domingo, 22 de octubre de 2017

Solzhenitsyn, la conciencia del Gulag

 
 



Alexandr Solzhenitsyn fue sentenciado en 1945 a ocho años de prisión por las opiniones antiestalinistas que escribió a un amigo. Deportado en la Rusia central, enseñó matemáticas al tiempo que escribía. Sus experiencias en el "gulag" le proporcionaron material para su primera novela: Un día en la vida de Iván Denisovich (1962). En 1969 fue expulsado de la Unión de Escritores Soviéticos por denunciar la censura oficial, que había prohibido algunos de sus libros. Sin embargo, fue galardonado en 1970 con el Premio Nobel de Literatura. A raíz de la publicación en Francia en 1973 de la primera parte de El Archipiélago Gulag, un análisis del sistema de prisiones soviético, del terrorismo de Estado y de la policía secreta, Solzhenitsyn fue deportado a Alemania Oriental y privado de la ciudadanía soviética en febrero de 1974. En 1990 recuperó oficialmente la ciudadanía y pudo regresar al fin a su país en 1994, tras la caída del Imperio Soviético.




El "gulag" era la red de campamentos de la autoridad soviética para la seguridad del Estado, es decir, campos de concentración para disidentes políticos y sociales. Se estima la cifra de doce millones de personas confinadas en dichos campos, víctimas del infierno de la represión. Muchos artistas "contestatarios" padecieron la barbarie estatal, un caso célebre es el del poeta Joseph Brodsky, Premio Nobel de Literatura de 1987.
 
 


El Archipiélago Gulag (fragmento):

"Sobre la superficie de una corriente rápida es imposible distinguir los reflejos, tanto próximos como lejanos; aunque el agua no sea turbia, aunque la espuma no la cubra, la constante oscilación de la corriente, el inquieto burbujear del agua hacen que los reflejos sean deformes, imprecisos, incomprensibles."
 
 
 

 
 
Gregorio Muelas Bermúdez






domingo, 1 de octubre de 2017

Mi venganza es amar. Ana Pérez Cañamares

 
 


Mi venganza es amar
Ana Pérez Cañamares
Asociación de Escritores Extremeños, 2017
 
 
Mi venganza es amar es el cuaderno 90 del Aula Literaria Jesús Delgado Valhondo, que publica la Asociación de Escritores Extremeños, bajo la dirección de Antonio Orihuela y Marino González Montero. Un aula por la que han pasado autores tan ilustres como Francisco Brines, Ada Salas, Antonio Gamoneda, Félix Grande, Ana Rossetti, Jorge Riechmann, Juan Carlos Mestre u Olvido García Valdés, por citar sólo algunas de sus primeras entregas.

Y es que la obra de Ana Pérez Cañamares (Santa Cruz de Tenerife, 1968) no es para menos, autora de diversos poemarios, como La alambrada de mi boca (Baile del Sol, 2007) o Las sumas y los restos (Devenir, 2013), con el que obtuvo el Premio Blas de Otero-Villa de Bilbao 2012, además de aforismos y haikus, es una poeta activa y reivindicativa, que participa con frecuencia en festivales y cuya poética ya ha sido vertida a diferentes lenguas, como el inglés, el griego, el polaco, el croata y el portugués.

Nos encontramos con una autora con obra y consecuencia, que en este cuaderno, de significativo título, reúne algunas de sus composiciones más emblemáticas, que se hallan enmarcadas entre dos composiciones que adoptan una forma semejante al haiku, como la última, que me permito reproducir a continuación por su agudeza e ingenio:

Capitalismo.
Mi venganza es amar
lo que él desprecia.”

Esta antología, breve pero densa, se inicia con una declaración de intenciones, “Poética y política”, donde en apenas tres versos la autora declara su filiación con el otro partiendo de sí misma, es decir, escribiendo sobre ella y sus circunstancias, “porque yo/ soy cualquiera”. El resto no tiene desperdicio, son muchos los temas que Ana Pérez Cañamares toca y versa desde los emotivos primeros poemas, que dedica a la memoria de su madre, como “Generaciones”, y siempre sin cejar en el valor y el poder de la palabra para que “no olvide pelear por su utilidad”. También hay lugar para la metapoesía, para la reflexión sobre la propia escritura del poema y sus vicisitudes, donde afirma: “Escribo palabras como barandillas./ Me asomo desde ellas y no me caigo”.

Pero es tal vez en los últimos poemas donde más y mejor aflora el sentido que Ana Pérez Cañamares aporta a su poesía, donde conecta con lo social con necesaria vocación de denuncia, por ejemplo a la libertad condicionada en “Hijo mío”, donde afirma: “si quisiera tener otro hijo/ tendría que llevarlo al Banco de la esquina/ porque suya es mi casa”. Una vocación que comparte con David Trashumante, a quien dedica un poema y con el que coincide en la necesidad de escribir sus inquietudes para decirlas en voz alta.

En definitiva, Ana Pérez Cañamares consigue concitar lo emotivo, lo metapoético y lo social en apenas treinta páginas, un mérito que comparte con generosidad porque dice: “yo tengo un nosotros”, “yo no soy sólo yo”.

 
Gregorio Muelas Bermúdez