Vitral de instantes
Elías Dávila Silva
Chimal Editores, México, 2011
Elías Dávila Silva (San Pedro Totoltepec, Toluca,
1966) es un caso singular dentro de la producción poética de México en las dos
últimas décadas, poeta de vocación, ha elaborado una interesante obra que se
sitúa al margen de los cánones imperantes en la literatura de su país pues ha
consagrado su escritura a un género breve e intenso del que fueron
introductores en lengua castellana dos ilustres compatriotas: Juan José Tablada
y Octavio Paz. Me refiero, por supuesto, al haiku, y digo singular porque a
pesar de ser un género de moda, Elías Dávila se ha dedicado al cultivo
específico del que los especialistas de la estrofa japonesa han denominado como
“haiku verdadero”.
Así lo atestigua su última colección, que lleva el
significativo título de Vitral de
instantes, no podía titular mejor su autor el libro pues en él reúne
precisamente eso, instantes precisos (y preciosos) que su atenta mirada de
haijin ha sabido captar y eternizar en el centro del folio, y he aquí una de
las grandes virtudes de este libro, la disposición tipográfica del haiku en
medio de la página como parte de un todo que se opone a la nada del blanco que
lo circunda.
Entrando de lleno en el poemario, observamos que
viene muy bien avalado por un excelente prólogo firmado por uno de los mayores
expertos en la materia: Vicente Haya, que no acostumbra a escribir sobre
autores occidentales contemporáneos, esto hace que aún tenga más valor el hecho
de ocuparse de los cuarenta y un haikus que componen un libro que es un haiku en sí mismo, así la ilustración, de un
colibrí, obra de Flor Gutiérrez, en unos pocos trazos de tinta china y la
pureza del blanco que lo acoge, unido al pequeño formato del volumen,
sintetizan el espíritu oriental que recorre estos haikus donde la naturaleza, y
su milagro cotidiano, es el marco donde se desarrolla la mínima acción que
desencadena los versos.
En cuanto a la estructura del libro, éste se
organiza en dos grandes apartados: “Al otro lado de la luz”, bajo cuyo epígrafe
se agrupan dieciocho haikus; y “La mirada interior”, que a su vez reúne otras veintitrés
composiciones. Dos partes complementarias donde Elías Dávila cultiva
prácticamente todos los subgéneros, de hecho comienza con un haiku que
podríamos definir como cruel:
“Hojas de otoño:
El
aire también mueve
mariposas
muertas.”
Por sus páginas discurren infinidad de elementos que
Elías Dávila ha sabido combinar con una sencillez asombrosa, de esa sabia
combinación de elementos a veces opuestos deviene la belleza de un mundo ancho
y ajeno en el que el haijin tiene la fortuna de adentrarse para hallar la
esencia de lo verdadero. He aquí otro ejemplo donde la mirada limpia del poeta acierta
a desvelar la belleza intrínseca que le rodea:
“Después de llover:
El
potro blanco
oculto
en la niebla.”
Pero también hay una mirada piadosa, cuya sola
visión es capaz de concienciar con ternura:
“Banca del parque:
Indigente
y su perro
comparten
un pan.”
Elías Dávila tiene, además, la fortuna de no ceñirse
a un esquema rígido pues sabe, como los clásicos, que una sílaba más o menos no
puede comprometer lo bello y auténtico, así se entrega con pasión a la mera
contemplación de un mundo mutable. Y es por ello que se contenta con ser mero
testigo, eso sí, privilegiado, de este mundo en constante movimiento. Veamos
otro magnífico ejemplo:
“La cigarra
por
un momento da voz
al
árbol muerto.”
Vitral
de instantes se erige en un sensitivo y colorido
conjunto de haikus “insólitos”, producto, sin duda, de una contemplación
directa, pues no hay mayor asombro que aquello que sucede en el momento más
inesperado, de ahí el valor de un poeta sensible, capaz de fijar por escrito una
pincelada de ese momento único e irrepetible.
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