domingo, 27 de junio de 2021

Estanterías vacías. Ricardo Bellveser

 



Estanterías vacías
Ricardo Bellveser
Olé Libros, 2020

Cumbre y vacío

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Gregorio Muelas Bermúdez


El aedo valenciano Ricardo Bellveser (1948) rotula su último poemario con el significativo título de Estanterías vacías, he aquí el libro de madurez de un poeta maduro, este pleonasmo podría presuponer que nos encontramos ante la cumbre o el canto de cisne de su autor, sea o no así, lo que está claro es que este poemario está llamado a ocupar un lugar de excelencia en el ideario lírico de nuestro tiempo, por muchas razones, veámoslas.


En primer lugar cabe destacar el impecable trabajo de edición de Olé Libros, que de la mano de su director, Toni Alcolea, viene desarrollando desde hace unos años una extraordinaria labor a favor del género poético, que la convierten en una de las editoriales independientes de mayor proyección en nuestro país. El libro aparece en su serie mayor, la colección "Vuelta de tuerca" donde han visto la luz antologías de voces consagradas, como Jaime Siles, Francisca Aguirre, Rafael Soler, José María Álvarez o Luis Alberto de Cuenca y lo hace de forma primorosa, hasta un punto en que continente y contenido se imbrican con total armonía, así el blanco que domina la portada simboliza ese vacío de los anaqueles de la biblioteca del autor a los que hace alusión el título; por su parte, las letras, horizontales como las huecas repisas que de aquella han quedado, y su color negro, marcan el último vestigio de lo que fuera una vasta sucesión de lomos y de cuyo escrutinio dan fe los cuatro volúmenes sugeridos por el troquelado de la cubierta.


Pero no acaban ahí los cuidados de esta edición, pues al abrir el libro nos encontramos con una bellísima lámina a modo de guarda, la ilustración, obra del pintor de Gandía Alex Alemany, no deja lugar a dudas, aquí se nos presentan las desnudas estanterías de la biblioteca del poeta, una visión desoladora que introduce perfectamente el libro, no por la evidencia de la imagen que muestra, sino por la fuerza expresiva de los trazos del artista, que ha sabido recrear de forma fiel el ánimo de Ricardo Bellveser durante el proceso de escritura de esta obra, que me aventuro a calificar de maestra.


Pero no acaban ahí las sorpresas que hacen de este volumen una exquisitez para el lector exigente de poesía, antes de abordar las composiciones del vate valenciano, se nos presenta un extenso prólogo firmado por el mejor conocedor de la obra lírica de Bellveser, el también poeta, además de excelente crítico, José Antonio Olmedo López-Amor, que bajo el epígrafe "Sinceridad, amor y escalofrío" redacta un texto a la altura de los versos que introduce, unos versos que según Olmedo suponen «la cumbre de la emotividad bellveseriana». De acuerdo con José Antonio, nos enfrentamos a un poemario crepuscular donde «no encontraremos más que verdad» en sus ochenta páginas.


Las treinta y cuatro composiciones que integran e
l poemario se estructuran en cuatro partes, que como las columnas jónicas de un templo sostienen la arquitectura de unos versos de ritmo imparisílabo, sus títulos no pueden ser más elocuentes: la primera adopta el título del libro, "Las estanterías vacías", metáfora que articula el conjunto; la segunda, "Bibliotecas vaciadas", extrapola lo ocurrido con la suya a otras célebres sobre las que se ha fundado nuestra cultura; la tercera, "Asuntos fronterizos", supone el segmento más extenso y en él se ocupa de los temas más trascendentes, como la vejez, la enfermedad o la soledad, de los que luego hablaremos con detalle; y por último, en "Decepción" el poeta canta a la desesperanza, y en fin, al género que le ha dado tanto todo.


Dos citas, de Oscar Wilde y Francisco de Quevedo, introducen el tema principal de la primera parte, a saber: la pérdida de la biblioteca, irreparable para cualquier escritor que se precie, donde «aquel griterío, se ha transformado / en silencio y ausencia de las cosas». En efecto, la desaparición de las voces que antes poblaban los estantes hacen de su «amada librería de ayer» un desierto donde «todo anuncia el fin y el fin adviene».


