El rayo que no cesa
Miguel Hernández
Alianza Editorial, 2010
El
rayo que no cesa es un título mítico de la lírica en
lengua castellana y su autor, el poeta oriolano Miguel Hernández, ocupa un
sillón de honor en el Parnaso. Forman parte, pues, de nuestro acervo cultural. Resulta
difícil escribir sobre un poemario sobre que han corrido ríos de tinta y que
tanta influencia ha ejercido en las posteriores generaciones de poetas, así, los
estudios críticos no han dejado de sucederse desde su publicación en 1936, sin
embargo, no está de más traer a la actualidad un título tan significativo, que
reedita Alianza Editorial con un excelente prólogo de Jorge Urrutia.
Desde un punto de vista formal, destaca, sobre todo,
la perfecta estructura que organiza el poemario, compuesto de treinta poemas,
básicamente sonetos, con la excepción de los tres poemas que lo vertebran, que
se caracterizan por su mayor extensión: “Un carnívoro cuchillo”, que inaugura
el libro, en cuartetas; “Me llamo barro…”, en silva polimétrica; y la célebre
“Elegía” a Ramón Sijé, en tercetos encadenados. “Me llamo barro…” actúa como
eje de simetría pues son trece los sonetos que lo separan tanto de “Un
carnívoro cuchillo” como de la “Elegía”, dos grupos de sonetos que culminan con
un soneto final.
Pero si hay una composición verdaderamente
emblemática es la Elegía que Miguel Hernández dedicó a su compañero del alma
Ramón Sijé, una auténtica joya de la literatura española y universal.
Poema de remordimiento y de reconciliación
espiritual, Miguel Hernández expresa su deuda con Ramón Sijé por cuanto le
debía y había apoyado en sus primeros tiempos poéticos (Sijé le ayudó a buscar
editor para publicar Perito en lunas (1935), cuyo prólogo es de Sijé).
Esta Elegía está compuesta inmediatamente
después del deceso de su amigo, ocurrido el 24 de diciembre de 1935 a causa de
una septicemia al corazón. Miguel se hallaba en Madrid cuando se enteró del
infausto hecho por Vicente Aleixandre dos días después y precipitadamente
escribió esta conmovedora elegía en tan sólo 15 días.
Incluida a última hora en El rayo que no cesa (1936),
la elegía se compone de 15 tercetos en endecasílabos y un serventesio final, en
los que el poeta deja translucir diferentes estados de ánimo que evolucionan hacia
la catarsis, un insuperable ejemplo de dolor (ex aequo Llanto por la muerte
de Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca), donde Miguel
Hernández canta a la amistad eterna que, gracias a la mágica fuerza de la
poesía, logra alzarse por encima de la insondable
muerte para arrebujarse en un rincón del corazón humano.
En este poemario de amor y muerte, transido de pena,
y con recurrentes imágenes taurinas, Miguel Hernández alcanza la perfección de
una extensa tradición presente en la literatura española.
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