Aposento
Carlos Roberto Gómez Beras
Isla Negra Editores, San Juan, Puerto Rico, 2019
Aposento
es el más reciente poemario de Carlos Roberto Gómez Beras (1959),
un autor polifacético y bastante prolífico en los últimos años
pues como él mismo confiesa, el editor engulló al poeta durante un
largo período de veinte años. Ahora trata de recuperar el “tiempo
perdido”, y digo entre comillas porque sin duda fue un período en
el que el autor vivió, recabando experiencias para posteriormente
verterlas sobre la página de un libro que se configura como un todo
orgánico pues acudiendo una vez más a las propias declaraciones del
autor, Carlos Roberto no escribe poemas, escribe libros, donde
incluso a veces el propio título se anticipa a la composición.
Destaca
la impecable edición, marca de la casa de Isla Negra: hermoso diseño
de cubierta, en brillo, con solapas y guardas en consonancia
cromática, y la resistencia y calidad del papel, el mejor del
Caribe, que hacen de este sello editorial un verdadero referente en
la zona y todo gracias al tesón de su editor.
Aposento
se incluye en la colección “Filo de juego”, una de las más
emblemáticas de la editorial, donde han visto la luz algunas de las
voces más significativas de la literatura caribeña actual.
El
poemario se inicia con una pertinente cita de José Ángel Valente,
uno de los autores de cabecera de Carlos Roberto, que habla del
regreso y de la necesidad de hablar a un Tú para conjurar el olvido
al que la distancia nos condena.
A
continuación asistimos a un conjunto organizado en cinco partes tan
solo epigrafiadas con su correspondiente número romano y es que la
poesía de Carlos Roberto no requiere de títulos más allá de los
que sintetizan las ochenta y cuatro composiciones en verso libre que
integran el libro.
El
libro comienza con el poema que da título al volumen, de un lirismo
evocador que entronca con el pasado sentimental del poeta: “En su
aposento, mi abuela borda / una mantilla o un paño como si tejiera
un silencio”. Y es que su mecedora de caoba “donde su cabellera
blanca es una luna toda entera de nieve” es la que ilustra la
cubierta del libro. Será escuchando su balanceo que el poeta
aprenderá a tomar el lápiz para que como si de la “vara
prodigiosa de un ilusionista” se tratara hacer hablar a las páginas
en blanco.
“Para
Robertico...”, así reza la dedicatoria inicial del libro y
“Robertico” es el título del segundo poema, donde Carlos Roberto
apela al niño que fue, “niño que quiere cantarle al pasado”
dice, en una composición de gran ternura donde el poeta le presta
“esta otra voz prestada” y se emplaza al momento en que la vida
les vuelva a reunir a la mesa ajedrezada para mover las fichas “de
la fragilidad, el deseo y el espanto”. No hay colofón más
elegante y sutil de referirse al fin, a la nada.
El
tercer poema, con el significativo título de “El aposento”, que
es el que figura en la contraportada, se erige en la tesis de un
libro que es un viaje sentimental al pasado, así será la casa
familiar, el hogar de la infancia, el lugar, ahora extraño, donde
reside la esencia de lo que hoy es. El reencuentro con los muebles
más emblematicos: la “silla espartana” de la madre, la “mecedora
añeja” de la abuela, y su antigua cama le hacen expresar al poeta:
“Entré al pasado y no volví a salir (ileso)”.
El
resto de poemas no tiene desperdicio y definen a un poeta de altura,
dueño de un estilo propio, maduro, poemas que se erigen en
verdaderas lecciones de vida pues Carlos Roberto sabe muy bien que la
experiencia es la madre de todas las ciencias, así en “Proust”
el poeta se sirve del efecto de la célebre magdalena para dirigirse
a aquella gente que siempre permanece, que logran ser sin estar “como
el impertinente aroma / de lo que ya no se tiene”; o en “La
noche”, que define como “Aposento para el sueño que no duerme”;
o en “María”, figura que supone una invitación al ayer que el
poeta agradece pues “el pasado es el único universo / donde
podemos asegurar que hemos amado”.
Proust
no es el único escritor que aparece en el libro, por sus páginas
desfilan también Gilles Deleuze, Milan Kundera y Charles Baudelaire,
y en todos ellos se aprecia la enorme cultura literaria acumulada por
Carlos Roberto, que sabe adaptar los principales rasgos de cada uno
de ellos: el deseo y la pulsión de muerte del filósofo francés, el
humor y la ironía del novelista checo, y el nihilismo y pesimismo
del poeta maldito.
Cabe
destacar una de las grandes metáforas que Carlos Roberto emplea en
varios poemas: el río, desde su facultad de dar y recibir en “Los
balances” hasta su concepto como fin en “Poema de la muerte y el
olvido”, donde dice “van juntos al río”, pasando por la
comparación con la sonrisa del padre, o la evocación de esos días
que Robertico pasaba en el río.
Son
muchos los poemas que merecerían un comentario extenso, como “El
bar de Yoryi”, el más largo del libro, o “Tríptico”, en tres
partes: “Encuentro”, “Golpe” y “Huida”. Pero será en uno
breve donde exprese con fuerza el sentido del libro:
UNA
FOTO
En
una vieja foto
mi
madre está viva.
El
niño que abraza
se
ha ido, está muerto.
La
foto, cicatriz de agua,
es
solo un pestañar
entre
una entrada
y
una salida.
En
definitiva, Carlos Roberto Gómez Beras es un seductor de las
palabras pues consigue que estas digan lo que él quiere que digan,
algo a lo que muy pocos pueden aspirar, y lo hace con los mejores
recursos: sencillez y verdad.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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