Reseña de José Luis Morante en su blog Puentes de papel:
FRAGMENTO DE ETERNIDAD
Con título reflexivo y temporalista, Un fragmento de eternidad, compila sus últimas composiciones Gregorio Muelas Bermúdez (Sagunto, 1977). El escritor, licenciado en Historia por la Universidad de Valencia, ha explorado sendas creadoras dispares como el guión cinematográfico, la crítica literaria y la poesía, con entregas como Aunque me borre el tiempo y el cuaderno Rosas y espigas.
Rafael Coloma firma las líneas de introducción de esta propuesta que regresa a uno de los sustratos básicos del verso: el tiempo, y expone una de las cualidades más significativas de esta poesía: la estética directa, sincera, despojada, en la que es inevitable el poso de melancolía por su profunda significación existencial.
Con ese afán de transcender lo efímero se articula un poemario que arranca desde el escueto umbral donde el sujeto poético se enfrenta a la inevitable condición del existir: marcar pasos en lo diario es buscar sitio en la ceniza; la escritura no es sino un modo de sortear lo transitorio y hallar en las palabras la compensación de una mínima brisa, la posibilidad de estar: “Pero sé que todo es final / que todo acaba / que solo existen los instantes / y que cada instante, / cíngulo del tiempo / es un fragmento de eternidad”.
De oír, desde el comienzo, el nítido rumor de la agonía nace un pensamiento abocado a la paradoja, una cronología pendular entre la aurora y la noche en el que percibimos los elementos de una epifanía de materia oscura, un espacio de sombras en el que encuentra sentido la imagen infernal de un paraíso tenebroso, como si el viejo marco de la tradición católica, recuperara su simbología y se hiciese imagen de un páramo sombrío.
De esa condición marginal del ser para la nada, la conciencia dicta un pensamiento de rebeldía y entereza, un tono de voz firme para afrontar el invierno y salir a flote de la desolación, desde la poesía o desde la música: “Sólo la música ilumina oscuras estancias / por donde el alma transita silenciosamente. / Es como oír el corazón latir nuevamente / en un lejano reino plagado de distancias”
Nunca cómodo por asumir ese destino marcado por la intemperie, el sujeto despliega en cada gesto un afán de eternidad; perdurar es al mismo tiempo anhelo y esperanza, incansable labor de la voluntad para borrar heridas y descubrir agarraderos vitales a través de la voz y la palabra. Los versos se hacen testimonio y razón de ser, así nace una sentida refutación del olvido que trasciende lo personal para incidir también en el tiempo histórico y contradecir el aserto de Adorno, a raíz de la barbarie nazi: “Después de Auschwitz / se escribe poesía / para decir con eco inextinguible / que la muerte no es la única salida”
También la visión del paisaje concede a los sentidos el equilibrio necesario de la belleza. En la sección final “Apuntes de paisaje”, que incorpora una cita del poeta elegíaco Francisco Brines, la voz meditativa dirige sus ojos al entorno en el que también respira un tiempo cíclico y mudable en el que emerge lo finito de un acontecer mesurado que pone flores entre la ceniza.
He leído el poemario de Gregorio y me ha encantado. Un abrazo, José Luis.
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