miércoles, 25 de noviembre de 2020

Las once batallas del Isonzo

 



INTRODUCCIÓN


El presente volumen pretende acercar al lector de habla hispana un período crucial de la historia contemporánea. La Gran Guerra europea que se desató en julio de 1914 acabó convirtiéndose, por los numerosos y confrontados intereses de carácter nacionalista e imperialista, en la primera conflagración mundial, con el choque de las grandes potencias de la época en los más diversos escenarios del globo.

Dentro de este complejo escenario destaca como uno de los frentes de mayor trascendencia para el futuro desenlace de la contienda el italiano, objeto de este amplio estudio, cuyo resultado iba a contribuir de forma decisiva a la victoria final de los aliados. Sin embargo, y a pesar de ser uno de los frentes más sangrientos de toda la guerra, no ha merecido en la historiografía de nuestro país la verdadera importancia que tuvo, es por ello que con este libro se pretende dar a conocer de la forma más exhaustiva posible los hechos que tuvieron lugar en este crucial sector del frente europeo. Tanto el desarrollo de las diversas acciones ofensivas y defensivas de uno y otro bando, como el estudio de las actitudes de los personajes más destacados, políticos y comandantes, cuyas decisiones condujeron primero al desastre italiano de Caporetto (1917) y finalmente a la victoria de Italia y sus aliados en Vittorio Veneto (1918), con la consecuente caída de un imperio, el Austro-Húngaro.

En este volumen nos centraremos en las primeras fases del conflicto italo-austríaco, sobre todo en las once ofensivas lanzados por los italianos para romper el frente en el río Isonzo, en el noroeste del actual estado de Eslovenia. Once batallas, que si bien no alcanzaron su objetivo, con excepción de la conquista de Goricia con la sexta batalla, ni fueron decisivas, sí abonaron el terreno para el desastre militar más severo de la entonces reciente historia del Reino de Italia. Un descalabro que, no obstante el alcance de la derrota, y que a diferencia de lo que sucedía en el bando austriaco, sirvió de verdadero acicate para cambiar el rumbo de la contienda al favorecer, a pesar de las miles de deserciones, un movimiento patriótico que a la postre sería el verdadero puntal para plantear una nueva estrategia de guerra y que finalmente conduciría a Italia a sentarse al lado de los vencedores en la mesa de negociaciones del Tratado de Versalles (1919).



En primer lugar debemos analizar cómo llega el Reino de Italia a la guerra, cuál es el estado de su ejército en 1915 y, sobre todo, cuáles eran sus demandas territoriales y sus intereses económicos para involucrarse de lleno en un conflicto que demostraba ser tan caro en vidas humanas y que acabará ocasionándole más de un millón de bajas entre sus filas. En este sentido no debemos olvidar la ambición territorial de un reino relativamente reciente, unificado en 1870 con la incorporación de los Estados Pontificios y regido por una dinastía, la Casa de Saboya, con aspiraciones imperialistas en el norte y el sudeste del continente africano, que apenas dos décadas atrás había experimentado una verdadera humillación en Adua (1896), frente a los abisinios de Menelik II.

Con la esperanza de resarcirse de dicho revés y restablecer así su prestigio entre las grandes potencias europeas, Italia decide finalmente su entrada en la guerra a favor de los Aliados para arrebatar a su sempiterno enemigo, el Imperio Austro-Húngaro, la península de Istria y la ciudad de Trieste, importante nudo de comunicaciones y ciudad con una gran influencia y población de origen italiano.


Gregorio Muelas Bermúdez





martes, 17 de noviembre de 2020

Rumanía, matria de poetas

 




