unas pinceladas sobre cada uno de los poetas participantes en la antología.
Nos encontramos con un volumen donde cada autor ha reunido un breve compendio de su obra, de cuatro a cinco poemas, se trata pues de una antología personal, no de un libro temático o motivado por una efeméride, sin embargo, por parte rusa podemos hallar un interés común, un motivo conciliador, y no es otro que su admiración por España. Larisa Zhuk evoca la tierra de Andalucía en “Me llamaba el Duende” y “La leyenda de Antequera”, y Tatiana Kurganova la muerte de Federico García Lorca. Marina Zavyalova, por su parte, recuerda una tormenta en “El mar revuelto” durante unas vacaciones en España, y su paso por Barcelona en “El ciclo. España, 2012”. También Marina Sergeeva rememora “los puntiagudos, fríos, añejos/ vientos de la marina catalana” en “Allá”. Luisa Savinskaya dedica dos poemas a la Piel de Toro, “Añoranza por el habla española” e “Imitación de la serenata española”. Por último, Elizaveta Kozdoba también le dedica dos poemas, “En Cuenca” y “La casa del poeta”, donde evoca la figura de Federico Muelas.
Por parte valenciana el conjunto resulta más heterogéneo, pues cada autor atesora un estilo propio, que gracias a la proyección internacional de este volumen se ha dado a conocer en el ámbito ruso.
Una mención especial merece la labor traductora de la poeta rusa afincada en Valencia, Anastasia Kondratieva, que ha sabido trasladar con soltura la emoción y el vuelo de los versos de las autoras moscovitas.
El conjunto nos ofrece una interesante propuesta poética que nos permite conocer una parte significativa de la poesía rusa actual, así como ratificar el oficio de unos autores señeros en el panorama lírico de la Comunidad Valenciana.



sábado, 6 de agosto de 2016

Luces de Antimonio. Heberto de Sysmo & Okoriades Varacri

 
 
 
 
Luces de Antimonio
Heberto de Sysmo & Okoriades Varacri
Ediciones Ateneo Blasco Ibáñez, Valencia, 2011
 
