Donde está el fuego
VV. AA.
Cuadernos de humo, Brooklyn, NY, 2015
Cuadernos
de humo, la editorial que el escritor toledano Hilario Barrero, en
calidad de garante, dirige desde Brooklyn, Nueva York, llega a su
cuarta entrega con la primera de la serie “que ya dan mis ojos
agua”, inspirada en un verso de Tirso de Molina.
El
cuaderno lleva el sugerente título, Donde está el fuego,
que a día de hoy ya ha alcanzado su tercer número gracias a una
cíclica publicación que se distingue por sus ilustres
colaboradores.
De
esta edición se han realizado tan sólo cuarenta y cinco ejemplares,
lo que la convierte en una pieza de coleccionista, que además viene
bellamente ilustrada por dieciocho dibujos del propio Hilario
Barrero, que además de escritor es un magnífico ilustrador, con un
estilo propio. El conjunto es un objeto artístico capaz de
solidificar el humo para su uso y disfrute continuado.
Y
ello gracias, sobre todo, a la llama de amor viva de los poetas que
integran este preciado número, en realidad una antología donde cada
autor ofrece un poema “recién hecho”, en total catorce voces con
obra y consecuencia, que “nos dicen dónde está el
fuego.”
Tras
unas palabras preliminares de Hilario Barrero, que dan cuenta de su
gratitud y amistad, inicia el pequeño volumen Joan Margarit con su
poema “Monumento a los muertos en la Guerra de Corea”, donde
evoca con nostalgia la figura del abuelo al tiempo que reflexiona
sobre la historia. Le sigue Francisco Álvarez Velasco con “Adobes”,
donde la paja se vuelve muro para albergar el amor y el reposo. A
continuación Antonio Parra nos habla de “la efímera
hermosura”. Y llegamos a una despedida, la que José Luis
García Martín expresa con nostalgia y desencanto.
En
“Acaso” a Uriel Martínez la duda (“regresará –quién
sabe”) le hace guardar la llave –de la vida- “debajo del
tapete, por si acaso”. Es el turno de Herme G. Donis, que
dedica cinco haikus a la memoria del padre. En “De un viajero”
Álvaro Valverde acepta “la nostalgia del límite”
consciente de que al cabo es imposible “volver de donde no se
vuelve”. Antonio Rivero Taravillo escribe en el jardín con
aire de tanka. Y Beatriz Villacañas canta con pasión en “Atendiendo
a razones”: “Te amo// Porque eres a la vez/ símbolo y carne”.
En “No sentimos ninguna sacudida”, Alfredo Rodríguez nos habla
del fin de una etapa, la juventud, y el inicio de otra que nos
enfrenta al destino.
Una
cita de Juan Eduardo Cirlot le sirve de inspiración a Marcos
Matacana Martín para su “Viernes santo”, donde se mezclan el
azahar y las colillas para reflexionar sobre la vida. Martín
López-Vega nos muestra su extrañeza en “Diziani”. Le sigue otra
despedida, la de Ballerina Vargas Tinajero a una situación ligada a
la infancia. Culmina el volumen Pablo Núñez con “En este mismo
lugar”, donde reflexiona sobre el destino paralelo.
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