Otra cita, esta vez de Jorge Luis Borges, nos anticipa el contenido de la segunda parte, “Bibliotecas vaciadas”, integrada por cinco composiciones donde Ricardo Bellveser versifica las bibliotecas más célebres del mundo clásico, comenzando por la biblioteca de bibliotecas, la de Babel, ideada por el gran escritor argentino. De la biblioteca de Asurbanipal, en Nínive, a la del Foro de Trajano, en Roma, pasando por las no menos insignes de Alejandría y Pérgamo, Bellveser pergeña la eternidad de la conciencia, de la inteligencia, del pensamiento como una sucesión infinita de pasillos donde la razón y el orden delimitan el caos de los hombres, efímeros, mortales, como el humo y las llamas que devoran la memoria escrita.


La tercera parte, “Asuntos fronterizos”, constituye el cuerpo central del poemario, aquel donde el autor aborda los temas más graves, los más dolientes, y por ende, los más trascendentales, como la vejez, donde ya cumplidos los setenta asevera: «me aboco a este período / con la convicción del kamikaze / y la resignación del santo»; los virus, «destructores», «incompatibles con la vida», que van a ser los que ocupen el espacio antaño reservado a los libros, de tal forma que lo que antes rebosaba de vida ahora se aboca a la muerte porque para Ricardo Bellveser esas estanterías vacías que dan título al conjunto son una sutil metáfora de la muerte; y la subsiguiente enfermedad, que en palabras del poeta es «una crisis, un desorden, un caos». Aquí el presente del poeta se ve trastocado de forma súbita, feroz, como señala en estos acerados versos del poema “La vejez cierta”: «Hace poco los médicos / me dijeron que tengo los / días contados, y quién no». Así nos los indican también los abruptos encabalgamientos que se suceden en esta y otras composiciones, así el desequilibrio vital que supone una noticia de tal índole se traslada también a la forma del poema. Aquí el tono se vuelve más íntimo, casi confesional y de una veracidad apabullante, sorprende el estoicismo del autor a la hora de versificar la gravedad de su estado de salud: su visita a los quirófanos, donde «al regresar del sueño / he comprobado que mi carne / tiene prisa por reunirse con la muerte»; la soledad total que «es la soledad del nicho» y donde traza un bellísimo paralelismo con «la soledad del libro no leído». Toda esta parte huele a despedida, a un adiós sereno donde el poeta presiente la sombra estéril que sigue al último aliento y donde no falta la nostalgia, que trae la vivencia de un día hermoso que recuerda todos los vividos, o la visión de las adolescentes con sus risas y que caminan cogidas del brazo o a las que un soplo de aire levanta las faldas, imágenes que le devuelven al poeta imágenes de un pasado redivivo. La proximidad de la muerte anunciada impele al poeta a tomar conciencia del alrededor, de las cosas de la vida, más fáciles de pasar que de pensar, más difíciles de imaginar que de vivir.


La cuarta parte, “Decepción”, viene precedida por dos citas, de Antonio Machado y Jorge Guillén, que sitúan al lector en la tesis de los ocho composiciones que la integran, aquí se acaba el camino, donde al final aguarda la nada, así lo atestigua el poeta en la segunda estrofa del poema que abre y da título a esta última sección:


«Aquellos valores en los que tanto creí

se han convertido en humo, en polvo,

en nada de importancia, en ensoñaciones,

porque la banalidad se entroniza

ante mis ojos velados por la decepción.»


Invadido por la desesperanza, el poeta siente que «el desencanto ha transformado / en desaliento todo cuanto me rodea», ahora la «primavera de la noche» con la que tituló su anterior trabajo y que apuntaba a esa fase final de la vida como un tránsito de paz hacia esa noche que no es más que una metáfora del fin ineluctable, se ha visto truncada por un invierno que el poeta sabe demasiado cercano, por eso se pregunta si aún cantan los pájaros pues su mudez es el signo inequívoco de su llegada.


Los tres últimas composiciones del libro abordan el ars poetica de su autor, tres visiones metaliterarias donde Ricardo nos recuerda que «el más minúsculo poema tiene su vida» y la vocación de eternidad que tienen todos sus versos aunque el tiempo, como nos recuerda, es invencible. No obstante, Bellveser agradece a la poesía la posibilidad de haber recorrido mundos tangibles e imaginarios y, sobre todo, la oportunidad, y la emoción, de dialogar con los lectores del futuro, a los que dedica un tríptico encabezado por la oportuna cita de Abraham Lincoln: «Los libros es donde los muertos hablan a los no nacidos». De esta forma, el poeta seguirá estando cuando ese lector desconocido lea sus versos.