 
Luces de Antimonio es una antología poética escrita a cuatro manos por dos autores emergentes de la nueva poesía valenciana, Heberto de Sysmo y Okoriades Varacri, pseudónimos literarios de José Antonio Olmedo López-Amor y Juan Antonio López-Amor Martínez respectivamente, sobrino y tío. Este evidente nexo familiar ofrece a esta primera obra de los autores una unidad paradójicamente indisoluble por cuanto a pesar de la antinomia que pudiera existir entre ambos por el hecho de tratarse de una antología y la pluralidad de temas que remueven y conmueven a cada uno, lejos de semejar compartimentos estancos, se imbrican y complementan armoniosamente pues son muchas las complicidades que se establecen entre ambos y la influencia mutua que se aprecia en ciertas composiciones, así como el gusto por lo esotérico como instrumento válido para trascender lo mundano.
Más allá de las ideas y sentimientos propios de cada autor, ambos obran el milagro alquímico, el mismo título da cuenta de ese interés común por la magia y el misterio que dimana de la palabra como fuente inagotable de saber, de transmitir con pasión contenida, si por tal podemos entender el continente que ofrece el infinito marco de las palabras, los hechos y deshechos que anidan en el corazón y el alma humana.
De Poesía lenitiva podríamos calificar el enciclopédico esfuerzo de los autores por transcribir su universo creativo, pues el hecho de expresar con rabia o con dolor las experiencias sirve de consuelo. Como si de un acto de exorcismo se tratara se acusan las injusticias de un mundo que se deshumaniza a pasos agigantados, qué mejor forma de frenar esa creciente deshumanización que levantar diques merced a la cultura contra el furioso mal de la ignorancia. El mundo duele y es un dolor ambiguo por cuanto a veces nos regocijamos en él y otras lo conjuramos con alivio.
Heberto de Sysmo inicia su antología con un beso huracanado como “maravilloso gesto para decir te quiero”, bello proemio de una poética que es un canto de amor a la Poesía y que culmina en otro beso, en esta ocasión más casto pero igualmente divino, al decir de ella que “es el beso de Dios a los hombres”.
Heberto es consciente de la condición efímera del ser humano y de la utilidad de la palabra como eficaz instrumento para trascender su telúrica inmanencia, pues sólo aspiramos a una inmortalidad nominal. Así en él la eterna duda se plantea de forma diferente, ya no es la levedad del ser y su insoportable hermetismo la que aparece en primer término, sino una cuestión más humana, un principio sin el cual seríamos simples autómatas: sentir o no sentir, esa es la cuestión.
Heberto traza un amplio mapa temático, desde lo puramente humano, como el amor o el desamor, paradigma de ello serían los bellos y barrocos sonetos “Lance de amor” y “Retrato de oleaje” en el primer caso, y “Desengaño” y “Tempestad de lágrimas” en el segundo; hasta lo más sacro, como en “Por si hay algún dios” donde en la duda se revela la existencia o “Padre nuestro”, un canto de sumisión, de humildad y despojo de todo aquello que nos hace pecaminosos. También podemos apreciar una interesante vertiente meta-poética por cuanto hace alusión a la génesis del poema o plantea un amplio mosaico de ideas acerca de la propia poesía, como sucede en poemas como “Carlitos” o “Las palabras”, donde como diestro orfebre declara que se decanta por lo clásico, con un claro dominio de las formas fijas, sin desdeñar por ello el verso blanco y hasta el verso libre en otras composiciones de amplia resonancia y hondo calado. Amante de los juegos de palabras, sabe aunar conceptismo y barroquismo en iguales dosis, y nos seduce con acrósticos y hasta un poema reversible dando buena muestra de su abundante ingenio.
Por su parte, Okoriades Varacri comienza con una antipoética en la que declara sin rubor que no es poeta, pero cómo podría no ser poeta aquel que dice tanto, aquel que ama la palabra y reconoce su poder terapéutico, su indubitable valor como ingenio de denuncia. Anti-poeta tal vez, pero poeta al fin y al cabo, poeta si se quiere de lo oculto, crítico mordaz de la pantomima, de lo políticamente correcto, que habla desde la tramoya del gran teatro del mundo, que detesta la opulencia y la hipocresía y apuesta por la esencia del ser humano acusando con denuedo a todos aquellos que perpetúan la comedia de la vida. Su poesía es una decidida apuesta por una sabia vuelta a la humildad más pura, desprovista de servidumbres y egolatrías.
Okoriades es un poeta que canta, ebrio de amor, a lo que permanece oculto en la sombra o detrás de las apariencias, y que deliberadamente renuncia a la rima haciendo alarde de un dominio del lenguaje poético que le sirve para expandir su voz hacia regiones convulsas, y de un lirismo evocador, con versos sencillos e incisivos: “todo Amor, vivirá/ más allá de esta muerte/ porque de Amor/ está formado el Universo”. Imágenes cósmicas, versos satíricos y ritmos apasionados se suceden a través de unos poemas que ponen en tela de juicio el mundo en el que vivimos.
Un libro bellamente ilustrado, no hay que olvidar la faceta pictórica de los autores, que acompañan sus versos con sugerentes dibujos que enfatizan si cabe más el contenido. Y un libro complejo que habla desde un yo poemático que trata de hallar certezas a través de sus versos y lo hace con un lenguaje elegante y barroco pero nada hermético en el caso de Heberto, y desprendido y airado en el caso de Okoriades, en suma hondo y descriptivo, que se interroga constantemente sobre el valor de la poesía, la posición del poeta en el mundo y su facultad para poder cambiarlo.
Un título sugerente que trata de arrojar luz sobre las oscuridades del alma poniendo en solfa la grandeza y miseria del ser humano, dos formas de entenderlo y de expresarlo y no obstante afines. Una lectura muy recomendable en este principio de siglo que nos augura un futuro incierto.

