domingo, 5 de marzo de 2017

La sombra y la apariencia. Andrés Sánchez Robayna

 
 


La sombra y la apariencia
Andrés Sánchez Robayna
Tusquets Editores, Barcelona, 2010
 
 
Próximo al universo creativo de José Ángel Valente, del que fuera gran amigo y del que es uno de sus grandes estudiosos, no hay más que recordar su edición de la Poesía completa del poeta orensano en Galaxia Gutenberg, Ándrés Sánchez Robayna (Las Palmas, 1952) pertenece a esa nómina de poetas donde el silencio se adhiere a los márgenes del verso para decir todo lo que el poema sugiere. La sombra y la apariencia viene a reafirmar una voz necesaria y lo hace en una colección de lujo y en una editorial señera, “Nuevos textos sagrados” de Tusquets Editores. Un título que reúne dos de las grandes claves de su poesía, una especie de dicotomía en cuyo centro invisible se oculta lo real.

El poemario, rico en matices y con un fino sentido culturalista, se divide en seis grandes apartados con títulos muy significativos, cuya sola cita es capaz de advertir al lector del tono del libro: “Inicial, o fracturas de una invitación imperiosa”, “Correspondencias”, “Sobre una confidencia del mar griego”, “En el centro de un círculo de islas”, “Reflejos en el día de año nuevo”, “Del lugar del zunzún” y “Urnas y fugas”.

La cita de Pero López de Ayala es la tesis sobre la cual se orquesta el poemario, la vida, tan fugaz como la sombra, que se va sin posibilidad de volver, es por ello que Andrés Sánchez Robayna toma la palabra, para fijar el momento con la brevedad del instante pero posibilitando el recuerdo que crea la memoria, única forma de eternidad.

Son innumerables los destellos filosóficos en una poesía que se inspira en la naturaleza de las cosas, pues es en su esencia donde el poeta vislumbra el consuelo y la permanencia. Si la sombra es el reverso de la vida, su condena final, y la apariencia es aquello que recubre las cosas de una belleza efímera, sobrecoge la realidad de unos poemas que son fruto de la contemplación y de una reflexión serena y estética, que tiene como elementos generadores la música (de Bach, de Górecki) y el mar Egeo.

Al principio fue un nombre, su sordo resonar”, con este verso se inicia “Patmos”, un poema de arrobadora belleza que nos recuerda que todo principio es ahora y que la nada, “ávida de una paz”, es el silencio total. Sirvan estos versos como paradigma de una poesía hondísima que apunta la eternidad.
 
 
 
Gregorio Muelas Bermúdez



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