En conclusión, Estanterías vacías es un poemario elegíaco donde la melancolía se ve tamizada por las ansias de vivir, de seguir estando en el mundo. He aquí un libro de una gran hondura que a pesar de la gravedad del asunto principal es profundamente lírico y que a buen seguro permanecerá en el imaginario de nuestro tiempo como una forma de resistir al manotazo duro que se anticipa visiblemente al calendario.


Reseña publicada en el nº 8 de CRÁTERA Revista de crítica y poesía contemporánea

Especial monográfico JUAN GIL-ALBERT






sábado, 26 de junio de 2021

Notas para un diario ficticio

 




No escribo un diario porque no tengo tiempo.



El tiempo es el más cruel de los críticos, él decide qué o quién resiste a su horda.



Conforme crecemos el tic tac se acelera, de tal modo que empezamos a obsesionarnos con aquietarlo, todo depende del grado de ambición de quien observa su fuga.



Escribir un diario exige una gran disciplina y un esfuerzo enorme, pero sobre todo un pacto consigo mismo de una loable exigencia. De hecho, algunos escritores celebérrimos escribieron sus mejores frases en las páginas de un diario.



Si no puedes escribir un dietario atrévete con unas memorias, son menos exigentes y permiten el descuido en forma de olvido voluntario.



El discurso diarístico es un género de ficción, nadie con obra publicada lo aborda sin ambición literaria, sin el deseo de ser leído, sin vanidad secreta.



Cuando escribes unas memorias, hay una manera mejor que omitir: ser abstruso.



Solo hay una cosa mejor que leer: vivir. Vivir para seguir leyendo.



Gregorio Muelas Bermúdez





lunes, 7 de junio de 2021

La cordillera, la "novela fantasma" de Juan Rulfo

 




La cordillera, la “novela fantasma” de Juan Rulfo


Por Gregorio Muelas Bermúdez



En la historia de la literatura abundan las anécdotas relacionadas con proyectos frustrados, unos por su ambición y complejidad, otros por el deceso de su creador, una de las más conocidas es la tercera novela inacabada que Franz Kafka (1883-1924) sentenció, como al resto de su obra, a la oscuridad de lo nunca escrito pero que, afortunadamente, Max Brod, el encargado de llevar a cabo la última voluntad del gran escritor, no respetó, me refiero a América, como la tituló el editor, o El desaparecido, título original que el autor pensó para la obra. Cito esta y no otras más célebres del escritor checo porque Amerika estaba menos hecha, más en barbecho, que las célebres El proceso y El castillo en el momento de su publicación, póstuma como las otras. En todo caso, todas deberían formar parte de un nuevo subgénero al que podríamos denominar “novelas inconclusas”.


Sin ánimo de trazar paralelismos, en nuestra lengua podemos citar un caso singular, que va incluso más allá, y que pertenece al terreno movedizo de esas obras míticas que por diversas circunstancias nunca han visto la luz, me refiero a La cordillera, de otro gran escritor, el mexicano Juan Rulfo (1917-1986). Durante años, el autor de Pedro Páramo, aseguró estar trabajando en una nueva novela aunque nunca publicó fragmento alguno, ni siquiera mostró un borrador, más adelante diría que la había destruido o que pasaría a formar parte de un libro de relatos. Poco sabemos de su argumento, tan solo que la novela pretendía reconstruir la historia de una familia, partiendo del asesinato de Pedro de Alvarado en 1541. El resto es silencio y confusión.


Es cierto que Juan Rulfo ha pasado a la historia de la literatura por tan solo 250 páginas, la suma de la extensión del libro de cuentos El llano en llamas (1953) y de la novela Pedro Páramo (1955), y uno de los mayores enigmas de la literatura en lengua hispánica del siglo pasado es el prolongado silencio de su autor, que parecía haberlo dicho todo en 1958, año en que concluyó El gallo de oro, cuento largo que no vería la luz hasta 1980. Sin embargo, la fama de Rulfo no dejó de acrecentarse en las tres décadas que le siguieron hasta la muerte del fundador de Comala, años en los que recibió los mayores honores, como el Premio Xavier Villaurrutia, el más importante que se concede en México, por Pedro Páramo; el Premio Nacional de Literatura en 1970; o el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1983 por el conjunto de su obra, siendo el primer escritor latinoamericano en obtenerlo.


