lunes, 16 de julio de 2018

Sendas de Bashô

 
 
 

El haiku (俳句) está de moda, esta afirmación no debe sorprendernos pues en los últimos años se ha multiplicado el número de publicaciones dedicadas a la célebre estrofa japonesa, y es que desde su descubrimiento e introducción en la literatura hispanoamericana a principios del siglo XX, de la mano del escritor mexicano Juan José Tablada (1871-1945), ha venido seduciendo cada vez más a los autores de nuestra lengua hasta el punto de generar una verdadera confusión sobre su auténtica esencia.

De hecho no existe unanimidad y es posible reconocer al menos dos grandes vertientes o sendas. La primera es la que podríamos denominar como “ortodoxa” por estar próxima a la filosofía original de su disciplina y está encabezada por el teórico Vicente Haya y la Escuela de Makoto, integrada por Félix Arce Araiz (Momiji), Mercedes Pérez (Kotori) y Manuel Díez Orzas, autores de Sin otra luz (2012) y a la postre discípulos del maestro Haya; la Asociación de la Gente del Haiku en Albacete (AGHA), con Frutos Soriano y Elías Rovira Gil a la cabeza; y el equipo de redacción de la revista Hojas en la acera, dirigida por Enrique Linares, además de otros núcleos de producción importantes como Levante y Navarra, donde es reconocible la labor de Mila Villanueva, Xaro Ortolá o Gorka Arellano.

La segunda senda es la que hemos definido como “lírica” por cuanto hace del haiku una vía más estética que espiritual y donde, además, es posible reconocer cierta influencia de otras formas breves típicas del castellano, así sucede en las composiciones de Susana Benet, Verónica Aranda, José Cereijo y Ricardo Virtanen. Entre ellos Virtanen supone un caso particular por cuanto ha sido capaz de recorrer con notables aciertos ambas sendas, siendo predominantemente fiel, como la mayoría de los citados, al que José Antonio Olmedo López-Amor y quien suscribe hemos denominado “canon occidental”, es decir, el que se ciñe a la forma más tradicional, y por ende más extendida, en nuestra lengua: 17 moras dispuestas en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas.

Más allá la senda marcada por Matsuo Bashô (1644-1694) se bifurca hacia un horizonte inabarcable de autores y de obras donde se impone por lo general un yo lírico que arruina la verdadera esencia del haiku y que tan sólo conservan de él las diecisiete sílabas, es decir, una de sus múltiples formas.

 
Gregorio Muelas Bermúdez
 
 
 




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