sábado, 28 de julio de 2018

Ricardo Llopesa, in memoriam

 
 


Se ha ido un gran hombre y nos deja a cambio una importante obra para su recuerdo y el estudio del Modernismo literario hispanoamericano. Ricardo Llopesa ha muerto en Valencia, ciudad en la que residía desde 1967, a los setenta años después de una vida dedicada a la escritura. Narrador, poeta y máximo especialista en el estudio de la obra de su genial compatriota, Rubén Darío, Llopesa fundó, además, la Asociación y Editorial Instituto de Estudios Modernistas, donde dio la oportunidad de publicar a jóvenes escritores que hoy se cuentan entre los más reconocidos de nuestra región, y llegó a ser presidente de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios.

Fue en Valencia donde su magisterio, carisma y generosidad calaron hondo en un gran número de autores de nuestra ciudad, yo fui uno de ellos y siempre le estaré agradecido por abrirme las puertas de su casa una calurosa tarde de septiembre del año 2010. Yo acababa de publicar mi primera colección de poemas bajo el título Aunque me borre el tiempo y allí fui en compañía de Pepe Portalés, que me había hablado de él, con la intención de regalar un ejemplar al maestro e intercambiar algunas impresiones. Nunca olvidaré la profunda emoción que me causó entonces aquellas paredes forradas de libros, aquellas estancias atestadas de volúmenes de las más diversas materias y procedencias, en suma aquella fastuosa biblioteca que parecía invadir cada palmo del piso. Encontré a un afable erudito que me ofreció los primeros consejos sobre el oficio y me dedicó su poemario Paraíso terrenal (1986 / 2001), un curioso “librito sobre el alcohol” prologado por Ricardo Bellveser. Nos vimos unos meses después en la ceremonia de entrega de los Premios de la Crítica Valenciana en Benetusser y acudió a la presentación de mi segundo poemario, Un fragmento de eternidad (2014), en el Salón de Actos de la SGAE de Valencia. La última vez que lo vi fue en compañía de mi hermano de letras, José Antonio Olmedo López-Amor (Heberto de Sysmo), para hablar sobre la posible publicación de nuestro libro de haikus, La soledad encendida (2015), y aunque la cosa no cuajó pasamos una tarde memorable con el maestro, callejeando por el centro de la ciudad y departiendo sobre la poesía japonesa y los escritores modernistas. Desde entonces, ya delicado de salud, mantuvimos una relación epistolar.
 



Se ha ido un gran hombre y me deja el cariño, el respeto y la admiración hacia su vida y su obra. Allí, al "Paraíso terrenal" donde ya habita para siempre, vayan mi afecto y agradecimiento infinito.
 
 

Gregorio Muelas Bermúdez
 

 

 



lunes, 16 de julio de 2018

Sendas de Bashô

 
 
 

El haiku (俳句) está de moda, esta afirmación no debe sorprendernos pues en los últimos años se ha multiplicado el número de publicaciones dedicadas a la célebre estrofa japonesa, y es que desde su descubrimiento e introducción en la literatura hispanoamericana a principios del siglo XX, de la mano del escritor mexicano Juan José Tablada (1871-1945), ha venido seduciendo cada vez más a los autores de nuestra lengua hasta el punto de generar una verdadera confusión sobre su auténtica esencia.

De hecho no existe unanimidad y es posible reconocer al menos dos grandes vertientes o sendas. La primera es la que podríamos denominar como “ortodoxa” por estar próxima a la filosofía original de su disciplina y está encabezada por el teórico Vicente Haya y la Escuela de Makoto, integrada por Félix Arce Araiz (Momiji), Mercedes Pérez (Kotori) y Manuel Díez Orzas, autores de Sin otra luz (2012) y a la postre discípulos del maestro Haya; la Asociación de la Gente del Haiku en Albacete (AGHA), con Frutos Soriano y Elías Rovira Gil a la cabeza; y el equipo de redacción de la revista Hojas en la acera, dirigida por Enrique Linares, además de otros núcleos de producción importantes como Levante y Navarra, donde es reconocible la labor de Mila Villanueva, Xaro Ortolá o Gorka Arellano.

La segunda senda es la que hemos definido como “lírica” por cuanto hace del haiku una vía más estética que espiritual y donde, además, es posible reconocer cierta influencia de otras formas breves típicas del castellano, así sucede en las composiciones de Susana Benet, Verónica Aranda, José Cereijo y Ricardo Virtanen. Entre ellos Virtanen supone un caso particular por cuanto ha sido capaz de recorrer con notables aciertos ambas sendas, siendo predominantemente fiel, como la mayoría de los citados, al que José Antonio Olmedo López-Amor y quien suscribe hemos denominado “canon occidental”, es decir, el que se ciñe a la forma más tradicional, y por ende más extendida, en nuestra lengua: 17 moras dispuestas en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas.