El caso es que nunca se ha encontrado documento alguno que acredite tal obra, como afirmó el crítico Emmanuel Carballo en una entrevista con Leopoldo Lezama para la revista Viento en Vela: “Cuando abrieron sus cajones después de muerto no había tal novela”. Años antes el propio Rulfo había dicho al respecto: “No soy un escritor profesional, soy un simple aficionado. Escribo cuando me viene la afición... A esto se debe que no termine La cordillera, pura afición”.


Podemos imaginar la enorme expectación de críticos y lectores, e incluso de su editorial, Fondo de Cultura Económica, con la que se había comprometido, hacia una nueva novela de Rulfo, el autor, presionado, señaló en su correspondencia con la traductora al alemán de su obra, sentirse muy preocupado. De hecho solo es posible rastrear la novela a través de cartas y entrevistas del autor, aunque sus declaraciones a veces fuesen contradictorias. Fue precisamente en una entrevista concedida al diario Excelsior, fechada el 16 de abril de 1963, donde Rulfo dio título a la novela inédita y compartió algunos datos sobre su argumento, señalando que la obra giraba en torno a la experiencia de una familia en un pueblo abandonado llamado Ejutla, y que la cordillera del título “era la recua de mulas usada como medio de comunicación entre varias poblaciones rurales”.


En los años siguientes el propio Rulfo fue alimentando la expectación y la confusión en diversas entrevistas concedidas al semanario Siempre, donde incluso afirmaba que no era una sino dos las obras que estaba escribiendo y que serían publicadas, “en un futuro próximo”, por la editorial Siglo XXI. En otra entrevista, el escritor de Jalisco, que afirmaba sentir “remordimiento” cuando escribía, pareció sentenciar la novela con el siguiente testimonio: “¡Ya no quiero sangre! La literatura mexicana está llena de sangre y me niego a contribuir con una gota más”.


El 17 de abril de 1977, en una de las raras entrevistas concedidas a la televisión, en el programa “A fondo” de TVE, Juan Rulfo afirmaba a su presentador, Joaquín Soler Serrano, haber cambiado el título de la novela y que si la calma, la serenidad y las ganas le permitían terminarla se trataría finalmente de una novela corta, una “noveleta”, que esperaba reunir con algunos cuentos.


Tal vez abrumado por el éxito de su primera, y única, novela, o demasiado atareado en sus otras labores, como historiador, fotógrafo y guionista de cine, el caso es que Rulfo permaneció en un silencio creativo durante casi 30 años. Es posible que para mantenerse literariamente “activo” mantuviera la ficción de estar escribiendo una nueva novela, sea como fuere, La cordillera ha quedado como la novela fantasma por excelencia, y es que el mexicano, con permiso de Henry James (Otra vuelta de tuerca), es el autor de la mejor novela de fantasmas de la historia de la literatura universal, Pedro Páramo.






miércoles, 2 de junio de 2021

Homenaje a Brines. Regreso a Elca

 


Dibujo de Gregorio Muelas Bermúdez, 
realizado con S Pen sobre Notas Samsung Note 10+


REGRESO A ELCA (AUTOELEGÍA)


A Francisco Brines, in memoriam



Sueño que regreso a Elca,

a las paredes blancas de mi casa.


Y de nuevo me invade el olor del jazmín,

y el encendido púrpura de las buganvillas.


Pero mis pies ya no pisan la tierra

endurecida,

y el ciprés no proyecta su acostumbrada sombra.


Cierro los ojos

y solo escucho el mar.


Esta casa, de noche, no es la que era

mas voy atravesándola sin prisa.


Subo las escaleras y mis dedos

rozan los anaqueles de la biblioteca,

que tantas veces fue refugio

contra la soledad y la tristeza.


Me paro en el balcón donde pasé

las tardes de mi infancia,

los mejores momentos de mi vida.


Luego me siento en el sillón y al cabo,

sobre el Montgó,

un nuevo sol se asoma.

Al principio turbado, pronto altivo,

me reta a una partida de ajedrez.


Mas yo, rendido, vivo para siempre,

decido descansar

en su luz compasiva.



Gregorio Muelas Bermúdez