El ocho de las abejas
Cleofé Campuzano Marco
Editorial Devenir, Madrid, 2018
Cleofé
Campuzano Marco (1986)
demuestra una envidiable madurez creativa en su primer poemario, de
título tan curioso como significativo, El
ocho de las abejas,
que remite a la figura de ocho horizontal que trazan las abejas
obreras a modo de danza para comunicar a sus pares la dirección y
distancia de la fuente de polen. Cabe decir que resulta difícil
encontrar una opera
prima
tan bien construida, sin embargo la poeta murciana salva con holgura
el paso quebradizo de la primera creación para poner pie firme en
saledizo.
Cleofé
Campuzano es educadora de museos. Inició sus estudios universitarios
en Filología Hispánica, posteriormente se graduó en Educación
Social y se especializó en la vertiente sociocultural. Posee el
Máster en Antropología social y cultural por la Universidad de
Murcia y el Máster en museos, educación y comunicación por la
Universidad de Zaragoza. Habitualmente colabora en diversos medios
con trabajos científicos y reseñas. Ha participado en revistas de
poesía y espacios literarios como Crátera,
Oculta Lit,
Low-fi ardentía,
Opticks Magazine,
La Galla Ciencia,
Empireuma,
El coloquio de los
perros y Círculo
de Poesía, entre
otros. Actualmente divide su tiempo entre sus investigaciones sobre
patrimonio y educación, la poesía y el comisariado pedagógico en
arte contemporáneo.
Publicado
en la prestigiosa colección de poesía de la conocida editorial
madrileña Devenir, que tantos y buenos autores ha dado a nuestra
lírica contemporánea, el libro se inicia con un prólogo del poeta
oriolano José Luis Zerón Huguet, autor de referencia en Alicante y
Murcia, que pone de relieve la entidad lírica de El
ocho de la abejas, un
laborioso trabajo, como el de los insectos a los que alude en el
título, donde Cleofé Campuzano transcribe un personal vitalismo con
versos blancos donde deja entrever un pensamiento íntimo, fruto de
una lúcida introspección sobre una realidad a menudo ajena.
Como
señala José Luis Zerón en su prólogo, este poemario “nos habla,
sobre todo, del ser humano, del aprendizaje experiencial al que está
condenado desde que nace hasta que muere”, si la experiencia es la
madre de todas las ciencias, el ser humano no ha dejado de indagar
para hallar asideros imposibles en un mundo que lo aboca a la
desaparición. Sin embargo, Cleofé parece haber encontrado la
respuesta en el lenguaje, cuidado y rítmico a pesar de su aparente
versolibrismo, y tan rico como elevado, así emplea vocablos como
trochas,
lejío,
greda,
ácrato,
cernidura.
El
poemario se estructura en tres partes, con los siguientes epígrafes
y número de composiciones: “La eternidad que vive en los tejados”,
integrado por quince poemas; “Por fin la rueda encuentra reposo”,
dividido en seis poemas breves; y “Ocho, mímesis, abejas”,
último apartado que da título al conjunto y que está constituido
por catorce composiciones. En total treinta y cinco poemas como las
celdillas de un panal. Nos encontramos, pues, con una obra madura,
cargada de simbolismo y con vocación metafísica, veamos algunos
versos extraídos del poema “Sitios en nombres propios”:
“No
tardamos en dejar arrebolada la boca
en
la tarde de un álamo
nutrido
de años y años
ante
estas mismas preguntas.”
O
estos versos de “Los usos del tiempo”:
“Cuando
perdemos valor,
envejecemos.
La
miseria nos acerca a nuestro misterio.”
La
poesía de Cleofé Campuzano es su particular forma de
autoconocimiento, se nutre para ello de cierta inspiración
surrealista que en ocasiones puede parecer un tanto hermética pero
esto, lejos de ser un hándicap, supone un verdadero estímulo para
el lector avezado por cuanto apunta a una profundidad y estilo
propios.
Un
comentario aparte merecen las citas que introducen algunos poemas,
donde podemos encontrar desde un fragmento de Tolstoi hasta versos de
Anna Ajmátova, A. Pushkin y Arseni Tarkovski, una proliferación de
autores rusos que demuestra una interesante filiación con su
literatura e historia.
Otro
aspecto a destacar es la forma que la poeta dispone para sus versos
pues abundan los encabalgamientos abruptos, que lejos de hacer más
áspero el discurso aportan una dimensión adicional a su
significado. En definitiva, El
ocho de las abejas
supone el primer hito de una joven poeta llamada a contarnos muchas
cosas pero con un decir único, en progresión.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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