La sombra y la apariencia
Andrés Sánchez Robayna
Tusquets Editores, Barcelona, 2010
Próximo
al universo creativo de José Ángel Valente, del que fuera gran
amigo y del que es uno de sus grandes estudiosos, no hay más que
recordar su edición de la Poesía completa del poeta orensano
en Galaxia Gutenberg, Ándrés Sánchez Robayna (Las Palmas, 1952)
pertenece a esa nómina de poetas donde el silencio se adhiere a los
márgenes del verso para decir todo lo que el poema sugiere. La
sombra y la apariencia viene a reafirmar una voz necesaria y lo
hace en una colección de lujo y en una editorial señera, “Nuevos
textos sagrados” de Tusquets Editores. Un título que reúne dos de
las grandes claves de su poesía, una especie de dicotomía en cuyo
centro invisible se oculta lo real.
El
poemario, rico en matices y con un fino sentido culturalista, se
divide en seis grandes apartados con títulos muy significativos,
cuya sola cita es capaz de advertir al lector del tono del libro:
“Inicial, o fracturas de una invitación imperiosa”,
“Correspondencias”, “Sobre una confidencia del mar griego”,
“En el centro de un círculo de islas”, “Reflejos en el día de
año nuevo”, “Del lugar del zunzún” y “Urnas y fugas”.
La
cita de Pero López de Ayala es la tesis sobre la cual se orquesta el
poemario, la vida, tan fugaz como la sombra, que se va sin
posibilidad de volver, es por ello que Andrés Sánchez Robayna toma
la palabra, para fijar el momento con la brevedad del instante pero
posibilitando el recuerdo que crea la memoria, única forma de
eternidad.
Son
innumerables los destellos filosóficos
en una poesía que se inspira en la naturaleza de las cosas, pues es
en su esencia donde el poeta vislumbra el consuelo y la permanencia.
Si la sombra es el reverso de la vida, su condena final,
y la
apariencia es aquello que recubre las cosas de una belleza efímera,
sobrecoge la realidad de
unos poemas que son fruto de la contemplación y de una reflexión
serena y estética, que
tiene como elementos generadores la música (de
Bach, de Górecki)
y el mar Egeo.
“Al
principio fue un nombre, su sordo resonar”,
con este verso se inicia “Patmos”, un
poema de arrobadora belleza que nos recuerda que todo principio es
ahora y que la nada, “ávida
de una paz”, es el
silencio total. Sirvan
estos versos como paradigma de una poesía hondísima que apunta la
eternidad.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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