 




jueves, 4 de agosto de 2016

Cruzar el cielo. Ada Soriano

 
 


Cruzar el cielo
Ada Soriano
Celesta, Madrid, 2016
 
 
La editorial madrileña Celesta publica en el número 18 de su Colección Piel de sal el nuevo poemario de la oriolana Ada Soriano, Cruzar el cielo, un conjunto de diecinueve poemas donde conviven en armonía el sentimiento y el pensamiento, la emoción y la reflexión.
José Luis Zerón Huguet redacta el texto de la contracubierta, donde desvela algunas de las claves necesarias para desentrañar la poética de una autora con una interesante obra, que se remonta a 1987 con la plaqueta Anúteba, y que alcanza ahora su quinto poemario extenso. Ada Soriano ha sido, además, codirectora de la influyente revista de creación literaria Empireuma, con sede en su ciudad natal, que tantos y buenos poetas ha proporcionado a nuestra lírica actual, como el propio Zerón, Manuel García Pérez o José Manuel Ramón.
Una cita de Chantal Maillard, que inspira el título del libro, da paso a poemas compuestos por lo general en verso libre, con algunos destellos en forma de endecasílabos y alejandrinos, donde la autora se expresa con elegancia y una aparente sencillez que en verdad es fruto de una consecuente depuración estilística pues Ada Soriano sabe trasminar la epidermis de las cosas con la precisión de la palabra exacta, sin adornos superfluos que comprometan la veracidad del verso.
En “Luna de Invierno” y “Rocío del mar”, la naturaleza, y su sereno espectáculo -la contemplación de una luna nueva o del vaivén del mar y sus contornos-, se traduce en versos de gran sensualidad donde la noche arropa esa mirada atenta que sabe conjugar los elementos que la naturaleza le ofrece para dar un paso más allá, donde reside la profundidad de lo que representa.
Sin embargo, en “El beso” el cuerpo humano se convierte en protagonista, aquí la naturaleza se supedita al deseo, en una mágica conjunción que alcanza su cenit en “Venus cabalga sobre el arco de la luna” y, sobre todo, en “Ceremonia interior”, veamos un ejemplo de éste último: “Mi cuerpo es una revolución de hormonas,/ un caos, una batalla campal./ Mis miembros están condolidos, resignados a su óxido./ Mi cuerpo es un nido de esporas que se dilata y se comprime.
El poema “Mariposas” recrea en tres partes las fases de la metamorfosis de los gusanos de seda en “una vieja caja de zapatos con respiraderos hechos por el hombre”. Poema de transición que recrea con precisión de entomólogo esa transformación vital en una mariposa que “exhibe su delicada feminidad/ agitando sin temor sus bellas alas.”. Aquí aparece uno de los vocablos recurrentes de todo el poemario, el cielo, preferentemente nocturno, que la autora cruza con sus versos con la luna como cómplice.
