miércoles, 27 de mayo de 2020

Ai(m)ée. Florencio Luque

 
 


Ai(m)ée
Florencio Luque
Karima Editora, 2019
 
 
El escritor sevillano Florencio Luque nos ofrece su tercer trabajo literario, tras el poemario Lo que el tiempo nombra (Ediciones En Huida, 2014) y el libro de aforismos El gato y la madeja (Karima Editora, 2018), Ai(m)ée, número 8 de la colección “Aisé” de poesía de Karima Editora, en una bellísima edición al cuidado de Sara Castelar Lorca y con una sugerente ilustración de portada del propio autor, que logra retratar el espíritu que anima el libro y cuya inspiración se recoge en el Prefacio: el caso de Marguerite Anzieu, que en 1931 atacó con un cuchillo a la actriz Huguette Duflos y que fue motivo de estudio del célebre psiquiatra y psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981), que le dedicó su tesis doctoral, Acerca de la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad.

El poemario se estructura en tres grandes apartados con títulos significativos que sintetizan el estado de desequilibrio del “objeto” de estudio: “Animal insomne”, “La soledad del vigía” y “Umbral de nada”, con un epílogo, “El yo-piel”, en el que se narra que Didier, hijo de Marguerite, tras convertirse en psicoanalista, decidió abandonar las prácticas lacanianas tras conocer la identidad del “caso Aimée”.

No es baladí que todo el poemario esté jalonado de citas de poetas franceses, como Henri Michaux, que abre el volumen apelando a la condición entomológica del ser humano, “noble insecto”, René Char y Paul Eluard, así como citas de Sigmund Freud, Slavoj Zizek, José Ángel Valente, T.S. Eliot y Chantal Maillard, que nos ayudan a comprender el alcance y significado de la debacle íntima de Marguerite Anzieu.

Imbuido del contexto de la época y con un lenguaje elegante y efectivo, Florencio Luque progresa por sus páginas en poemas sin más título que el número romano que los distingue y ordena y donde trata de descifrar los pensamientos de la protagonista, sumida en un lúcido proceso de autodestrucción que el autor sabe transmutar en palabras, veamos un ejemplo paradigmático:

Sobre la tierra
he abierto mis manos
a la cumbre de todos los silencios.

Acaricié la ebriedad de los frutos
que alienta la desolación.

Solo en las sombras
crecieron alas.

Abundan las palabras que hacen referencia a la oscuridad, al insomnio, a la soledad, tríptico sobre el que se sustenta la mente de Marguerite, que conforme avanza el poemario se va descomponiendo y que el poeta sabe plasmar en su forma, así los versos se adelgazan, las estrofas se desgajan e incluso desaparecen los signos ortográficos de pausas. Florencio Luque consigue expresar de forma coherente “el vértigo del deseo” en el que se sumerge Aimée, nombre con el que Lacan llamaba a su paciente.

Entre auras sonoras, con los temas “Avec le temps” y “Bye, bye, Blackbird”, de Léo Ferré y Mort Dixon, respectivamente, como música de fondo, y sesiones variables, el poeta sevillano despliega las alas de una mente enjaulada en setenta y seis composiciones de oscura belleza y que en ocasiones recuerda a la lírica de Alejandra Pizarnik, otro ser atormentado que encontró en la poesía su punto de fuga. Como ella, Aimée se refugia en el sueño y su quimera para evadirse de una realidad que siente adversa, así invoca a la noche: “Álzate, noche, / álzate sobre mí / cúbreme, / haz que no despierte, / invádeme de todas tus promesas”.

En conclusión, Florencio Luque nos entrega un libro escrito con “el indescifrable alfabeto del aire”, tan original en su fondo como alucinado en su forma y que nos demuestra que del todo a la nada tan solo hay un paso, tan leve e insoportable como la propia esencia del ser humano.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes. Basilio Sánchez

 
 


He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes
Basilio Sánchez
Visor Libros, 2019
 
 
La naturaleza viva de Basilio Sánchez
 
 
Ganador del XXXI Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes -uno de los títulos más bellos de la Colección Visor- de Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), es un poemario de una gran unidad temática que supone una reconciliación con la esencia del ars poetica: decir a la luz de la lámpara de cobre que ilustra la portada, “de la que se desprenden las palabras”, las pequeñas cosas, tal vez las más importantes, que nos otorga la naturaleza, con un aliento místico de hondo calado que retoma al poeta como ser contemplativo, evocador de un mundo sensorial que sabe captar con humilde maestría.

Basilio Sánchez es un autor con obra y consecuencia, que inició su andadura lírica en 1983 con A este lado del alba, que fue accésit del prestigioso Premio Adonáis, y que tras un largo período de silencio de diez años, retoma con Los bosques interiores (1993) hasta Esperando las noticias del agua (2018). He aquí una obra coherente, jalonada por importantes galardones, como el Premio Unicaja, el Tiflos y el Ricardo Molina, que dan fe de una progresiva depuración estilística.

Dedicado a su mujer y sus hijos, y sin una sola cita que condicione o distraiga al lector, el libro se divide en tres ejes con títulos de una belleza arrobadora: “Hay un olor de agua y de resinas”, “Mi mesa de madera es del tamaño de un nido”, y “El mar ha edificado una iglesia a la salida del sol”, rematados por una “Coda” que alberga la tesis del libro: “Hay en el interior de cada uno / un hombre conmovido / que no nombra las cosas con grandeza / sino con gratitud”. Es esta actitud la que define la obra de madurez del poeta extremeño, pues el aedo es un observador atento que canta “la grandeza sencilla de las cosas”, ese milagro cotidiano que la naturaleza nos ofrece con su luz y sus sombras, y con el misterio que solo el poeta sabe desvelar y donar en sus ahuesadas páginas.