El rumano es una lengua de poetas, bebe directamente de Virgilio, Horacio, Ovidio, Lucano o Marcial, no olvidemos que es la lengua romance que más semejanzas conserva con el latín original debido al profundo proceso de romanización de la antigua Dacia al pasar a formar parte del Imperio tras la conquista del emperador Trabajo en las Guerras Dacias (101-102 y 105-106). Un legado que fue preservado hasta la llegada del gran poeta nacional, Mihai Eminescu (1850-1889) en el período romántico tardío, que marcaría las sendas por las que habría de discurrir el rumano como lengua literaria y que alcanzaría en la siguiente centuria su verdadero apogeo, siendo lengua materna de algunos de los grandes escritores de la Europa central, aún cuando gran parte de ellos decidieran adoptar una segunda lengua para la escritura creativa, me refiero, sin duda, a los de la diáspora: Paul Celan con el alemán, Tristan Tzara, Benjamín Fondane, Vintila Horia, Eugene Ionesco y Emil Cioran con el francés, y Mircea Eliade con el inglés. El caso más reciente es el de la Premio Nobel Herta Müller, nacida en una comunidad germanohablante de la región de Timisoara. No obstante, todos le deben al país de los Cárpatos su verdadera esencia.


Pan con poesía


De puertas adentro, la Rumanía del convulso siglo XX fue objeto de una intensa actividad literaria, donde la poesía llegaría a ocupar un lugar primordial, hasta convertirse en el idioma para eludir la censura durante la dictadura de Nicolae Ceaucescu, siendo fruto de una evolución que se plasmaría en la obra de poetas de fama europea, es el caso de Nichita Stanescu (1933-1983) y Oskar Pastior (1927-2006) cuyas obras han trascendido fronteras, o, más recientemente, de Ana Blandiana (1942) y Mircea Cartarescu (1956), cuya celebridad y magisterio parece dominar el actual panorama literario gracias al volumen de traducciones y distinciones de los que han sido objeto en los países y las lenguas de su entorno, un fenómeno al que España no ha sido ajeno, así lo atestigua la cantidad de títulos que se vienen publicando en nuestro país.


Poco y mal conocida, la publicación de diversas antologías en importantes editoriales han conseguido paliar este desconocimiento, de todas ellas, tal vez la más significativa, y la más reciente, por su interés y alcance, sea Miniaturas de tiempos venideros. Poesía rumana contemporánea, editada por Vaso Roto Ediciones en 2013, una edición bilingüe de Catalina Iliescu Gheorghiu (Bucarest, 1966), Profesora Titular del Departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Alicante. Un volumen que reúne las voces de veinte poetas vivos pertenecientes a distintas generaciones y de primera línea, a saber: Ileana Malancioiu, Ion Pop, Ana Blandiana, Nicolae Prelipceanu, Dinu Flamand, Adrian Popescu, Liviu Ioan Stoiciu, Gabriel Chifu, Denisa Comanescu, Traian T. Cosovei, Florin Iaru, Alexandru Musina, Ion Muresan, Marta Petreu, Mircea Cartarescu, Ioan Es. Pop, Daniel Banulescu, Robert Serban, Dan Sociu y Stoian G. Bogdan. La antología cuenta, además, con un interesante prólogo de Petru Poanta que titula “La poesía rumana contemporánea. Algunos hitos”, donde hace un recorrido por la lírica de su país durante el siglo pasado.



Sin duda, la poesía rumana ha concitado el interés de buena parte de la crítica española y latinoamericana, si bien la publicación de su obra suelta ha sido también escasa, con la excepción que ya señalamos de Ana Blandiana y Mircea Cartarescu, que han visto como sus obras más significativas han visto la luz en nuestro país de la mano de importantes editoriales, sin ir más lejos, podemos citar sus títulos más recientes, en el caso de Ana Blandiana El sol del más allá y El reflujo de los sentidos (Pre-textos, 2016) y Un arcángel manchado de hollín (Galaxia Gutenberg, 2020), ambos en traducción de Viorica Patea y Natalia Carbajosa, y en el caso de Cartarescu los cuentos de El ojo castaño de nuestro amor (Impedimenta, 2016) y la que tal vez sea su obra cumbre, Solenoide (Impedimenta, 2018), ambos en versión de Marian Ochoa de Eribe.


Si bien son los más populares, no son los únicos autores que han visto su obra publicada en España, podemos citar otros casos más modestos pero igual de prominentes: En la cuerda de tender (Linteo, 2012) de Dinu Flamand; la antología poética general de Lucian Blaga (Prensas universitarias de Zaragoza, 2010), a cargo de Darie Novaceanu; o Regreso del exilio (Adamaramada, 2008) de Denisa Comanescu. En estos casos, en su mayoría, se trata de antologías, en contraste con Blandiana y Cartarescu, que sí han podido publicar sus obras individuales merced al favor de crítica y público.