Más allá la senda marcada por Matsuo Bashô (1644-1694) se bifurca hacia un horizonte inabarcable de autores y de obras donde se impone por lo general un yo lírico que arruina la verdadera esencia del haiku y que tan sólo conservan de él las diecisiete sílabas, es decir, una de sus múltiples formas.

 
Gregorio Muelas Bermúdez
 
 
 




miércoles, 4 de julio de 2018

A la intemperie de tu boca. Isabel Alamar

 
 


A la intemperie de tu boca
Isabel Alamar
Playa de Ákaba, 2018
 
 
Aunque sus publicaciones en solitario son muy recientes, Isabel Alamar ya había sido incluida en diversas antologías, algunas tan prestigiosas como Poesía experimental española (Calambur, 2012) o Un viejo estanque (Comares - La Veleta, 2013). Conocida fundamentalmente por su interesante y original contribución al haiku en lengua española, ahora nos sorprende con un poemario de escritura tradicional pero de un lenguaje arrebatador, colmado de sinestesias.

A la intemperie de tu boca es el significativo y bello título que Isabel Alamar ha elegido para nombrar a su segunda creación poética, tras aquellos Cantos al camino que vieron la luz el año pasado en la misma editorial, Playa de Ákaba. Significativo, digo, porque desde el propio epígrafe se nos advierte del tono general del libro, poesía amorosa, tan pasional y sensorial como al propio género le es permitido sin caer en veleidades eróticas, y bello, sin duda, por la afortunada unión de dos vocablos en principio antitéticos, como son “intemperie”, que denota inclemencia o falta de protección, y la “boca”, sensual a la par que esencial por muchos motivos, entre ellos su connotación como vehículo de expresión de la pasión amorosa, tanto vocal como fisiológica.

La edición viene introducida por unas palabras preliminares que Alfonso López Gradolí ha tenido a bien incluir para hacer justicia a los versos de la poeta valenciana en un libro que el poeta denomina “original e inolvidable”, y que destaca como un “canto con todas las letras a la pasión y a la vida”.

En cuanto a la estructura, el volumen se abre con un poema-prefacio, “Te busco y te deseo”, inspirado en una cita de Jaime Siles. Es este un poema que anticipa el fondo del libro, donde la autora entrelaza con dulzura y delicadeza la esencia misma del amor con el quehacer lírico que lo sustenta.

Continua con el grueso de los poemas que componen el libro, “Contexto labial”, introducido esta vez por unos versos de Mila Villanueva y que se divide en dos partes simétricas, I y II, donde se agrupan diecisiete poemas por cada apartado, y donde destaca por su extensión e intención el poema “Brevedades”, donde la autora incluye veintinueve composiciones que en unos casos adoptan la forma del haiku y en otros se aproximan al senryu y a la tanka.

Por último, con una cita de Kepa Murua abre “Luz ovárica”, que cierra el libro y que está integrada por cuatro composiciones donde lo posmoderno, por ejemplo en el poema homónimo donde un famoso spot publicitario le sirve de impulso, y lo metaliterario se imbrican como una herida luminosa para dar claridad a la voz, no hay más que leer el poema “Sintaxis del vértigo”.

Boca, lengua, labios, saliva, besos impregnan los rótulos de muchos poemas, dándole múltiples matices y las más variadas formas, veamos algunos de estos títulos: “Besos oceánicos”, “El ritmo de tu boca”, “Labios victoriosos”, “Licencia para besar”, “Besos punteros… besos fronterizos”, “Me enamoran los besos” o “El incendio de tu boca”.

En todos la autora se expresa con voz anhelante y cálida, con el fervor que solo este tipo de poesía requiere y es aquí donde Isabel Alamar halla su verdadera originalidad: en la elección, porqué no decirlo, arriesgada, de un tema tan manido como el amor y sus efectos en un contexto como el actual, donde se encuentra relegado del centro de interés creativo, que apuesta por temas más causales o perentorios.

Pero el concepto del amor que Isabel Alamar plasma en sus versos dista mucho del ideal romántico pues al dramatismo dominante en este tipo de composiciones, ella impone un sentimiento renuente y vitalista que no solo anhela sino que también interpela al amante como objeto de deseo.

En definitiva, Isabel Alamar consigue transmitirnos y emocionarnos con su vorágine de palabras, adjetivando con sus versos el cuerpo de la poesía.
 
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez