lunes, 26 de abril de 2021

Un horizonte de significados. Custodio Tejada

 



Un horizonte de significados
Custodio Tejada
Amazon, 2021


Sexto poemario de Custodio Tejada (Purullena, 1969), Un horizonte de significados se presenta como un ejercicio metaliterario donde el vate granadino reflexiona sobre cuestiones de orden metafísico. A pesar de lo humilde de la edición, en tapa blanda y con una cubierta discreta que reproduce un horizonte metafórico en dos planos, enseguida advertimos el tono elevado que albergan sus sesenta y cinco páginas, no hay más que ver las citas que introducen el libro, debidas a Rafael Guillén, Aldo Pellegrini, Volker Springel, José Iniesta y el célebre pasaje de Juan 1, 1: “En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios”. No es baladí que Tejada haya elegido esta cita para encabezar su propuesta lírica pues a la palabra, a su epifanía, consagra el conjunto, así dice: “Palabra y Dios son la misma cosa, prefacio y profecía en un mismo salto de letras, una mística de alabanza orientada a conservar el secreto epistemológico del Ser: la Vida”.


También la estructura y la forma revelan la aspiración profunda de su autor, así el volumen se divide en tres partes, a saber: “Génesis”, “Cosmopoética: un cuerpo místico” y “Epílogo de la epifanía”, que a modo de introducción, nudo y desenlace hilvanan un discurso consistente, sustentado en el magistral empleo del alejandrino, el endecasílabo y el heptasílabo de raíz clásica.


Escritor y palabra se relacionan como padre e hija, y de ese amor al Lenguaje nace la mística. Más adelante señala el poeta; “la palabra es poder” y “el hombre vale según las acciones / que pronuncian los hechos / de la palabra dada”, y es que Tejada reinventa ciertos pasajes biblícos para adaptarlos a lo más esencial, a lo nombrado, porque “sin palabra no tenemos futuro / ni pasado”. No es extraño que las composiciones estén jalonadas de citas que rubrican los múltiples matices de la lectura, desde referentes insoslayables, como Edmund Husserl, Jacques Lacan, Martin Heidegger, Ferdinand de Saussure, Ludwig Wittgenstein, Roland Barthes, Jacques Derrida o Stephen Hawking, a otros mucho más actuales, como Bibiana Collado Cabrera, Sergio Mayor, Roberto Juarroz o Basilio Sánchez.


Pero Custodio Tejada también señala la dimensión social, y por ende política, de la palabra pues “la escritura es un campo de batalla” donde se bate la esperanza para dar voz al oprimido: “quien escribe asume el papel de ser / la voz rebelde de todos los hombres”.


En conclusión, Custodio Tejada ha escrito un poemario sobre el valor de la palabra como fuente de conocimiento de la realidad pero también de uno mismo, pues la palabra es bendecida, iluminada, por la conciencia íntima del poeta: “Escribir el primer verso representa el punto / de no retorno, entonces solo cabe / caer hacia el interior de uno mismo”.



Gregorio Muelas Bermúdez



viernes, 23 de abril de 2021

EL PRIMER TETRARCA. Introitus

 



Palacio imperial, Spalatum1, Dalmacia,

finales de agosto de 306 d. C.,

hora prima


       Apenas se había dejado sentir el claror de las primeras luces del alba rebotando en las brillantes aguas de aquel mar, que como un bosque de olas oscilaba entre el azul cobalto y el verde oliva, cuando la panzuda embarcación empezó a vislumbrar en el horizonte, ajado de sombras, las cónicas torres del palacio imperial. Recortado contra el cielo se dibujaba la vasta silueta de aquella opulenta fortaleza, edificada expresamente para albergar el retiro de Diocleciano. Las romas colinas de la costa de Dalmacia no parecían rivalizar con sus imponentes muros. Su dilatada sombra se proyectaba como una enorme mancha oscura sobre las cristalinas aguas de la bahía de Aspalathos.

