Humo de té
Verónica Aranda
Ediciones de la Excma. Diputación de Soria, 2021
Humo de té es la nueva entrega lírica de Verónica Aranda, el libro, merecedor del prestigioso Premio Leonor de Poesía en su XXXIX edición, ve la luz de la mano del Departamento de Cultura de la Excma. Diputación de Soria, entidad convocante y editora. La poeta madrileña nos ofrece un libro maduro, escrito con el aroma y el sabor característico de esta popular infusión.
La autora no podía haber elegido mejor las citas que lo encabezan, un haiku de Nishiguchi Sachiko, y un senryu de Luis Yuseff, que inciden en la ceremonia del té. La estructura también parece hacer hincapié en esta forma ritual, siendo cuatro las partes en las que se divide el poemario: “Rituales”, “Distancia y deseo”, “Bodegones” y “Postales de la aldea flotante”.
En “Rituales”, Verónica Aranda agrupa aquellos poemas donde la naturaleza adquiere un mayor protagonismo, donde la actividad humana, transida por ella, solo se comprende a través de su significado. Son como estampas, instantes eternizados por la mirada contemplativa de quien asiste al asombro de un modo de vida distinto al occidental, que se percibe en los gestos, en la serena quietud de los actos, donde los olores, la fauna y la vegetación interactúan con estos. Hay versos de belleza hipnótica, de fluido ritmo imparisílabo: “En la palabra no / hay un reloj de arena que traspaso / para ir a tu encuentro”; o “La imprecación de los mendigos / es un canto intramuros”.
En “Distancia y deseo”, Verónica Aranda reúne las composiciones más breves, impresiones de un lirismo exótico, donde en apenas diez versos consigue captar la esencia de un mundo que parece caminar a un ritmo distinto, más pausado, “la distancia o el tiempo”, dirá la autora al comienzo de “Samovar”, poema que inaugura esta sección. La sensualidad también está muy presente en estas composiciones, donde el “deseo era elocuencia” y donde la protagonista es la mujer viajera que “tiene en su pasaporte / algunos sellos de países / que cambiaron de nombre, más de una tachadura”, y a la que siempre acompaña una taza de té, que se oxida o se enfría mientras espera a alguien.
En la tercera parte, “Bodegones”, Verónica Aranda reúne once poemas que tienen en común este tipo de pintura, desde aquellos en los que se inspira, como el cuadro clásico de Jean-Baptiste-Siméon Chardin, “Bodegón con gato y pescado”; el de Luis Egidio Meléndez, “Bodegón con madroños”; o un lienzo de Mark Rothko; hasta las naturalezas muertas verbales, aquellas en las que la poeta fija un tiempo que se desvanece, es aquí donde alcanza verdaderas cotas líricas, véase este “Bodegón póstumo”, que clausura esta sección, por otra parte la más culturalista: “En el jarrón del poeta que se fue / maduró un limonero. / En disco de pizarra / sonaba Turandot.”
En “Postales de la aldea flotante”, Verónica Aranda nos regala trece bellísimas estampas de Indochina, donde recrea un paisaje que nos recuerda a los fotogramas de las películas del cineasta vietnamita Tran Anh Hung y a algunas páginas de la escritora francesa Marguerite Duras, he aquí, pues, un mundo flotante, donde la quietud y el silencio, “tiempo líquido”, son sus señas de identidad: “Hay existencias novelescas / y días empleados en la contemplación, / tan envolventes como un mito / de dragones de jade”. El río Mekong, las barcas de bambú, el color verde que impera por doquier transmiten una calma y serenidad en estado puro, elementos necesarios para alcanzar la trascendencia.
En conclusión, Verónica Aranda nos entrega una colección de sensaciones, con la elegancia de un estilo traspasado de sol, con la sencillez de la arcilla fresca, y contenida emoción, un libro de poemas hilados, el diario íntimo de un “verano-rueca” inolvidable.
Gregorio Muelas Bermúdez