Basilio Sánchez expresa su mensaje con hondura y serenidad: “La poesía no explica ni argumenta, / la poesía solo llama a las cosas.”. Es ese afán por nombrar el que guía su discurso pues diciendo las cosas estas se hacen, como el pintor que pinta a un poeta pues solo así se puede esquilmar “el muro de lo desconocido” para retener el espacio, el paisaje que nos protege y aleja de la muerte.

La poesía de Basilio Sánchez es telúrica, íntima, casi sacra: “Somos hijos de un árbol / al que le falta sólo una manzana”. La aparición de los cuatro elementos es constante: el fulgor de la luz en sus diversas fases horarias, el aire y las nubes que el viento arrastra, el agua tranquila de un acuario o el continuo movimiento del mar, y la presencia inmarcesible de la tierra, elementos que se devanan en los versos con excelsa naturalidad, ese es el prodigio de Basilio Sánchez, saber hilvanar imágenes serenas con otras de gran emotividad.

El silencio y la lentitud también se propalan por los poemas, así dice el poeta: “Amo lo que se hace lentamente, / lo que exige atención, / lo que demanda esfuerzo”. En efecto, Basilio Sánchez conoce que su oficio exige compromiso y tenacidad, hacer arder a las palabras, un quehacer en soledad sabiéndose parte de algo más grande que él, “el agua de una nube” o el “árbol del camino”, solo así podrá prepararse para lo incomprensible.

Basilio Sánchez tiene la virtud de crear imágenes de gran plasticidad donde los aperos del poeta (cuaderno, mesa) se funden con el paisaje o escena que recrea, es admirable su dominio del lenguaje de la flora y la maestría que demuestra en el ejercicio del ritmo imparisílabo, que dota al conjunto del equilibrio necesario para transmitir al lector la vibración interior de las palabras cuando se las sabe juntar.

Pero el libro es, también, una aguda reflexión sobre su medio de expresión, así lo define el poeta: “es una forma / de sentirte tú mismo siendo otro”. En efecto, su objetivo primordial es “asumir la existencia de los otros / como si fuese tuya”. Con esta idea desarrolla sesenta y tres maneras de sentirse vivo, que es el número de composiciones, en buena parte breves, que conforman este poemario lúcido, revelador.

En conclusión, Basilio Sánchez nos ofrenda una poesía sutil que logra sublimar ética y estética y que avanza de lo conocido a lo desconocido en un itinerario iniciático que desde la soledad llama a las puertas del silencio, “el sonido de la página en blanco”, para golpear con las palabras la piedra del papel.
 
Gregorio Muelas Bermúdez
 
 
 
Reseña publicada en el nº 7 de CRÁTERA Revista de crítica y poesía contemporánea
 
 
 




lunes, 18 de mayo de 2020

La risa loca de los ángeles. Paula Giglio

 
 


La risa loca de los ángeles
Paula Giglio
Ediciones Liliputienses, 2018
 
 
La poeta argentina Paula Giglio obtuvo con La risa loca de los ángeles el “I Premio Centrifugados de poesía joven” en 2018 y el mismo año vio la luz en la colección de poesía del mismo nombre en Ediciones Liliputienses, de mano del incombustible poeta y docente José María Cumbreño, que desde la legendaria y errante isla de San Borondón consigue la cuadratura del círculo gracias a su impagable labor editorial al frente de la entidad cultural extremeña que sostiene una de las editoriales independientes de referencia en nuestro país.

Paula Giglio divide su poemario en dos partes con los siguientes epígrafes: “Correspondencias” y “Bitácora”, cada una introducida por una cita significativa que funciona a modo de tesis, de Joseph Brodsky y Joan Margarit, respectivamente. Les precede unas oportunas notas de Robin Myers sobre estos “poemas con conciencia y dignidad”, veinticinco composiciones sin título y en verso libre donde laten con fuerza dos corazones porteños a través de las palabras escritas con precisión, y es que a pesar de su juventud la poeta de Córdoba demuestra poseer un estilo hecho, propio, cocinado en la lectura y en la observación.

En “Correspondencias”, la autora entabla una conversación fragmentada a través del teléfono y de las cartas que Él le envía desde París, Ella, en Buenos Aires, le extraña y recibe su voz y sus palabras con la misma temperatura “para que nada se rompa” y la promesa de ir. Aquí la poeta entabla un diálogo en la distancia que se plasma en la alineación de los versos sobre la página: a la derecha Él y a la izquierda Ella.

En “Bitácora” la poeta tras cumplir su promesa redacta el cuaderno de un invierno en París, veamos su lúcida apertura: “comprender una ciudad / es adentrarse en sus orificios / y recibir todo lo nuevo / como un oleaje”. En su caminar por la capital francesa confunde sus edificios con los de Buenos Aires pero París suena diferente, más agudo, y su ritmo es más ordenado, y la poeta “ansía volver a casa”. La nostalgia aflora en cada sílaba pero aunque “la materia se cansa de existir”, el espíritu, poblado por ángeles ebrios, no se cansa de reír.
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez