Tan gastado corazón
Félix Molina
Editorial Neopàtria, Alzira, 2016
Félix
Molina publica su segundo poemario, Tan
gastado corazón,
en la colección “Opera Prima” de Editorial Neopàtria, un
interesante proyecto editorial que desde Alzira viene dando voz a
toda una pléyade de autores valencianos en lengua castellana y
catalana, gracias a la labor de Manel Alonso i Català y Antoni M.
Bonet, directores de la colección.
Con
este nuevo trabajo el poeta del barrio de Nazaret, a quien dedica el
libro, parece saldar cuentas consigo mismo pues el título alude al
infarto que padeció hace un año, algo que se pone de manifiesto en
el primer poema, titulado “No ser ya más poeta”: “abocado
a la preocupación crónica/ del vivir de cada día”.
El
poemario se estructura en siete apartados con títulos muy
sugerentes: “Raptos de luz”, “Urbe de alas y sombra”, “Línea
de flotación”, “Tan gastado corazón”, “El olvido
poliédrico”, “Cintilaciones” y “Poemas con nombres”.
Félix
Molina canta a un presente nublado, donde “tras
su pátina de espejo//
aparecen
rostros, paisajes y cuerpos”,
que se han perdido y resultan “extrañamente
familiares”,
sin embargo, la poesía le permite hablar con los muertos porque, en
definitiva, “no
envejecen los sueños”
aunque la muerte siempre sea posible, por mucho que aletarguemos su
llegada.
El
poeta se entrega a una poesía de corte existencial donde los versos
son semillas y la mirada es ventana. Sus inquietudes, lejos de
verdades improbables, “estancias
limitadas”,
se imbrican con el tiempo que le ha sido dado, así lo ve pasar,
lentamente, como sin sangre, en soledad, secándole la tinta de los
días, entre recuerdos y ausencias marcadas en rojo en el calendario.
El
poeta valenciano emplea el verso libre para expresar de forma
contenida el menoscabo que produce la herida, el anticipo del adiós
que a veces nos sorprende para recordarnos nuestra fragilidad
intrínseca, y lo dice con extrema elegancia: “Llueven
pétalos dormidos en libros olvidados”.
Si cada día que pasa nos descuenta la vida y nos aboca a “una
silla vacía”,
Félix Molina hace recuento de encuentros, de citas clandestinas,
pidiendo perdón, abrazando la “niebla
del amigo”,
besando “labios
de humo”.
Nadie
vuelve indemne y el autor versifica su experiencia con un corazón
gastado pero con una segunda vitalidad para cincelar su paso por la
vida, donde también se hace eco de los problemas que nos acucian
cada día: el ritmo vertiginoso de las urbes y el sometimiento a la
dictadura de la estadística, que nos impele al reflejo de las cosas
necesarias, porque corren tiempos de confusión y de desidia: “El
rebaño de las gentes/ no tiene ya la libertad de escoger/ qué
seguir ni qué dejar.”
Reflexión
existencialista y preocupación social son los ejes sobre los que
Félix Molina articula su discurso lírico tras su estadía en el
hospital clínico, “verde
oscuro de esperanza”.
Sin embargo, también aplica la ternura cuando le escribe a su esposa
aunque no precise de ellas “para
sentir lo que siento”,
a ella le dedica la sección que titula el conjunto y es una suerte
de remanso entre vientos de tormenta.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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