       Solamente las banderolas agitadas por el fuerte viento de poniente parecían saludar el arribo de la flota a aquella costa particularmente abrupta. Sin duda, aquella visión pareció espolear su rumbo pues inmediatamente la escuadrilla atizó su proa hacia aquel lugar coronado de lumbres. Con el velamen henchido, se diría que por la exhalación del mismo dios Eolo, la flota cubrió, gracias a una repentina ráfaga, el último trayecto en un breve espacio de tiempo.

       La flota estaba compuesta por dos trirremes y tres liburnas, encargadas de custodiar el preciado cargamento de las numerosas naves de transporte atestadas de ánforas además de lujosos presentes con que lisonjear a su eximio morador, que desde aquel tranquilo lugar parecía dominar el mundo, estratégicamente enclavado a medio camino de Oriente y Occidente y muy próximo a su ciudad natal, Salona, donde abriera por primera vez sus párpados hacia sesenta y siete años; ahora, apartado de los asuntos de estado pero consciente del albor de un nuevo orden de cosas, parecía contemplar con el rostro veteado por el paso de los años pero con ojos taimados, lo que había conseguido levantar, un imperio de cenizas compactadas por su genio de estadista, pero amenazado por todas partes, con múltiples frentes abiertos, no solo en el exterior, con un limes resquebrajado por el impetuoso empuje de las tribus bárbaras, sino también en el interior, con las disputas de poder de los vástagos de sus antiguos compañeros de armas. De hecho, Diocleciano era el primer emperador en la milenaria historia de Roma que había logrado sobrevivir a su propio principado el tiempo suficiente para planear un retiro voluntario, en la confianza de depositar el poder en las manos adecuadas según su sistema tetrárquico de gobierno. Su abdicación, y por ende la de su colega Maximiano Hercúleo, habría de tener importantes consecuencias para el futuro político del Imperio. Una vez más, la ambición, verdadera debilidad del espíritu humano, precipitaría los acontecimientos.

       Mientras las olas deshacían las largas estelas que centelleaban argentadas por el sol naciente, las naves levantaron sus remos goteantes dejando que fuera la marea la que las aproximase al muelle, donde una pequeña masa de siervos estaba esperando.

       Ante la escuadra se erigía la fachada sur de aquel enorme rectángulo, con torres que se proyectaban al este, oeste y norte. Su fisonomía era realmente curiosa pues aunaba en un mismo recinto dos tipos de arquitectura muy diferentes, el lujo de una gran villa romana y la austeridad propia de un campamento militar.

       El fuerte temporal comenzó a azotar a la flota recién amarrada en puerto, que además de aceite y vino, traía inquietantes noticias de Occidente. Diocleciano esperaba novedades de la provincia más septentrional, que había sido asolada por temerarias incursiones de las tribus de Caledonia, la seguridad en el norte era primordial para el sostenimiento del poderío romano en aquella parte del Imperio, una mínima muestra de debilidad en el Muro de Adriano podría suponer el encendido de una mecha difícil de sofocar. Con el fin de evitar dicha posibilidad, el augusto Constancio había lanzado recientemente una campaña punitiva para restaurar el statu quo en la zona pues era sabido que un intento de conquista del norte de la isla supondría un coste mayor en vidas que una verdadera ganancia en recursos económicos ya que era muy poco lo que aquella áspera tierra podía aportar a los intereses del Imperio.

      Sin embargo, hacía un año que Diocleciano había abdicado, desde entonces vivía retirado en su palacio, alejado de la vida política. La enfermedad contraída durante su última campaña, contra los carpianos en el Danubio, no había dejado de agravarse hasta el punto de mermar seriamente su salud. Esta y otras circunstancias de orden interno fueron las que le forzaron a dejar el poder en manos de Cayo Galerio, que a la postre se erigiría en Augusto senior desde su sede en Tesalónica, Macedonia.


Continuará...