Tras un delicado homenaje a Anne Sexton en “Una tarde de primavera”, el poemario alcanza su punto de inflexión en el poema “Te amo”, el más extenso del libro, un canto de amor a la naturaleza, al mar “al margen de documentos de banca y firmas ante el notario”, al hombre, a pesar de sus imperfecciones, y, ante todo, a la Poesía, a los “grandes poetas de América”: Whitman, Dickinson, Poe, y a los “poetas suicidas”: Kleist, Maiakovski, Storni, Pozzi, Pavese, Plath, Celan, Pizarnik, Sexton, porque “cruzasteis el cielo como estela de avión que parte de una nube/ como estrellas que se fugan para volver a reencontrarse.”.
De nuevo el cielo se erige en escenario para la acción del poema, así en “La espada del Arcángel” describe, como si de un lienzo se tratara, la batalla celestial entre San Miguel y Satanás. Y en “Agorafobia” la autora es capaz de superar el miedo al vacío gracias al cielo azul y el sol que lo ilumina.
Los poemas “Viaje” y “Carpas en el río” son impresiones al paso por el paisaje que el talgo y su velocidad y el fluir del agua, respectivamente, imprimen en la memoria. “Hacia la concreción” es una acerba crítica contra la fama y la popularidad, realmente efímeras, que desvirtúan la esencia del hombre, que sólo se muestra verdadera “al compartir venturas y miserias”.
Una ciudad del sur” recrea una sensitiva visita a Granada junto al hijo, la percepción del recorrido por sus barrios de arquitectura árabe y la Alhambra. En “Atardecer en una plaza”, Ada Soriano se entrega a una reflexión sobre el paso del tiempo (“un ogro que peca de gula”), desde un vago recuerdo de la infancia hasta el crepúsculo que alarga las sombras sobre la fuente de Neptuno, donde los sentidos se embriagan.
En el poema que da título al libro, la autora retoma la emblemática figura de Sylvia Plath para trazar un sucinto recorrido poético por su tormentosa vida: “Primero en Boston, Sylvia./ Después en Londres, Sivvy.”. En “El despertar de la memoria” nos hace testigos de cómo un lienzo de Gabriel Miró desencadena un viaje de regreso a la infancia, a la vieja casa por donde la luz de la memoria ilumina cada estancia hasta reencontrarse con su abuela: “la belleza de una mujer siempre enlutada,/ el cabello recogido, la piel limpia/ y el alma rendida a la anarquía.”.
Es precisamente la vuelta, al pasado, la que da título al último poema, donde la autora recuerda desde el hospital en que está ingresado el padre a la espera de un pronóstico, frente a “la pesadilla de la incertidumbre”, y donde “la frialdad de un cubo” le recuerdo al del magnetófono donde suena El Bardo: “la triste historia de un payaso y su chica de alto rango.”. Aquí el presente y el pasado (“un tiempo ya gastado y compartido”) se entrecruzan al son de la voz del padre grabada en una cinta mientras “hombres y mujeres de ropa blanca” le estudian minuciosamente.
Como señala José Luis Zerón, Eros y Logos se fusionan en una poesía que siempre, aun en los momentos de dolor, aspira a una especie de belleza única, dado que se imbrica con la biografía de la autora, y donde conviven en perfecto equilibrio lo lírico y lo discursivo, una feliz combinación, que a veces recuerda a José Hierro, donde siempre impera la ternura.



lunes, 1 de agosto de 2016

El viajero en la niebla. José Luis García Herrera

 
 


El viajero en la niebla
José Luis García Herrera
Editorial El Full, Onda, 2016
 
 
El poeta barcelonés José Luis García Herrera es uno de los más laureados en los últimos años, pues desde que iniciara su singladura poética en 1990, con la publicación de Lágrimas de rojo niebla (Premio “Vila de Martorell” 1989), ésta se ha visto jalonada por multitud de premios que avalan la trayectoria literaria de un poeta prolífico e inquieto.
Con El viajero en la niebla ha obtenido recientemente el premio de poesía del LI Certamen Nacional Literario del Ateneo Cultural y Mercantil de Onda (Castellón). Publicado por Editorial El Full en el nº 6 de la Colección de Poesía Ateneo, nos encontramos con un poemario denso que ahonda sus pasos en las arenas movedizas de un mundo hueco recubierto por la niebla, y donde el poeta, ese viajero con ansia de sabiduría, se adentra por medio de la palabra.
El libro se abre con tres citas, de Ángel González, Felipe Benítez Reyes y Marcos Siena, que enmarcan la voluntad de medrar en la derrota para continuar un viaje iniciático por los claroscuros de la vida con un solo billete de vuelta.
José Luis García Herrera estructura el poemario en seis partes precedidas por un “Poema de taberna” a modo de prólogo lírico. Seis poemas integran la primera parte, que lleva por título “Las sombras de la sombra”, donde el poeta recita “versos turbios como el poso del café” y canta con desencanto pues es consciente de que “la vida es un travesía para alcanzar la nada”. Abundan los vocablos que denotan lo inminente de la muerte, que se materializa en la fría noche.
Otros seis poemas componen la segunda parte, titulada “Diario de estancias y distancias”, donde el espacio se hace físico, así determinados lugares, como la calle del Prado, en Madrid, o el Cementerio de los ingleses, en el Monte Igeldo, son el escenario donde se desarrolla el poema, donde la oscuridad y la muerte vuelven a dominar los versos. Pero también la soledad y la tristeza, la lluvia y el silencio, invaden el alma de un poeta que reflexiona sobre el tiempo como un sueño.
La tercera parte, con el título de “La niebla”, está compuesta por un poema en cinco partes, que se articula como centro. Aquí José Luis García Herrera reflexiona a partir de una cita de Antonio Gamoneda sobre los límites de lo real y lo imaginario, así escribe el autor: “La vida se oye. El silencio/ es la niebla oscura que lloran los muertos.”. Como podemos observar los versos mantienen el tono y la tensión de los anteriores, una constante que manifiesta la sólida unidad de todo el poemario.
En la cuarta parte cuatro poemas se agrupan bajo el epígrafe “Sin brújula hacia el frío” (nótese el acierto y la belleza a la hora de titular los diferentes apartados), aquí José Luis García Herrera transita por espacios concretos: Copenhague en “Una carta desde el frío”, Roma en “Ponte Sisto”, Creta en “Regreso a Cnossos”, hasta desembocar en las calles mojadas de Lisboa, en “Fábula del fuego derrotado”, donde “La herida del desamor todo lo cura”, con un solo de saxo y Antonio Muñoz Molina al fondo. La nostalgia recorre unos versos ateridos por la humedad de un invierno que se posa y pesa en los poemas.
La quinta parte es la más extensa, en los diez poemas que la integran, con el título “Fe en la mínima luz callada”, el poeta continúa “esta travesía sin destino” con la esperanza de saldar todas sus deudas, para ello apela constantemente a la memoria, a “épocas de latón, de trapo y pandereta”. En “este viaje a ningún sitio” el poeta debe atravesar la tundra de los sueños dejando tras de sí un reguero de sangre, es el óbolo que debe pagar para alcanzar los callejones donde se abran “caminos de luz sobre mares de escarcha”. Todo nos remite a ese viaje iniciático, donde la experiencia se erige en verdadera ciencia de la vida, a estas alturas el poeta es consciente de que “mirar hacia atrás no me devolverá la vida” pues no sólo de recuerdos vive el hombre dado que el olvido amenaza con su nada, pese a ello no duda en proseguir su rumbo aunque sus pasos le conduzcan “al rincón sombrío/ donde ya nadie nos espera”. Con vocación aforística el poeta reconoce que “la vida es una batalla por ganar, aunque esté perdida”, por ello decide borrar el miedo y brindar por ella, con la esperanza de reconocerse entre la multitud de los héroes anónimos, olvidados, sin patria, pero, al fin y al cabo, sinceros y “dignos de su historia”, más allá de “una espesa resaca de fechas y de nombres”.
En la sexta y última parte, “Cinco esquinas del invierno”, José Luis García Herrera retoma el pasado con aire de melancolía al rememorar, bajo una lluvia de invierno, episodios del ayer en sus primeros versos, en unas viejas fotografías o en un libro de Vicente Gallego, y ello con el deseo expreso de volver a ese tiempo muerto y rescatar “trazos de aquella infancia”, pero sus lágrimas no se confunden con la lluvia y sobre ellas edifica su torre de silencio, porque la tristeza, como reza en el último poema, son los recuerdos: “leyendas de papel entre las manos/ de viajeros perdidos en la niebla.”.
En definitiva, José Luis García Herrera consigue con esta obra, de una coherencia realmente admirable, añadir un nuevo peldaño en una carrera ascendente que promete seguir avanzando.