Contra las cosas redondas
Jesús Jiménez Domínguez
La Bella Varsovia, 2016
La
Bella Varsovia publica el nuevo poemario de Jesús Jiménez Domínguez
(Zaragoza, 1970), Contra
las cosas redondas, un
título curioso y significativo para su tercer libro de poesía, tras
los premiados Fundido
en negro (DVD, 2007),
con el que obtuvo el Premio “Hermanos Argensola”, y Frecuencias
(Visor, 2012), que
mereció el “Ciudad de Burgos”. Trabajos que lo situaron en la
órbita de la mejor poesía española de los últimos años y que
ahora se afianza merced a la encomiable labor de Elena Medel, quien
acierta a editarlo con una sugerente fotografía de cubierta de José
Laíño, que actúa como tesis visual del libro.
Lo
primero que destaca es su compleja estructura, el libro se divide en
cinco grandes apartados introducidos por una preposición (ante,
bajo, cabe, con y contra) e integrados por siete poemas cada uno,
treinta y cinco composiciones de largo aliento, desbordante
imaginación e impecable hechura.
El
poemario se presenta con unas “Credenciales” donde el autor se
hace par con el instante de «los
días, llegando de uno en uno»
porque «al
pasado —para qué— no le pido cuentas»
y «del
porvenir sé lo justo».
En “Café solo” afirma que «Dios
hizo el mundo»
pero que los poetas «lo
mantienen en continuo funcionamiento».
En “Rimbaud regresa a casa” exclama: «Mañana,
que palabra tan grande para una página tan pequeña».
Como se puede apreciar, el discurso de Jesús Jiménez Domínguez no
carece de sentido del humor y despliega con fina ironía infinidad de
posibilidades, de caminos transversales por donde fluyen libres los
versos con vocación de crítica.
La
poética de Jesús Jiménez Domínguez se nutre de las cosas que
configuran nuestro mundo y su devenir, que le llevan a densificar su
discurso en aras de abarcar una realidad vastísima que la «Poesía,
la alumna aventajada de la luz»
le permite asir en armonía. El autor reflexiona sobre múltiples
temas, como la Historia Universal, que en “El escriba sentado
(Musée du Louvre)” define como «una
larga espera, una gran vacilación / y una pequeña, vaga esperanza»,
y el Tiempo, como en “Larga duración”, donde se hace eco de
civilizaciones que «se
alzan y se abisman»,
y en “Perder la cabeza”, donde a propósito de Hölderlin
confiesa: «la
Historia, viuda del Tiempo».
Existe,
además, en su poesía una veta culturalista que el autor sabe
conjugar con maestría, algo que se hace notar en poemas como
“MCMLXX”, por donde desfilan Hendrix, Mishima y George Harrison;
en el mencionado “Larga duración”, donde se superponen «las
ínfimas caídas del Imperio Romano, del Titanic, / de la manzana
colérica de Newton, del Tercer Reich, / de Wall Street en el 29»;
en “La lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp (Rembrandt.
Galería Mauritshuis, La Haya)”; o en esa “Biblioteca de barrio”
donde se hacinan las tragedias de Shakespeare con «los
libros oscuros y pesarosos, apilados como nichos»
de Emily Dickinson, Vladimír Holan u Ossip Mandelstam.
Anteriormente
hacía mención del ingenioso sentido del humor que el autor atesora,
y cito ahora un ejemplo paradigmático, contenido en el poema
“Helada”, donde manifiesta: «Un
asistente al Encuentro Anual de Nihilistas / se pierde en medio de la
nada y Nadie, su alcalde / y único habitante, parte sin demora a
buscarlo».
El resto no tiene desperdicio.
En
ocasiones la poesía, y la inventiva, de Jesús Jiménez Domínguez
desbordan diques, formas, y se hacen prosa lírica que incide en una
realidad, a menudo, adversa, que se evade sin demora hacia los
límites imperceptibles de un tiempo inasible, en desbandada. Así
sucede en “Enseñando a hablar al eco”, donde el insomnio de la
razón crea sombras a imagen y semejanza de nuestros miedos más
íntimos.
Jesús
Jiménez Domínguez también demuestra ser un poeta cosmopolita, que
viaja y canta, no sin cierto estupor y con ribetes de sátira, a la
capital de Italia, «llena
de cruces»,
en “Días de adviento” y “Roma, ciudad tachada”; y a
Portugal, de «sábanas
tendidas en las fachadas»,
en “De profundis (Oporto en sepia)”, y en “Hotel Lawrence”,
donde evoca la Sintra de Byron, «el
mayor poeta de Inglaterra».
Pero
es en el poema que da título al libro donde condensa su mensaje, así
al comienzo dice el poeta: «Amamos las cosas redondas pensando / que
han de ser eternas y amables y perfectas», para oponerse al final
con «las cosas informes», imperfectas, imprecisas, irregulares,
porque la belleza se marchita en la tersura de la intemperie y
requiere de taras, abolladuras, dobleces para permanecer intacta. No
podría titular mejor Jesús Jiménez Domínguez su nuevo poemario
pues deviene en alegoría de un mundo desordenado, en quiebra, que
parece pasearse por los espejos cóncavos y convexos de Valle-Inclán.
Gregorio
Muelas Bermúdez
Reseña publicada en el nº 0 / 1 de CRÁTERA Revista de crítica y poesía contemporánea.
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