1Actual Split, en Croacia.


jueves, 22 de abril de 2021

Diez libros que cambiaron mi vida

 



Tomando como modelo la encuesta convocada por El País Semanal en 2008, “Cien escritores en español eligen los 100 libros que cambiaron su vida”, y con motivo de la celebración del Día Internacional del Libro, he decidido elaborar mi propia lista, otra más, con aquellos títulos que en algún momento de mi vida me dieron un vuelco al corazón, los que, por decirlo de otra manera, supusieron un punto de inflexión en mi visión del mundo. Esta lista, pues, no es la de los mejores libros que he leído hasta la fecha, aunque se han colado varios que, sin duda, se incluirían en dicha lista, sino la de aquellos que me han hecho amar las letras impresas, el aroma de sus páginas, y hacer de la vida de sus personajes una parte importante de la mía.


Para ilustrarla he decidido compartir las imágenes de las primeras ediciones, así como el comienzo de cada uno de ellos. De todos guardo una edición especial, en ocasiones bellamente ilustrada, como el Drácula de Reino de Cordelia, con los magníficos dibujos de Fernando Vicente, e incluso conservo algunas ediciones antiguas, ya descatalogadas y que por ello mismo suponen un tesoro bibliográfico.


Aquí están, por estricto orden cronológico, encabezados por una lacónica definición:


La primera novela moderna.



DON QUIJOTE DE LA MANCHA. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605) y Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615).

Autor: Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616).

Primera edición: Francisco de Robles, Madrid.


En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.



Pecado y redención.



CRIMEN Y CASTIGO. Преступленіе и наказаніе (1866).

Autor: Fiódor Dostoyevski (1821-1881).

Primera edición: revista literaria Russkiy Véstnik , Moscú.


Una tarde extremadamente calurosa de principios de julio, un joven salió de la reducida habitación que tenía alquilada en la callejuela de S*** y, con paso lento e indeciso, se dirigió al puente K***.

Había tenido la suerte de no encontrarse con su patrona en la escalera.



La gran novela de terror.



DRÁCULA. Dracula (1897).

Autor: Bram Stoker (1847-1912).

Primera edición: Archibald Constable and Company, Westminster.



Diario de Jonathan Harker

(taquigrafiado)


3 de Mayo, Bistritz— Salí de Múnich a las 8:35 p.m. el 1° de mayo y llegué a Viena muy temprano la mañana siguiente; debí de haber llegado a las 6:46, pero mi tren se demoró una hora. Budapest es un lugar maravilloso, o eso me pareció por el vistazo rápido que le di a la ciudad desde el tren y lo poco que caminé por sus calles. Temí deambular demasiado lejos de la estación, pues habíamos llegado tarde y el siguiente tren partiría lo más cerca de la hora antes establecida que se pudiera.



La novela del desasosiego.



EL DIABLO EN EL CUERPO. Le Diable au corps (1923).

Autor: Raymond Radiguet (1903-1923).


Voy a exponerme a grandes reproches. Pero, ¿qué le voy a hacer? ¿Acaso tuve yo la culpa de haber cumplido doce años algunos meses antes de la declaración de la guerra? Los trastornos que me deparó aquel periodo extraordinario fueron, sin lugar a dudas, de una índole que no suele nunca experimentarse a tal edad; pero como nada es capaz de hacernos madurar a pesar de las apariencias, habría de comportarme como un niño en una aventura en la que hasta un adulto se hubiera encontrado en apuros.



La novela de nuestro otro yo.



EL LOBO ESTEPARIO. Der Steppenwolf (1927).

Autor: Hermann Hesse (1877-1962)

Primera edición: S. Fischer Verlag.


El día había transcurrido del modo como suelen transcurrir estos días; lo había malbaratado, lo había consumido suavemente con mi manera primitiva y extraña de vivir; había trabajado un buen rato, dando vueltas a los libros viejos; había tenido dolores durante dos horas, como suele tenerlos la gente de alguna edad.



La novela maldita.



EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO. The Catcher in the Rye (1951).

Autor: J. D. Salinger (1919-2010).

Primera edición: Little, Brown and Company, Boston.


Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada.



La novela perfecta.



PEDRO PÁRAMO (1955).

Autor: Juan Rulfo (1917-1986).

Primera edición: Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México.


Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo —me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.» Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.



La novela del Gulag.



UN DÍA EN LA VIDA DE IVÁN DENÍSOVICH. Один день Ивана Денисовича (1962).

Autor: Aleksandr Solzhenitsyn (1918-2008).

Primera edición: revista literaria Novy Mir, Moscú.


A las cinco de la mañana, como cada día, tocaron a diana: unos martillazos contra un carril afuera del barracón de mando. El sonido, intermitente, atravesó sin fuerza los cristales, cubiertos con dos dedos de hielo, y pronto enmudeció. Hacía frío y al centinela no le apetecía dejarse la mano repicando.



La novela total.



RAYUELA. (1963).

Autor: Julio Cortázar (1914-1984).

Primera edición: Editorial Sudamericana, Buenos Aires.


¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.



El libro del adiós.



CUADERNO DE NUEVA YORK. (1998)

Autor: José Hierro (1922-2002)

Primera edición: Ediciones Hiperión, Madrid.


Después de miles, de millones de años,
mucho después
de que los dinosaurios se extinguieran,
llegaba a este lugar.
Lo acompañaban otros como él,
erguidos como él
(como él, probablemente, algo encorvados).





jueves, 8 de abril de 2021

Contrariedades. Mario Pérez Antolín

 



Contrariedades
Mario Pérez Antolín
Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla, 2020


En Contrariedades Mario Pérez Antolín demuestra de nuevo, y ya van cinco (Profanación del poder, La más cruel de las certezas, Oscura lucidez y Crudeza son sus cuatro trabajos anteriores) que es uno de los aforistas más en forma de nuestras letras. Publicado en la colección Aforismos de La Isla de Siltolá, una de la editoriales señeras de esta forma de decir concisa y coherente, el libro es un amplio repertorio del buen hacer discursivo del escritor nacido en Stuttgart, que, por cierto, no podía titular mejor a este conjunto de pensamientos, pues, como es sabido, el ser humano, y sobre todo el humanista, es un cúmulo de contrariedades; unos pensamientos que el autor decide estructurar en cuatro apartados de extensión parecida, a saber: "Confidencias comprometedoras", "Tenías que ser tú, obstinación", "Dudas que alumbran" e "Incómodo rincón de controversias", rótulos que sintetizan la tesis que los cohesiona.


Detrás de la ingeniosa ilustración de portada de Eloy Rubio, marca de la casa, y la dedicatoria a los escritores ya desaparecidos Miguel Catalán y Vicente Verdú, el libro se presenta con un extraordinario prólogo -como todos los suyos- de Jaime Siles. Ya desde el principio el eminente escritor valenciano señala las claves del decir del autor: "Mario Pérez Antolín se mueve en un territorio filosófico-literario de no siempre fácil clasificación por lo amplio y complejo de los temas tratados en el mismo". En efecto, lo primero que llama la atención es la multiplicidad de temas que aborda el autor, veamos tres ejemplos de ello:


"Soy un agnóstico al que le gusta la oración, por eso leo poesía."


Antolín demuestra ser un gran lector de poesía, tanto que muchos de sus aforismos resultan decididamente líricos, llegando a constituir verdaderos aforemas.


"Me considero ibérico y, antes, ecuménico y, sobre todo, quimérico."


Como prenda de su oficio, Antolín es un soñador diurno y muchas de sus composiciones están impregnadas de onirismo y esperanza.


"Un peldaño por debajo de la soberbia está el orgullo."