Nichita Stanescu


Capítulo aparte merece un autor que simboliza la nueva generación de escritores a partir de 1960, nos referimos a Nichita Stanescu (Ploiesti, 1933-Bucarest, 1983), que llegó a ser candidato para el Premio Nobel. En este punto cabría detenerse para comentar que el rumano es, junto al catalán, la única lengua romance que aún no se ha alzado con el prestigioso galardón de la Academia sueca de las Letras, siendo en la actualidad Cartarescu uno de los candidatos que suenan con más fuerza.


Nichita Stanescu es uno de los grandes nombres de la literatura rumana de todos los tiempos. La riqueza de su obra, entre la que destacan títulos como Rojo vertical, Épica magna, Las obras imperfectas y Nudos y signos le valieron, a pesar del aislamiento que padeció en su país, un amplio reconocimiento internacional (premios Herder y Struga en 1976 y 1982, respectivamente). En España se publicó en el año 2000 Once elegías (La última cena), en Ediciones del oriente y del mediterráneo, con traducción de Ioana Zlotescu y José María Bermejo.


Horizontes poéticos


Como podemos observar, el interés por la poesía rumana ha sido creciente en los últimos años, lo que pone de manifiesto la enorme vitalidad de una poesía en plena efervescencia y que gracias a la labor de traducción de Elisabeta Botan, autora de los poemarios Dimensiones (Editorial Seleer, 2012) y Egometría (Editorial Limes, 2016), está más en boga, demostrando que más allá de la alargada sombra de gigantes como Blandiana y Cartarescu hay toda una pléyade de poetas de contrastada calidad y con un estilo propio y que Elisabeta Botan se ha consagrado a dar a conocer en España a través de su blog, “Orizonturi Poetice / Horizontes Poéticos”, y diversas revistas, en especial Crátera, donde actualmente ejerce como Delegada de la publicación en Rumanía, a saber: Mircea Petean, Robert Serban, Virgil Diaconu, Angela Gabriela Nache Mamier, Nora Iuga, Ioan T. Morar, Mircea Bârsila.


Gregorio Muelas Bermúdez



Artículo publicado en el nº 8 de ACHTUNG!





domingo, 15 de noviembre de 2020

The Waste Land. T.S. Eliot

 


The Waste Land / La tierra baldía

T.S. Eliot

Olé Libros, 2020


The Waste Land / La tierra baldía es una de las piezas capitales de la poesía en lengua inglesa del pasado siglo XX, decir esto es una obviedad si recordamos que su autor es el poeta y dramaturgo inglés nacido en Saint Louis, Missouri, Thomas Stearns Eliot, que acostumbraba a firmar sus obras abreviando su nombre y su primer apellido. Por tanto no es el objetivo de este artículo reseñar por entero el clásico del Premio Nobel de Literatura de 1948, sino destacar las excelencias de esta nueva edición a cargo de Olé Libros. El grupo editorial que dirige con encomiable brío Toni Alcolea desde Valencia, se ha convertido en unos años en uno de los sellos independientes con mayor proyección a nivel nacional. Prueba de ello es la nueva edición de esta cumbre lírica, una maravillosa audacia en estos tiempos de incertidumbre económica y social, y lo hace con un gusto exquisito, sin escatimar en material y diseño, en una edición de lujo que hará las delicias de los lectores fieles a este género.

En primer lugar el volumen se presenta con una nueva traducción, realizada ex profeso por Sanz Irles, el escritor valenciano realiza una lectura atenta a la sonoridad del original inglés y acierta al trasladarla a nuestra lengua, yendo un paso más allá, también en la forma, al respetar escrupulosamente su disposición sobre la página. Gracias a esta ingente labor, Sanz Irles ha conseguido permanecer fiel al espíritu de Eliot, he aquí, pues, una traducción en estado puro, lejos de aquellas versiones donde el traductor se suele imponer al autor, en la línea del célebre aserto traduttore, traditore.

