Desierto
Manuel Emilio Castillo
Ediciones Vitruvio, Madrid, 2018
Nacido
en Castellón en 1951 y actualmente afincado en Valencia, Manuel
Emilio Castillo ingresó en el Grupo de Poetas del Ateneo de
Castellón, donde presidió su Aula de Poesía. En 2004 publicó su
primer poemario, Hierba
nueva (Instituto
de Estudios Modernistas), al que siguió en 2007 La
morada del ocaso (Instituto
de Estudios Modernistas), con el que fue finalista en los Premios de
la Crítica Valenciana, candidatura que volvería a repetir con su
siguiente obra, Revelación
(Obrapropia, 2009).
Desierto
es el tercer poemario de la trilogía que Manuel Emilio Castillo
inició con Diálogos
inter nos en 2012 y
continuó El árbol del
silencio en 2015, los
tres publicados por Ediciones Vitruvio en la prestigiosa Colección
Baños del Carmen.
Desde hace unos años el poeta castellonense viene demostrando una
madurez expresiva que se manifiesta en la configuración de un estilo
propio que adopta la forma libre sobre un fondo en apariencia
hermético, con un magistral empleo de la paradoja y la antítesis,
que busca alcanzar la belleza con la destreza de la soledad.
En
cuanto a su estructura, el libro se compone de setenta y siete poemas
divididos en tres grandes apartados con los significativos epígrafes:
“Espejismos”, “Oasis” y “Encuentro”, títulos que revelan
un itinerario por las arenas versificadas de un desierto interior en
una búsqueda personal, íntima, “adherido a un recorrido hacia mí
mismo”, dirá el autor en “Confidencia”.
El
volumen se inicia con un breve poema a modo de pórtico, que dice:
“Aquí
habita la nada,
la
memoria de la soledad,
el
don del silencio.
La
voz que late en el corazón del desierto.”
Manuel
Emilio Castillo nos invita a adentrarnos en un territorio de tiempo y
palabras que iremos descubriendo en sucesivas etapas, un territorio
que como el guía en la Zona de la película Stalker
de Andrei Tarkovski no se debe cruzar en línea recta pues a menudo
se ciernen vacíos que requieren de regresos para avanzar.
Entre
“Umbral de luz” y “Realismo mágico”, que dedica a la poeta
castellonense Rosa María Vilarroig, encontramos veintidós
“Espejismos”, en realidad veintidós reflejos frente al espejo,
que devuelve distintas formas de la realidad de un poeta que se
inventa a si mismo “como ave fénix de los sueños, que halla
refugio en la desolación”.
El
tema principal del libro es, sin duda, el amor a la poesía, “verdad
pura”, así dice el poeta: “El amor habita mis poemas, / mas
reencarno una y otra vez su anhelo”, y antes: “Ensimismado en el
amor, / recorreré ese lugar perdido, / hasta encontrarte”. Manuel
Emilio Castillo canta al amor desde la lejanía para encontrarse:
“Allí pernoctan el amor y el desamor, / que durarán como yo. //
Acaso te halle / acaso sea yo. / Yo, entre mis poemas.”
En
la segunda parte, “Oasis”, el poeta llega a ese remanso, milagro,
“oasis de placidez” donde dice hallar su ser, su hogar y su
patria, después de vencer los estragos de un inmenso baldío
sembrado de parajes nómadas. Allí halla la evidencia: “todo es
falso, todo es cierto, / excepto tú”. Bajo la tempestad, contra un
“viento asceta” el poeta, sin embargo, sigue buscándose en
primera persona, las palabras escondidas que se alojan en su
conciencia pues “el suceso que da motivo a mis versos, / es tan mío
que conmigo morirá”. Aquí el poeta prosigue su andadura “entre
obstáculo y obstáculo” para acercarse a lo invisible, para ver al
amor que es la poesía y su mirada inédita, aquella que desvela y
que hace hablar al barro pensante que es el poeta. En esta parte hay
dos poemas, “Gracia y obra” y “Versos a la poesía”, que
constituyen el epicentro del libro, donde el autor le exhorta: “te
haré hablar con mi voz”. Más adelante expresa su “Tesis”:
“Como rayos internos, en pos de la plenitud. // Escribo mi vida
para vivir”. Concluye esta parte definiendo el libro como “nido
de papel” y proclamando una alianza para mantener, dice, “nuestro
idilio intacto”.
La
tercera y última parte, “Encuentro”, supone el desenlace de un
viaje “de emociones, de intrigas y suspiros”, aquí el poeta
encuentra en su instinto el ritmo que perdió en un desierto nublado,
así escribe en “Vuelco”: “Tú guías mi voluntad, / el
derrotero de la semántica, / la urdimbre de las formas y del
sentido, / la querencia de la sensibilidad”. El poeta declara su
amor desconocido, “el yunque de mi razón”, “un enamoramiento
hasta la agonía” donde “estas hojas”, las que constituyen el
libro, “buscan el cielo”. Es tan perpetuo su testimonio que al
fin declara: “Eres el impulso que impide rendirme”. Sin embargo,
el poeta permanece anónimo, “rehén de lo increíble” y dice:
“¡Dime tú quién soy!”.
En
el trayecto final hacia el Todo que es la Poesía, edén o paraíso
ignorado, el autor devuelve sus poemas confiando en que “volverá
la palabra / como una centella en el desierto”. Con un “soplo
utópico” el poeta espera la aparición, “el culto de mi fin y el
misterio de la vida”, para hallar la convergencia donde está “la
clave del verso” y escuchar su “armonía silenciosa” una vez
“ganada la batalla al dolor”. El poemario culmina con un
bellísimo “Desiderátum”, “consumado por lo definitivo”.
En
definitiva, Manuel Emilio Castillo despliega un discurso coherente,
metafísico, metapoético, en suma trascendente, que se enfrenta con
denuedo a la inminencia de la Nada, aunque al final solo quede su
“polvo sobre epítetos y metáforas. / Polvo diseminado sobre una
concordancia muda”.
Gregorio
Muelas Bermúdez
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