Antolín parece dotado de un talento especial para la sentencia, así el libro está cuajado de frases lúcidas, redondas, precisas, que merecerían figurar en cualquier antología del aforismo hispánico contemporáneo.


Pero en ocasiones el decir breve que caracteriza al género choca con la voluntad reflexiva, casi torrencial, de Pérez Antolín, que se entrega a un elaborado entramado textual tan ecléctico como prolífico. No obstante, si algo distingue la forma de abordar el aforismo por parte del autor es su enorme capacidad crítica, que se hace patente en muchos de los textos, veamos un ejemplo harto significativo:


"Los informes son perniciosos tanto si encauzan sesgando como si ratifican ocultando. Una herramienta perfecta, que combina información y manipulación, para engañar al que decide o para que engañe el que decide.”


En conclusión, resulta casi imposible reducir en una reseña la complejidad de los temas que Antolín hilvana con el sutil escoplo del artista que domina su medio, tal vez por ello no haya mejor forma de sintetizar su contenido que eligiendo una de las citas con las que abre el libro: “El ser se dice de múltiples formas”, de Aristóteles.



Gregorio Muelas Bermúdez



lunes, 5 de abril de 2021

Cuando la frontera cerraba a las diez. Agustín Calvo Galán

 



Cuando la frontera cerraba a las diez
Agustín Calvo Galán
Ediciones Amargord, Madrid, 2020


Cuando la frontera cerraba a las diez es el significativo rótulo del último poemario de Agustín Calvo Galán, que ha visto la luz en Ediciones Amargord como séptimo título de la colección Amsel de poesía, que dirige el vate Miguel Ángel Curiel. La edición, de pequeño formato y diseño preciso y sencillo, se presenta con el sorprendente subtítulo de “Una novela”, dado el fondo lírico del conjunto, sin embargo, muy pronto advertimos su vocación narrativa, más allá de los breves poemas en prosa que componen el libro.


Pero ¿de qué frontera nos habla el poeta barcelonés? De la “línea peninsular” que separa Portugal de Espanha, conocida como “La Raya” por estar pintada en el suelo y en los libros de Geografía e Historia, hasta allí llegan “después de toda una tarde conduciendo por carreteras mal asfaltadas” los dos protagonistas, exhaustos. ¿Para qué? Para llegar a casa. A esa frontera interior que “solo permanecía abierta durante las horas diurnas”, a “aquella mitad de todo” llegan de noche, casi en silencio, y allí solo escuchan algunas palabras sueltas y el rugir del viento. Ante la impenetrable barrera deciden volver a ese Portugal que los retiene. De camino al interior, “expatriados, prevenidos” encuentran un pousada para salvarse de la noche cerrada y fría. Mientras, se negocia el tratado de Maastricht, que sentará las bases de la Unión Europea. Los personajes, ajenos a las negociaciones en los Países Bajos, se ven abocados a la desesperación ante la imposibilidad de seguir adelante. “Al día siguiente sí que pudieron pasar la Raya a primera hora”.

Adeus.


El contexto nos lo ofrece las citas que inauguran los cuatro capítulos en los que se divide el conjunto, a saber: “Cuando la frontera”, “Márgenes”, “La vuelta a casa” e “Incisos”, siendo la primera de ellas, firmada por Pilar Gómez Bedate, la más triste, y a su vez, la más esclarecedora. Los otros paratextos tampoco tienen desperdicio, por las páginas del libro transitan las sombras de Juan Ramón Jiménez, Mário de Sá-Carneiro o Gloria Fuertes, entre otros.


Márgenes” es el capítulo más lírico, una especie de interludio compuesto por cuatro cantos, tan breves como libres, donde Calvo Galán es capaz de atrapar la esencia de una tierra abocada al mar, con la gesta de Tordesillas a cuestas.


En “La vuelta a casa”, el autor realiza un recorrido sentimental por ese espacio familiar al que el protagonista regresa y donde “no hay nadie”, donde los ruidos de fuera tienen su eco en el silencio que impera en el interior. Allí recuerda las piezas musicales y las canciones que ya no puede oír, desde Falla, Granados o Albéniz hasta el take on me de A-ha-; y los libros que no volverá a leer (Campos de Castilla, Doctor Zhivago, Salambó…), de esta forma, jalonando las composiciones de referencias culturales, Agustín Calvo Galán dota de un halo melancólico a la casa, cuyas ventanas se volverán a cerrar.


En “Incisos”, Calvo Galán evoca en primera persona algunos pasajes del relato, fuente de discusiones, de reproches, que cesarán “estrepitosamente” con las maletas que anticipan la venta de la casa y el adiós, “tan amigos”, definitivo.


En conclusión, todo lo dicho anteriormente es solo una excusa, bella como la pluma del autor, para hablar de “ellos”, de él y de ella, de sus diferencias, y de la línea psíquica que finalmente los separa. De esta forma el libro se erige en una hermosa metáfora sobre las fronteras que los seres humanos dibujamos piel adentro, “en medio de la oscuridad”.



Gregorio Muelas Bermúdez



jueves, 1 de abril de 2021

Metrópolis. Christian Montenegro

 



Metrópolis
Christian Montenegro
Libros del Zorro Rojo, 2021


Libros del Zorro Rojo publica la novela gráfica Metrópolis, en homenaje al clásico mudo homónimo de Fritz Lang. La edición, como es costumbre en el sello hispano-argentino, es primorosa, no falta ni un detalle: gran formato, tapa dura y una bellísima cubierta que reproduce en la portada el logotipo de la película y el cartel de la UFA de 1927, y en la contraportada una de las escenas más emblemáticas del film expresionista alemán.


El dibujo, obra del artista argentino Christian Montenegro (Buenos Aires, 1972), discípulo del legendario Alberto Breccia (Sherlock Time, Mort Cinder, El Eternauta) es de una precisión arrebatadora y logra reproducir la vibración de la cinta original gracias a sus sugerentes trazos, de una gran fuerza visual, donde las líneas rectas y curvas se combinan de forma magistral y armoniosa para generar formas y transmitir las inquietudes y movimientos de los personajes.


Uno de los grandes aciertos del libro es la fidelidad de Montenegro a la visionaria distopía de Thea von Harbou, mujer de Lang durante la etapa del genio en Alemania, coguionista y autora de la obra en la que se basa, no solo respetando el blanco y negro y los intertítulos de la Metrópolis cinematográfica, sino también plasmando el carácter expresionista de la obra maestra que adapta, así el dibujante consigue reproducir el fuerte contraste y el juego de luces y sombras que caracteriza a una de las creaciones señeras de uno de los movimientos más fértiles de la historia de la cinematografía mundial, conocido como “expresionismo alemán”, que se desarrolló en el período de entreguerras.





Para los amantes del séptimo arte la historia es bien conocida, no obstante, conviene recordarla: en una megalópolis del siglo XXI los obreros viven en un gueto subterráneo, donde se encuentra el corazón industrial, con la prohibición de salir al mundo exterior; incitados por un robot se rebelan contra la clase intelectual que detenta el poder, amenazando con destruir la ciudad que se alza en la superficie, pero Freder, hijo del dirigente de Metrópolis, con la ayuda de María, de humilde extracción, intentarán evitar la destrucción apelando a los sentimientos y al amor.


La edición también incluye un epílogo de Fernando Martín Peña, director de la sección de cine del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, donde recorre los detalles históricos de esta “fábula infinita”.


He aquí un complemento perfecto para cinéfilos y coleccionistas, un tributo que, me atrevo a decir, se encuentra a la altura del monumento cinematográfico al que homenajea, una adaptación gráfica que demuestra, una vez más, el buen estado de forma del noveno arte en el cono sur, con artistas de la talla de Enrique Breccia, Santiago Caruso o Alejandra Acosta.



Gregorio Muelas Bermúdez