Pero hay más, la edición se presenta con otros alicientes, el extenso prólogo de Ernesto Hernández Busto, que con el epígrafe "Un río subterráneo" supone un verdadero estudio preliminar sobre el sentido y significado de la obra maestra de Eliot, con permiso de esa otra cima titulada Cuatro cuartetos; y el bellísimo epílogo de José Antonio Montano, titulado "La crueldad de abril", sobre el impacto de los versos y la fortuna de las traducciones más notables de la obra, desde la primera, realizada por José María Valverde, hasta esta última, que Montano considera a todas luces la mejor.



El contenido se completa con una Nota del traductor, cuyo rótulo, "Un formidable artefacto sonoro", expresa con precisión la motivación de Sanz Irles a la hora de abordar este reto; y las interesantísimas notas de T.S. Eliot a la obra, donde el autor expone las múltiples influencias literarias que jalonan sus versos, desde Ovidio o Safo hasta Baudelaire o Verlaine, pasando por el Eclesiastés o los Upanishads.

Pero no acaban aquí los primores de esta edición, cabe destacar la calidad del papel empleado, de un grueso ahuesado, la tapa dura, con una textura especial, y el diseño sobrio y elegante de la sobrecubierta, a cargo de Kike Correcher. La delicadeza de los detalles también se traslada a su interior: texto original en color tierra y versos numerados, 434 en total, repartidos en las cinco secciones en que se divide el poemario, a saber: "El enterramiento de los muertos", "Una partida de ajedrez", "El sermón del fuego", "Muerte por agua" y "Lo que dijo el trueno".

Enhorabuena a Olé Libros por traernos de nuevo a este clásico imperecedero, que a buen seguro hará más fértil nuestras librerías y menos cruel el mes de abril.


Gregorio Muelas Bermúdez


viernes, 13 de noviembre de 2020

Las aguas ontológicas de Andrei Tarkovski

 



Amo el agua”, contestó el cineasta ruso al ser interrogado por la constante presencia del elemento líquido en sus películas. El agua siempre ha ejercido un alto poder hipnótico a través de su cadencia musical en forma de lluvia o de corriente continua, un poder que Tarkovski sabía emplear con maestría para potenciar o enmarcar algunas de las escenas más emblemáticas de su filmografía. Para hallar el sentido a esta constante debemos acudir a la propia biografía del autor pues el agua era parte integrante del paisaje donde se había desarrollado su infancia: “en Rusia hay largas temporadas de lluvia que despiertan la nostalgia.”

Podríamos definir el agua como elemento estético y aunque en diversas ocasiones el propio cineasta ha negado un significado simbólico, sin duda Tarkovski intuyó un significado más profundo, que conecta con lo espiritual, con la esencia mística de las cosas. Así sucede en Nostalgia (1983), donde el agua impregna cada secuencia en sus más diversas formas: gran parte del film se desarrolla en Bagno Vignoni, cuya piscina termal alberga primero a unos seres racionales que cuestionan la locura de Domenico, y después es el espacio donde se desarrolla el sacrificio para salvar a toda la humanidad; además está la lluvia, que desempeña una función purificadora que señala el tránsito de la vigilia al sueño, y también invade espacios cerrados, como la casa de Domenico.

La aparición del agua no sólo responde a una mera función estética, ni es fruto de la casualidad, sino que obedece a una causalidad y adquiere una dimensión poética, y en este sentido entronca con la obra de otro gran cineasta soviético como Aleksandr Dovzhenko. Tarkovski es un poeta del cine, que conoce el poder del agua para generar determinados estados de ánimo, en ocasiones esta aparición va acompañada de los acordes electrónicos de Eduard Artemiev, una sabia combinación de la que emana una atmósfera onírica que nos traslada al ámbito de lo metafísico, de lo trascendental.

El cine de Andrei Arsenievich está salpicado de charcos y de charcas, inolvidable aquella en la que se reflejan los arcos de la abadía en el final de Nostalgia, pero si hay una imagen recurrente es la lluvia desbordándose de tazas y botellas, como metáfora visual del alma que se colma de belleza.

Además Tarkovski es un consumado maestro en el arte de combinar contrarios, como el agua y el fuego, así sucede en El espejo (1974), donde la cámara se desplaza siguiendo el movimiento de los personajes en el interior de la casa hasta detenerse en el goteante soportal para reencuadrar el incendio de la dacha familiar, o en Nostalgia, donde un libro de poemas de Arseni Tarkovski, padre del cineasta, se quema al borde de las aguas y que nos lleva de nuevo al terreno de la ensoñación.

El agua como símbolo de pureza, de transparencia, encuentra su máxima expresión en Stalker (1979), donde el agua es parte constituyente de la Zona, en este sentido es mítica la secuencia que recorre los diversos objetos que se encuentran abandonados, sumergidos, como testimonio de una civilización hundida en su miseria espiritual, en su egolatría, en su falta de comunión con la tierra.

Pero hay una película donde el agua adquiere una importancia significativa desde el punto de vista argumental y escénico, me refiero por supuesto a Solaris (1972), donde el verdadero protagonista es el planeta homónimo, un océano pensante capaz de materializar los episodios de culpa, de remordimiento, de los cosmonautas. El film comienza y termina en el agua, desde un inicio bucólico con el fluir de un riachuelo en cuyo fondo se mecen las algas hasta el impresionante plano aéreo final. El agua es el punto de unión con la Tierra, como hacedora de vida, pero también como depositaria de los recuerdos que siempre nos acompañan por mucho que tratemos de alejarnos para olvidar.

En el cine de Andrei Tarkovski el agua adquiere una función diegética que mediatiza la acción de unos personajes que toman conciencia de su ser en el mundo. Podríamos concluir diciendo que para Tarkovski el agua en su conjunto es símbolo de riqueza espiritual, de eternidad disfrazada de cotidianidad, de lo infinito.


Gregorio Muelas Bermúdez








lunes, 9 de noviembre de 2020

Donde estuve. Fernando Delgado

 


Donde estuve

Fernando Delgado

Fundación José Manuel Lara, 2015


Que Fernando Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1947) es un autor consagrado no cabe duda, con su obra narrativa ha cosechado algunos de los grandes premios que se conceden en nuestro país, como el Premio Planeta 1995 por La mirada del otro, o el Premio Azorín en 2015 por Sus ojos en mí, también destacan sus trabajos en el campo del periodismo, como los libros Cambio de tiempo (1994) y Parece mentira (2005), por el que mereció el importante premio Villa de Madrid “Mesonero Romanos” en 2006. Obras que dicen mucho de un autor serio y comprometido con la causa literaria.

Pero Fernando Delgado también ha forjado sus armas en el campo de la lírica, después de Proceso de adivinaciones (Hiperión, 1981), Autobiografía del hijo (Pre-Textos, 1995), Presencias de ceniza (Identidad, 2001) y El pájaro escondido en un museo (Pre-Textos, 2010), el libro que nos ocupa supone su quinto poemario. Este último y notable trabajo consagra sin lugar a dudas a un Fernando Delgado más íntimo y culturalista, que por edad es heredero de aquellos novísimos a los que dedica varios poemas, es el caso de Jaime Siles y Luis Antonio de Villena, y por afinidad compañero de la “poesía de la experiencia”, encarnada por sus grandes amigos Carlos Marzal, Vicente Gallego y Antonio Cabrera; pero si existe una influencia verdaderamente notoria y que planea a lo largo de todo el poemario es la de Francisco Brines, a quien Delgado dedica por entero el libro, reconociendo su feraz magisterio con un “siempre cerca”, que da buena cuenta de su admiración y cariño.

Publicado en la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara, Donde estuve hace alusión a espacios transitados en algún momento del pasado del poeta, y que ahora se fijan en el poema a modo de recuerdos cubiertos de una ligera pátina de nostalgia. Delgado demuestra poseer una gran madurez expresiva, sus versos imparisílabos, con un amplio señorío del endecasílabo y el heptasílabo en poemas por lo general extensos, fraguan en un admirable pulso rítmico que invita a una lectura meditativa.

El poemario se abre con dos citas muy significativas de Marcel Proust y Seamus Heaney, que hablan de la fragilidad de la memoria y la necesidad de buscar la inocencia para sortear las trampas del egoísmo. Le sigue una “palabra de honor” a modo de preámbulo, que enumera las bendiciones de la palabra para el que la trabaja y escucha su música interior: juega con ella, la adora o la ama.

Por lo que toca a la estructura, el poemario se divide en cuatro partes precedidas de un breve poema introductorio. En la primera parte, titulada “Geografía íntima”, compuesta por catorce poemas, donde el poeta va trazando un paisaje interior al hilo de las reflexiones sobre su biografía, así en “Mar de los desvelos”, Delgado realiza un viaje de vuelta a los rostros del pasado, a espacios imaginarios, porque la memoria también inventa personajes y situaciones que nunca sucedieron y traza un mapa de sentimientos contrapuestos que mucho tienen que ver con esa dualidad del sueño y la vigilia. A continuación “Dentro de un órgano” es un poema sinfónico en cuatro movimientos sobre unas notas de Bach, donde el Delgado adulto juega a la memoria con el Delgado niño: “Breve fue la experiencia/ Pronto el órgano/ quedó deshabitado”.

El paso inmarcesible del tiempo, el vuelo libre de las aves, el amor, el erotismo y la música -de Verdi, el arpa o el coro de la iglesia- son algunos de los muchos temas que toca el libro, en el que también se incluye un emotivo poema a "Velintonia", la casa del Premio Nobel Vicente Aleixandre, a donde acudían los jóvenes poetas en busca de los consejos del maestro.

En definitiva, Fernando Delgado encuentra en la poesía ese espacio de sosiego e intimidad que le permite evadirse del mundanal ruido, porque recordar no es solo revivir lo que fue sino también lo que pudo haber sido: “busco el rostro joven de mi propia hermosura,/ la mirada de mí mismo a mí mismo”.


Gregorio Muelas Bermúdez


lunes, 2 de noviembre de 2020

Club de Lectura de Manuel Vilas en Ámbito Cultural de Valencia

 



El pasado lunes día 26, la sala de Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Colón, en Valencia, se vistió de gala para recibir a Manuel Vilas, el escritor de Barbastro se trasladó desde Madrid, donde reside actualmente, para asistir a un club de lectura sobre su última novela, Alegría, con la que consiguió ser Finalista de los Premios Planeta 2019.

Con un aforo controlado y con las pertinentes medidas sanitarias: gel hidroalcohólico en la entrada y distancia de dos metros entre butacas, el Director Regional de Comunicaciones Externas, Pau Pérez Rico, dio la bienvenida al escritor oscense al emblemático espacio cultural de El Corte Inglés, un espacio que se llenó para dialogar con el autor sobre Alegría, título que toma prestado del poemario homónimo de su admirado José Hierro y que sintetiza la tesis del libro: la única verdad de la vida es el sentimiento feroz de la alegría.

Juan Luis Bedins, Presidente de CLAVE (Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios) fue el encargado de realizar la presentación del autor y de conducir el acto ante el numeroso público asistente, en el que se encontraban escritores de la talla de Carlos Marzal, Juan Pablo Zapater o Emi Zanón, a destacar el público joven, entre los que se contaban algunos miembros del equipo de la revista cultural universitaria Parnaso.



Manuel Vilas fue entrevistado antes y después del acto y aprovechó para firmar algunos ejemplares de esta y de su anterior novela, Ordesa (2018), de la que Alegría de alguna forma es deudora. A medio camino entre la confesión y la autoficción, el libro relata un viaje hacia dentro y hacia afuera en busca de ese impulso generador de esperanza que le da título.

Un acto entrañable que demuestra el compromiso de Ámbito Cultural con la literatura de calidad, donde el autor invitado tuvo ocasión de explayarse con los lectores, que desplegaron sus dudas y conclusiones sobre la obra. Vilas destacó que el amor más puro es el amor incondicional de los padres hacia los hijos y que la única forma de superar el olvido es escribir la memoria.


Gregorio Muelas Bermúdez